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Opinión

Tres cadáveres para apuntalar el castrismo en Cuba

Muy mal debe de andar un gobierno y, sobre todo, muy sombrío debe ver el futuro que le aguarda, cuando decide recurrir a instituciones y mecanismos muertos.

La Habana
Mural de un CDR en La Habana.
Mural de un CDR en La Habana. Diario de Cuba

Muy mal debe de andar un gobierno y, sobre todo, muy sombrío debe ver el futuro que le aguarda, cuando decide recurrir a instituciones y mecanismos que han demostrado con creces su ineficacia. Es algo así como intentar revivir a un muerto.

Es lo que han hecho los gobernantes cubanos por estos días, agobiados por una crisis que se manifiesta en todas las facetas de la vida nacional, y lidiando con una población que cada día cree menos en el discurso oficial. Han apostado por tres cadáveres políticos para intentar salir del atolladero en que se hallan: los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y la doctrina marxista-leninista.

Tan sorprendente anuncio trascendió durante una de las sesiones del III Pleno del gobernante Partido Comunista, donde también se dijo que el partido único será más democrático y participativo cuando haya más participación en los CDR y la FMC.

Siguiendo esa lógica, podemos asegurar que el partido jamás será democrático y participativo porque ni los CDR ni la FMC funcionan en la base. Ya no hay reuniones, ni guardias, ni recogida de materias primas. Esas organizaciones solo recogen la cotización a sus miembros —que la pagan para no señalarse en un medio totalitario donde el ciudadano depende mucho del Estado—, para mantener las parasitarias estructuras superiores de ambas.

En el caso de los CDR, hubo recientemente un cambio en su dirección, cuando el espía Gerardo Hernández Nordelo sustituyó al descolorido Carlos Rafael Miranda. Pero ni colocando a una figura más conocida y carismática entre los simpatizantes del régimen se ha logrado que los moribundos CDR levanten cabeza. Ahora, Hernández Nordelo, consciente de que nada puede hacer solo con su organización, se dedica a acompañar a Díaz-Canel en las visitas que el mandatario realiza a los barrios periféricos.

La FMC, además de hacer muy poco por las mujeres, no ha aprovechado la oportunidad de encarar un tema que hoy domina la actualidad de la Isla. De haberlo hecho habría ganado credibilidad entre sus asociadas. Nos referimos al tema de los abusos sexuales denunciados por cubanas.

En días pasados, la secretaria general de la FMC, Teresa Amarelle Boué, compareció en el programa televisivo Hacemos Cuba, conducido por el controversial periodista Humberto López, y únicamente habló de la violencia de género en general, sin mencionar la polémica existente sobre los presuntos abusos cometidos por el trovador Fernando Bécquer contra varias cubanas. La población espera, tal vez en vano, por un pronunciamiento oficial en torno a tan espinoso asunto.

En lo concerniente al marxismo-leninismo, la cúpula partidista confía en que, mediante su difusión, entre otras cosas, se acreciente el interés de los cubanos por el estudio de nuestra historia. Por supuesto, la historia cuya interpretación legitime el actual estado de cosas en la Isla.

Sin embargo, los gobernantes pasan por alto que sucede todo lo contrario. El enfoque marxista con que se enseña la historia en nuestro país hace que los estudiantes la rechacen. Y es que ese enfoque marxista despersonaliza la historia, todo lo circunscribe a la relación entre las fuerzas productivas y el modo de producción, en un contexto en que la labor de las personalidades casi desaparece.

Por otra parte, se habla de marxismo-leninismo, así, en general, pero no se especifica a qué variante se refiere. No sabemos si se trata del marxismo-leninismo del Che Guevara, el de Carlos Rafael Rodríguez, el del trío reformista Bujarin-Jrushov-Gobachov, o el de la triada conservadora Stalin-Brezhnev-Andropov.

No obstante, a juzgar por las últimas declaraciones de Díaz-Canel, cada vez más alejadas del mercado, imaginamos su inclinación por el marxismo-eninismo del Che y el grupo que encabeza Stalin.

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