Entre la condena de existir en condiciones precarias y la desidia de observar dos edificios deshabitados y destruyéndose hace 30 años, vive Ricardo en las estribaciones de la cordillera de La Gran Piedra y el litoral de la Playa Cazonal, la más emblemática de lo que un día fue el paradisíaco Parque Baconao.
Su historia es la de cientos de campesinos y pescadores de esa zona costera de Santiago de Cuba que llevan décadas intentando construir o reparar su vivienda, mientras el Estado consiente el deterioro de 64 apartamentos, con 150 habitaciones de dos y tres cuartos, que podrían atenuar el hacinamiento y otras deplorables condiciones que afectan el bienestar de sus familias.
"Entre chozas y corrales crié a mis hijos, y ahora hago mismo con sus vejigos. Esos infelices lo único que han visto son techos de guano, paredes de yaguas y zinc podridos", lamenta Ricardo frente a los inmuebles arruinados, más por la insensibilidad, que por el salitre y la escasez de recursos.
El abandono de los edificios no solo confirma el desinterés que ofende y lastima a los vecinos, sino las deformaciones que agravan el problema de la vivienda en una provincia con 1.013 cuarterías, 4.766 casas con pisos de tierra y 7.312 personas con afectaciones pendientes de los huracanes Dennis, en 2005, y Sandy, en 2012.
Benito —otro de los que subsiste en escenarios infrahumanos— asegura que los residentes de Sigua, La Anita y María del Pilar han propuesto varias veces hacer una brigada para reparar los edificios. Sin embargo, "lo único que hemos recibido es insultos, desalojos y más burocratismo".
"La realidad llora ante los ojos de Dios. Edificios vacíos y cayéndose a pedazos, mientras los guajiros vivimos en medio del monte como indigentes y entre nidos de ratas, perros jíbaros, pozos contaminados y hornos de carbón", dice Sonia, quien busca el sustento de sus hijos en un timbiriche del litoral.
De niña Amarilis soñaba con un baño decente, un cuarto sin gotera, una sala amueblada y mirar el mar desde su balcón. "De adulta, vivo como una pordiosera en los establos de la caballeriza abandonada que se encuentra entre La Jaiba Azul, Los Pataos y las ruinas de la Laguna de Baconao".
"Hasta una lámpara con simple un interruptor aquí es un lujo por el que casi te tienes que arrodillar", dice esta joven de 27 años mientras alista el mechón con que ella y su esposo se alumbran en medio de una oscuridad tan perpetua como el hambre y la miseria que los aturde y por ahora no tiene solución.
Aracelio es de los pocos a los que le dieron un puñado de tejas, "con la promesa de un techo que nunca llega". Y, aunque pudo arreglar la cubierta con unos clavos recuperados, la casa se le ha convertido en "un vara en tierra apuntalado, con una tendedera de medio palo y unas yaguas por división".
"Mi hijo, que me ayuda con los animales y la tierra, está entre los multados y desalojados por meterse a la brava en esos edificios, que están destruidos, no los reparan, los mantienen solos y pudieran aliviarle la vida a mucha gente que necesita independizarse", argumenta al explicar su inconformidad.
Rogelio ha perdido su casa en dos ocasiones y desde 2012 vive agregado en un escenario precario y sin esperanzas de construir un hogar, "porque en medio de la creciente pobreza, con el salario que pagan a los maestros y la bolsa de cemento a 8.000 pesos no se puede costear ni la mitad de nada".
Otras familias que, con el paso de los ciclones y el abandono estatal lo han perdido todo, mostraron los tugurios que han levantado en La Aldea, zona marginal y medio pantanosa donde todo es ilegal y de lo único que están seguros los residentes es que jamás los ayudarán a tener un hogar decente.
Al tema de la vivienda se suman otras desgracias, como la falta de caminos y transporte en la sierra. También los daños provocados por los murciélagos que, a falta de control biológico, los campesinos regulan dándole candela a las colonias cercanas a sus tierras; una práctica muy nociva dentro de un área que desde 1987 fue declarada por la UNESCO Reserva Mundial de la Biosfera.
Tras conocer esas historias no es difícil entender por qué Mauricio se resiste a dejar un "tumbatareco, donde llueve más adentro que afuera". Él, como muchos, "prefiere su miseria, a rogarle al Gobierno por unos edificios, que primero los demuelen, antes de dárselos a los guajiros y los pescadores".
"El Príncipe y el Mendigo"
Especialistas de la Empresa de Comercio explicaron que esas instalaciones fueron construidas en 1980 como parte de las opciones de sol y playa para el turismo nacional. El descontrol y la falta de mantenimiento aceleraron su deterioro, y en algo de más de una década cerraron y quedaron abandonadas.
"Su situación se agravó en 1994 con la Crisis de los Balseros. Por esa vía circularon miles de cubanos en su travesía hacia la Base Naval de EEUU, en Guantánamo, y ante el temor de que los emigrantes se refugiaran en ellas, fueron custodiadas por militares armados", explica uno de los consultados, que no reveló su nombre.
Otro exdirigente popular declara, en condición de anonimato, que "desde esa fecha comenzó el vandalismo contra los edificios, al punto que los despojaron azulejos, pisos, enchapes, mobiliario e instalaciones eléctricas y sanitarias".
Afirma que, aunque ese ha sido un planteamiento recurrente, "el Gobierno nunca ha dado respuesta, porque los militares obstaculizan la decisión, la mezclan con el asedio al turismo internacional y quieren entregárselos a quienes custodian esa zona fronteriza por mar y tierra".
DIARIO DE CUBA constató el atroz deterioro de ambos inmuebles, algo que contrasta con el complejo Carisol-Los Corales, dos hoteles de lujo para vacacionistas extranjeros que también están subutilizados, pero se conservan.
La diferencia es tan abismal que la población los llama "El Príncipe y el Mendigo", en referencia a la doble moral con que el Estado encara el desarrollo del turismo y el problema de la vivienda.
Según Díaz-Canel, falta sensibilidad y rigor
Este año Ramiro Valdés expresó al medio local Sierra Maestra que no puede ser que unos pocos construyan casas majestuosas, otros revendan materiales y otros descuiden el control y no pasa nada.
Sus palabras contrastan con las denuncias de desalojos de que son objeto muchas familias, incluidas las de esta franja costera, que invaden locales estatales por no tener vivienda o correr peligro de derrumbes.
Para el nonagenario dirigente nada justifica el incumplimiento, aunque las últimas estadísticas revelan que este territorio es uno de los de peor situación en Cuba, donde hay un déficit de 800.000 viviendas, a lo que se suma que cerca del 70% de las casas se encuentran en regular o mal estado.
Al analizar el problema en 2020, el presidente Miguel Díaz-Canel criticó a Santiago de Cuba por ser una de las provincias incumplidoras, y "aunque faltan recursos, lo que se ausenta es la sensibilidad y el rigor".
Beatriz Johnson, gobernadora del territorio en ese momento, señaló: "Explicar lo sucedido es tan difícil como decirle a más de mil familias santiagueras que en el año 2020 por irresponsabilidad nuestra no construimos sus viviendas. En el año 2021 no será igual".
Según las estadísticas, sucedió lo contrario. En solo cuatro años el Gobierno dejó caer la construcción de viviendas en Cuba en un 64%. De 15.491 viviendas que el Estado edificó en 2019, en el 2023 solo fueron 6.205.
Recientemente Cubadebate reconoció la persistencia de un ritmo muy bajo de ejecución de viviendas, mientras que el Ministerio de Economía y Planificación confirmó que dos huracanes y dos terremotos afectaron en menos de un mes otras 46.000 casas, en seis provincias y el municipio especial.
Y se creyeron el cuento que Batista era malo y no hacía nada por los pobres. Ahora están peor con más pobrezas.
La revolución de los" humildes" y para los " humildes" los volvió más miserables y hambrientos en 65 años.Los verdeolivos históricos de altos grados viven como magnates y en lujo junto a sus familiares.El pueblo ,en medio de apagones,basura y viviendo en tugurios, mientras GAESA construye más hoteles...