El 'papá' de los apagones: 22 horas en un día

El déficit de electricidad parecía mayor este fin de semana. La noche del sábado habían anunciado 1.100MW, sin embargo, parecía más grande el problema por los cortes tan extensos, y a veces generales. Ya desde las 6:00PM estábamos sin electricidad y antes de eso solo la pudimos utilizar por seis horas. Los apagones están así de intermitentes, a veces más, a veces menos, de más de 12 horas diarias.

En apagón no hay otra opción: sillas al patio y nadie duerme hasta que llega la corriente. Los mosquitos asedian. Zumban en los oídos y atacan las piernas. Algunos portan los virus del dengue, el oropouche o el chikunguña. No hay familia sin varios convalecientes todo el tiempo. Se ha hecho lo normal. El calor infernal obliga a descubrirnos y quedamos vulnerables a las picadas y a los virus.

Dentro de casa es imposible estar, se suda a chorros. Un teléfono con la linterna encendida ayuda a no chocar con los muebles en la oscuridad, aparentemente eterna. En la calle un transeúnte mete el pie en un bache, con agua de la lluvia que cayó en la tarde, y a viva voz se defeca en la madre de Díaz-Canel. El drama es duro, pero todos ríen de súbito.

Todo el año ha sido de inestabilidad en la generación eléctrica, sea por roturas, por falta de combustible o por la combinación de ambas. La promesa oficialista de un verano sin apagones se volvió sal y agua, como otras tantas, abortada por la crisis sin fin.  

"¡Pero este fue el 'papá' de los apagones: 22 horas en un solo día! ¡Ya esto es la comunidad primitiva!",  exclamó mi vecino, que hasta hace poco era un "comecandela" y ahora no hay día que no maldiga al comunismo. "Desde las 3:00AM que quitaron la corriente, apenas la pusieron dos horas, de 3:00 a 5:00PM del domingo. Y volvió a las 3:00AM del lunes. ¡Es un abuso!", decía, aparentemente sin miedo.

En todas las casas se cocina ahora, casi todo el tiempo, con leña o carbón. La electricidad es inestable y la gasificación no ha llegado a los municipios del interior, ¡todavía! La leña es difícil de conseguir y el carbón es caro. Un saco oscila entre 600 y 1.000 pesos, en dependencia de cuán cerca o lejos te encuentres de zonas boscosas.

La esposa en cama, la madre también. Ambas con fiebre alta y mucha debilidad. No hay diagnóstico. Los médicos apenas sospechan: oropouche o dengue, es lo que parece. Las niñas con bronquitis por otro virus desconocido, pero sin rayos x no se puede determinar definitivamente: dicen que es una nueva cepa de Covid.

Cuando se niegan a comer, porque la inapetencia es uno de los síntomas, la amenaza de llevarlos al hospital los convence de cooperar en la recuperación. Solo imaginar los baños asquerosos, la falta de agua y la comida horrible, los enfermos se paran y toman un plato de sopa al instante.

Al teléfono se le va la carga muy rápido, más por el uso como linterna que por estar conectado. Si se va la corriente, también se va la conexión.  Hace dos años los repetidores de ETECSA no tienen batería, dicen que "por el bloqueo". Pero la empresa tiene dinero, o debería tenerlo, por los servicios que vende en divisas. Más paradojas.

Mientras la autoterapia me sumerge en pensamientos positivos como válvula de escape, ajenos a mi realidad, vuelvo a soplar el carbón de la hornilla improvisada en la carcasa de una olla arrocera vieja, para agilizar el agua caliente del baño. Esta es la quinta que hiervo, a oscuras en el patio. A pesar del calor, estando todos enfermos, no es conveniente el agua fría.

El episodio simbiótico de vida cavernícola con aspectos de la modernidad a media máquina, podría resultar atractivo a un turista sueco o canadiense, como para salir de su rutina estable y segura. Sin lugar a dudas.

Pero para los cubanos, sumergidos en la disfuncionalidad social y la crisis general, con todas las exigencias de la vida moderna y ninguna garantía tangible, resulta un verdadero calvario. Las palabras solo alcanzan a rozar la cruda realidad. El drama es tan complejo que resulta inalcanzable una descripción lo suficientemente gráfica. Perdón por ello.