Cuba vive en los últimos tiempos un panorama convulso. A los efectos de la pandemia y la crisis económica se han sumado los eventos derivados del estallido social del 11J. En particular la represión interminable que mantiene sometidos a persecución, enjuiciamiento y prisión a cientos de cubanos. Un drama humano que no parece acabar, que abona a la estampida creciente de connacionales —en especial de jóvenes— que escapan a la desesperada a cualquier parte. Sea Nicaragua, Rusia, las selvas del Darién o las aguas del estrecho de Florida.
La crisis múltiple —económica, demográfica, política y migratoria— no es nueva. Sus señales se veían hace tiempo. Son causadas por el agotamiento, material y moral, de un orden políticamente autoritario y productivamente atrasado. Sobre estas operan, de modo colateral, las dinámicas geopolíticas derivadas del prolongado conflicto entre los gobiernos de Cuba y EEUU. Cualquiera con un mínimo de información y sentido común, con la capacidad para poder, saber y querer ver, se da cuenta de lo que sucede.
Sin embargo, un sector de la intelectualidad estadounidense sigue cambiando el foco y la narrativa. Por militancia ideológica, interés personal o ingenuidad, estas personalidades culpan principalmente a factores externos —el Gobierno y las políticas de EEUU— de la grave situación de la Isla. Cuando reconocen alguna responsabilidad de La Habana —esa cúpula que ha gozado por seis décadas de un control omnímodo sobre todos los recursos, personas y tiempos del país— en la crisis actual, suelen diluirla o subordinarla dentro de sus propios señalamientos a Washington.
Con uno de estos intelectuales —especialmente solicitado en círculos académicos y políticos del establishment liberal estadounidense— intenté conversar sobre esos temas en vísperas del 11J. Recupero ahora el mensaje que le envíe, preservando la identidad del destinatario, a modo de ejemplo de las posturas arriba mencionadas.
Viernes 2 de julio de 2021, 10:17AM
Profesor: He leído vuestra última columna de opinión, del mismo modo que sigo frecuentemente su trabajo periodístico y académico sobre el tema cubano. Como la pandemia nos impide reencontrarnos y sostener un diálogo sobre este tema, que desearía fuese posible de modo presencial, le dedico estas líneas. No suelo escribir tan extenso y directo a nadie que no sea amigo cercano. Pero la importancia de sus palabras en la opinión pública estadounidense ligada al tema cubano, me lleva a hacerlo.
En su último texto evalúa la revisión actual de la Administración Biden hacia la política hacia Cuba, leyéndola desde el punto de vista de una lógica supuestamente "pragmática", con foco en la política interna, con tintes electoralistas. Donde el temor a un veto de votantes cubanoamericanos signaría la reticencia de Biden a revisar algunas medidas de Trump. Parece Ud. desestimar cualquier responsabilidad de la otra parte en la actual parálisis de las relaciones bilaterales, así como en su impacto sobre la población cubana. Tampoco leo que considere que dicha revisión sea congruente con una agenda de privilegiar la defensa multilateral e integral de la democracia y los derechos humanos, distinta al caos temperamental de Trump.
Como entiendo que ninguna política exterior (ni doméstica) puede prescindir de un balance, en dosis distintas, entre lo pragmático y de lo normativo, veo en su aproximación un primer problema. Su enfoque "realista", no reconoce situaciones reales (derivadas de las acciones del Gobierno cubano en los últimos años) que impactan los principios y margen de maniobra de la actual Administración. Y que complican la situación hemisférica, en lo geopolítico y lo humanitario. Afectando cualquier comprensión de "los intereses nacionales de EUA"; los mismos a los que, según Ud., no contribuye la actual política de revisión cautelosa.
El enfoque de su texto me parece, analítica y políticamente, limitado. ¿Es puramente temor al rechazo del electorado floridano lo que justifica la actual revisión de la política hacia Cuba? ¿Acaso el giro "halcón" de ese electorado (en especial de su sector joven y despolitizado) no revela un rechazo a la situación en la Isla, aquello que afecta a sus parientes y sus propios derechos como emigrados, más que cualquier influencia ideológica del trumpismo? ¿No son para Ud. visibles acciones de la otra parte, que ponen en situación difícil cualquier intento de mejora en las relaciones bilaterales? ¿No ve, incluso, un patrón similar a la postura que siguen otros gobiernos aliados al cubano, como el nicaragüense o el venezolano, de patear cualquier mesa donde se planteen acciones serias para mejorar la situación bilateral, sin sacrificar la situación y derechos de la población cubana?
¿Por qué no considera que, ya durante la bien intencionada Administración Obama, el gobierno cubano incrementó la represión a todo activismo (incluidos los moderados que entonces apostaban por el restablecimiento de relaciones), paralizó las reformas (contra sus propios planes oficiales y el consejo de los economistas nativos) y auspició el atrincheramiento del régimen de Maduro, creando una crisis humanitaria regional?
Por decirlo de modo simplificado: en las dimensiones cívica, económica y geopolítica, La Habana ha tenido una dosis fundamental de responsabilidad en la situación actual de sus relaciones con EEUU. Responsabilidad que queda invisibilizada en su texto. Esta es una postura, por cierto, distinta a la del texto reciente donde menciona al Movimiento San Isidro. Revise, pues, qué ha pasado con esos artivistas (reprimidos, encarcelados, golpeados) en estas tristes jornadas. Y Trump no tiene nada que ver con ello.
Atribuir al legado del trumpismo, con todo lo nefasto que haya podido ser (yo mismo he escrito sobre el tema anteriormente) para la política interna, exterior y el prestigio de EEUU, el marco explicativo principal de la crisis que hoy afecta al cubano de a pie es, cuando menos, naive. Algo inexplicable dado su conocimiento y sofisticación.
Quienes poseemos (como usted y yo) el privilegio de formación científica, acceso a la información y libertad de expresión de una sociedad abierta, podríamos adelantar una mejor perspectiva sobre la crisis cubana. Poniendo a su población en el centro. Y evaluando a la vez cómo lidiar con el principal responsable del deterioro de su situación actual. Tengo familia y amigos en la Isla, la inmensa mayoría de sus problemas no deriva de restricciones consecuencia de las medidas de Trump.
Podría hacerle una larga lista de dificultades cotidianas de quienes conozco, todas emanadas de la forma en que la elite cubana gobierna el país, utiliza los recursos disponibles y administra los derechos de la gente. Pero, para hablar de datos accesibles a cualquiera y como botón de muestra, revise lo que la Oficina Nacional de Estadísticas indicó del gasto en inversión hotelera durante 2020 (en plena pandemia) en detrimento del gasto social; evalúe las cifras (y modalidades) de represión a ciudadanos que exigen pacíficamente sus derechos y analice lo que señaló el Partido Comunista de Cuba en el documento programático emanado de su último congreso. Nada de ello tiene que ver con "incentivos" o "restricciones" derivados del Gobierno de Trump.
Lamento mucho seguir viendo en parte del establishment de analistas de su país, posturas donde la población cubana parece mero paisaje. Una variable incómoda, a la que solo habría que aproximarse —e invocar— desde algo parecido a la caridad. Quienes piden embargos totales —sin correr su suerte— o hablan de relajar toda sanción a la jerarquía —sin asignarle la responsabilidad en la crisis nacional— comparten, paradójicamente, esa postura. Ignoran a las mismas víctimas que invocan, supuestamente en su defensa.
Hay margen para una política más inteligente. EEUU podría ahora mismo incluir a Cuba en la donación global de vacunas, restablecer los consulados y revisar las restricciones actuales (que, de hecho, no eliminan los montos que mayoritariamente llegan a las familias cubanas) el envío de remesas. Todo eso sería una postura humanitaria unilateral, que beneficia al pueblo cubano. Pero debería mantener y ampliar sanciones a funcionarios y entidades violadoras de los derechos humanos, así como impulsar multilateralmente una agenda de acompañamiento de toda la emergencia cívica en la Isla. En especial la de jóvenes, afrodescendientes, mujeres y artistas, que ahora mismo están siendo criminalizados por querer vivir en un país digno de ser vivido. Sin emigrar ni exiliarse.
Es necesario revisar cualquier política que dañe al pueblo cubano, sin impactar a su elite. Pero invisibilizar la responsabilidad de esta última, en el mismo momento que La Habana amplía la restricción de derechos a sus ciudadanos (no solo por motivos políticos) y persiste en una política económica en medio de la contingencia sanitaria, es analíticamente endeble. Y cívicamente insolidario.
Hasta aquí mi mensaje, que no recibió respuesta. Aunque mi interlocutor conoce la persona y obra de su remitente (hemos coincidido en un par de eventos y publicaciones), eligió ignorarlo. Pocos días después, a raíz del estallido del 11J, lo vi acomodar el marco y la narrativa de sus intervenciones públicas, sin varias las tesis y, sobre todo, los objetivos normalizadores. Los cubanos que protestaban aparecieron en sus columnas de opinión para afirmar que justo por ellos había que normalizar de prisa las relaciones entre ambos países, para aliviar su situación económica. Que esos mismos pobres gritaran en las manifestaciones el viejo reclamo "Libertad" y que el Gobierno se las conculcara, de un modo más severo, tras el 11J no parecía relevante. Todas las soluciones se encontraban, principalmente, en Washington. Y allí había que dirigir los reclamos, los reproches y las propuestas.
Estos académicos foráneos —pares internacionales de los reformistas y tecnólogos políticos criollos— ven al pueblo cubano como una especie de paisaje de fondo. Una masa indiferente a los deseos y derechos de que disfrutan, de modo imperfecto pero real, los ciudadanos del hemisferio. Una masa la que habría que compadecer y, si acaso, aliviar con las migajas que, supuestamente, derivarían de una normalización incondicional de las relaciones entre los dos países. Normalización bajo la cual el Gobierno cubano, apaciguado con inversiones y créditos, podría seguir en el poder sin ser importunado por su secuestro de los derechos ciudadanos.
Que se siga promoviendo semejante agenda normalizadora —de cara a la opinión pública y la diplomacia internacional— en esta coyuntura de presos, migración y pobreza rampante, es parte del problema. Un permanente esfuerzo de diálogo, debate o desconstrucción argumental dirigido a quienes compartan semejantes posturas, debería ser parte de la solución cívica. O, al menos, de un esfuerzo intelectual por sincerar las realidades y responsabilidades de todos los actores dentro del inconcluso drama nacional.
Una versión de este artículo fue publicada en la revista Convivencia.
¿Y de qué van a vivir todos esos compañeritos académicos estadounidenses si lo de Cuba se arregla? Ahhhhh... ¡adivina!
La inmensa mayoría de los cubanos que hemos sido esclavos y los que aún lo son entendemos bien que el drama de la esclavitud socialista no es un diferendo entre la isla bloqueada y el imperialismo bloqueador, sino un régimen criminal regenteado por un cartel de narcotráfico que lleva 6 décadas enriqueciéndose a costa de millones de subyugados.
Sin embargo, eso que es evidente para los afectados no lo es para esa casta intelectual de Starbucks que adorna la realidad de la tiranizacion de una nación con palabrerías de biblioteca y soluciones que generalmente pasan por las decisiones y errores yanquis y no por arrinconar y expulsar a los victimarios.
El gobierno cubano está controlado por personas con una mentalidad anti-diálogo, una actitud arrogante fundacional. Desafortunadamente sólo por la fuerza de las armas o en situaciones políticas límites ceden a negociar. Por supuesto que han creado y probablemente continúen los escenarios de pseudo diálogo y hasta de pseudo negociación para terminar abortándolos, o peor, saboteándolos. Casi siete décadas de esta ominosa práctica confirman que todo intento civilizado de hacer entrar en razón a los actores del poder en Cuba es letra muerta y los acuerdos papel mojado. Sobre los académicos de izquierda que tratan como normal el caso cubano, obviamente ese es su negocio.
Gracias al autor y a DDC por publicar materiales de tan alta calidad, profundidad e interés.
Estoy muy de acuerdo con los argumentos básicos del artículo.
Sin embargo, creo que se centró demasiado en los detalles del intento infructuoso de diálogo privado. Intentó contactar al articulista, quien se negó, en todo su derecho, a responderle.
El misterioso ensayo del misterioso autor es público. Por qué no proveer el enlace y responder al contenido del ensayo? Todo lo demás es irrelevante para el público.
Añadiría que Miami y alrededores forman la segunda ciudad de Cuba por el número de cubanos y de lejos la primera por su PIB, lo que pone en crisis la noción de "foráneo", la exclusión de los Estados Unidos de la política cubana. No somos un tema "internacional" sino doméstico, aunque algunos académicos de la desvencijada izquierda prefieran ignorar la realidad, tan adversativa como paradójica.