Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del escultor cubano Roberto Estopiñán (1921-2015). Llamarlo sencillamente escultor, no da la medida del hombre y del artista. Estopa, como lo llamábamos sus amigos, era sencillamente uno de esos seres fuera de serie. Un raconteur natural, conversar con él, fumarse un tabaco y beberse un calvados en su compañía era algo inolvidable. No hace mucho hablábamos de eso el documentalista Jorge Ulla y yo. En compañía de Estopa (y su mujer, la declamadora Carmina Benguria) siempre había buen humor, profunda cultura y generosidad de espíritu. Él vivía la amistad como sacramento.
No cabe duda de que fue, junto a Sicre, Ramos Blanco, Lozano, Cárdenas y Oliva, el sexteto de escultores cubanos más importantes del siglo XX. Pioneros del arte moderno, pertenecen al arte de las Américas y del siglo de las vanguardias. Pero Estopa fue mucho mas que un escultor: fue un dibujante virtuoso, grabador prolífico y audaz, ilustrador de textos de sus amigos poetas, diseñador de afiches políticos, activista de la Juventud Auténtica, fundador de la sociedad Nuestro Tiempo, miembro del Directorio en la lucha contra Batista, compañero de Manolo Ray y Pepe Luis Masó, mentor de los jóvenes de Abdala, activista pro-derechos humanos junto a Carlos Franqui y Ricardo Bofill . . . la lista es larga.
Roberto Estopiñán nació en una familia modesta en La Habana Vieja, su padre era asturiano y su madre una mulata cubana. A los 14 años fue admitido con un permiso especial en la Academia de Bellas Artes San Alejandro (solo los pintores Víctor Manuel García y Rafael Soriano entraron en la misma escuela con tan temprana edad). Allí encontró a su maestro y mentor, el escultor Juan José Sicre, a quien asistiría en todos sus monumentos públicos a partir de finales de los años 40. Ya en 1949 Estopiñán tiene su primera exposición individual en el Lyceum —una serie de terracotas inspiradas en su reciente estancia mexicana—. Vende la exposición entera, lo cual le facilita su primer viaje a Europa. Allá descubre los relieves de Donatello, las últimas esculturas de Miguel Ángel, el barroco apasionado de Bernini, y a Rodin. Regresa a Cuba a trabajar con intensidad. El resto es la historia del arte en la Isla y su constante presencia hasta su exilio en 1961.
Sicre lleva a la escultura cubana la modernidad nutrida por Rodin, Bourdelle y Victorio Macho, y Ramos Blanco en sus tallas de madera cruza lo afroantillano con un expresionismo decorativo. Lozano parte de las formas sólidas de Ortiz Monasterio y crea un clasicismo que evoluciona de la figura a la abstracción. Mientras que Cárdenas parte de Arp y se pierde en un surrealismo onírico, Tomás Oliva encuentra en la soldadura el medio ideal para su expresionismo abstracto. Estopiñán plantea una trayectoria diferente: las primeras obras son ejemplos del estilo mediterráneo: figuras femeninas, sensuales y clásicas.
De vuelta de Europa, trabaja el yeso directo con gran vigor y aparece una energía expresiva en figuras de caballos y profetas. Pero ya en 1953, cuando es finalista del concurso internacional del Monumento al Preso Político Desconocido de la Tate Gallery, está explorando lo que el llamará "formalismo humanista": la abstracción de las formas sin abandonar la esencia de la figura. Aquí se inspira en Henry Moore y Marino Marini, en Ossip Zadkine, pero el vocabulario es suyo. Extraordinarias tallas en maderas locales demuestran la virtuosidad técnica que aplicará a todos los materiales: piedra, mármol, maderas, barro, cera, bronce.
El trauma de la revolución traicionada y su desolador exilio rompe la serenidad formal de sus piezas de los años 50.
Entra entonces en su obra más agonizante. Encuentra almas gemelas en la escultura románica y en el alemán Ernst Barlach. Soldando clavos y chatarra, y tallando maderas duras de Norteamérica, Estopiñán produce crucifixiones y martirios, parcas y calvarios, presos y guerreros.
Ya para finales de los años 60 no puede más con esta obra adolorida. A principio de los 70 vuelve al Caribe (República Dominicana); redescubre la naturaleza, y entra en su etapa orgánica, panteísta, donde figuras de mujeres y hombres son árboles, hojas y raíces. Lenta y concienzudamente, sus dibujos, grabados y esculturas se van purificando cada vez mas en sus formas, volviendo a las esencias. Podemos calificar su etapa final, de los años 80 hasta su muerte, como una especie de clasicismo minimalista, donde el torso femenino es el eje central de su universo.
En su totalidad su obra consta de unos 3.000 dibujos, aproximadamente 1.200 grabados y unas 1.000 esculturas desde 1949. Sus piezas se encuentran en colecciones públicas por el mundo entero, desde el Vaticano hasta el MoMA, y en colecciones privadas en la Habana, México, Miami, Basilea...
Todavía esperamos una seria exposición retrospectiva de su producción en un museo, como las que han tenido sus contemporáneos Rafael Soriano y Agustín Fernández. Se la merece.