En las naciones cuya historia está preñada de hechos violentos, los gobiernos tienden a restarle importancia a las figuras o acontecimientos ajenos a ese tipo de acciones, eclipsando a miembros insignes que constituyen cimientos de la nación. Arribamos al bicentenario del nacimiento de una de esas figuras, de aquel gigante de la ingeniería cubana del siglo XIX: Francisco de Albear y Fernández de Lara, nacido en La Habana el 11 de enero de 1816, merecedor del eterno agradecimiento de los habaneros del siglo XIX y de los cubanos de todos los tiempos.
Hijo de un militar español, Albear embarcó hacia España a los 19 años de edad. Allí ingresó a la Academia de Ingenieros y regresó 11 años después, cargado de conocimientos y prestigio profesionales, para emprender una labor constructiva tan abundante que resulta imposible reflejarla en unos cuantos párrafos.
Entre la reparación del Convento de San Agustín en La Habana —su primera obra— y los proyectos del ferrocarril y la carretera centrales, se ubica todo lo destacado en materia constructiva de la época: Cuartel de Caballería de Trinidad; reconocimiento del río Zaza para su canalización; estudio para ampliar los muelles de Cienfuegos; la Lonja del Comercio, el Jardín Botánico y la Escuela de Agronomía; los muelles, tinglados y grúas del litoral habanero; cuantas calzadas parten de la capital hacia los pueblos limítrofes; la instalación de las primeras líneas telegráficas de Cuba; y el levantamiento del plano de La Habana, entre otros.
En el siglo XIX, uno de los problemas más críticos de la villa de San Cristóbal de La Habana era el abastecimiento de agua potable. El suministro del precioso líquido, extraído del manto freático o trasladado desde los ríos cercanos, fue un reto. A pesar de la construcción de los dos primeros acueductos de la ciudad: La Zanja Real —canal descubierto de unos 10 kilómetro de longitud— construida en 1592, y el Fernando VII, en 1835, unido a los 895 aljibes y los 2.976 pozos existentes, el abasto de agua resultaba insuficiente.
Dotar a la capital de un moderno acueducto fue la obra cumbre de Albear, quien decidió utilizar el líquido de los manantiales de Vento, gracias a lo factible de la obra de captación y conducción, altura, cantidad y calidad de esas aguas y trasladarlas hasta los depósitos de Palatino por tuberías que la protegieran de la insalubridad.
Entre 1858, año en que llegó a Cuba el Real Decreto que aprobó la construcción y 1893, en su condición de Director de las obras, Albear investigó todo lo relacionado con la calidad y el traslado del vital líquido, demostró la influencia negativa de la luz solar sobre las aguas depositadas, modificó la geología de los terrenos para adaptarlos a la protección del canal; y —dotado de precarios medios mecánicos— lo hizo desplazarse por debajo del río Almendares. Una hazaña que tuvo que esperar la medianía del siglo XX para repetirlo en los túneles de Miramar y de la Bahía. Por tan magistral labor fue premiado en Filadelfia y en París con Medalla de Oro, mientras La Real Junta de Fomento de Cuba lo calificó como "el más famoso de los ingenieros cubanos".
Por su obra, Albear obtuvo los títulos de Marqués de San Félix, Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la Orden de Mérito Militar, Caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando, Profesor de la Academia Especial de Ingenieros, Miembro Corresponsal de la Real Academia de Ciencias de Madrid, Socio de Número y de Mérito de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, Socio de Mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, Honorario y Corresponsal de la Sociedad Británica de Fomento de Arte e Industria, Socio Fundador de la Sociedad Geográfica de España, Miembro de la Sociedad Científica de Bruselas y Miembro de la Sociedad de las Clases Productoras de México.
Como reconocimiento, el acueducto que antes llevaba el nombre de Isabel II se rebautizó con el de Albear y el ayuntamiento de La Habana edificó una estatua ubicada en Monserrate entre Obispo y O' Reilly, en la Habana Vieja.
Más de 100 años después de la construcción del acueducto de Albear —una de las siete maravillas de la ingeniería cubana—, en el año 2002 más del 70% de los 3.620 kilómetros de redes de tuberías de La Habana estaban en mal estado y existían unos 10.000 salideros en interiores, redes y acometidas. Mientras en la segunda gran ciudad de la Isla, en Santiago de Cuba, no fue hasta el primero de enero de 2008 en el acto conmemorativo del 55 aniversario del triunfo revolucionario, que se informó la culminación de la reconstrucción del acueducto de la ciudad, donde hasta ese momento un cuarto de millón de habitantes recibía el servicio de agua cada siete o nueve días, mientras otros 76.500 tenían un ciclo de distribución superior a 15 días y más de 16.000 ni siquiera contaban con acueducto. Hoy, los santiagueros continúan confrontando problemas con la escasez de agua.
Esa situación, en pleno siglo XXI, es la mejor prueba de la importancia de las figuras de la paz, aquellas que hacen patria, generan cultura y legan obras como el acueducto de Albear, que hoy día sigue abasteciendo a buena parte de los habaneros.