Hija, dispuse todo temprano. En tu primera siesta, a las 11:00AM, preparé no solo tu almuerzo, sino la merienda y la cenita siguientes, además de las cosas para el baño. Quería no trastocar tu vida con la transmisión "En Vivo" que, desde INSTAR, a las 6:00PM de acá, haría la poeta y académica ítalo-mexicana Caterina Camastra.
Caterina Camastra llegó a nuestras vidas cuando apenas tenías dos meses de nacida. Llegó con dos maletas llenas de cosas necesarias para las víctimas del tornado que azotó La Habana, con todo el dinero que logró recaudar. Llegó y se quedó. Ha estado ahí siempre por redes y, cuando viene a la Isla, saca algún tiempito para venir a jugar a la mantica o subir a la azotea a despedir al sol y pedir protección a la Luna. Caterina Camastra hace fotos que envía para ti y graba su voz con mensajitos amorosos que Mamá te reproduce. Caterina Camastra me defiende en el ciberespacio siempre que soy agredida, la mayor parte de las veces por hombres; también violentan mujeres.
Caterina Camastra te escribió tus primeros versos, en forma de décima, cuando le conté cuáles fueron tus primeras palabras no urgentes. Ya sabes: Mamá, agua, teta. Te los copio aquí:
"Mi hermana Marta sembró una risueña esperanza
que en nuevo paso de danza amén de reír, habló.
Y miren lo que escogió,
Van una y otra palabra:
de 'mar' a 'magia' que abra las puertas de par en par
que por la magia del mar
Nina es nuestro abracadabra".
Y hoy la vimos, hija, contar nuestra historia y recitar sus pasiones, sus furias. Tú le prestabas atención. Te reías cuando ella lo hacía del otro lado, en Morelia (México). Luego, hablabas un rato en tu jerigonza adorable y aplaudías en mis cachetes. Acto seguido, mirabas la pantalla del celular para decirle: "Ven, Caterina. Ven", como llamas al sol y a la Luna, a los pájaros, a tu familia, tus amigos que, en esta cuarentena, no quieren dejar de decirte "te quiero", aun cuando ETECSA los castigue con el fin de sus megas, cuando esta no sea el canal que prefieran.
Me encantas más cuando escuchas leer poesía, Nina, cuando escuchas leer. Y cuando vamos a Bellas Artes con dos de los tíos. Y cuando te muestro edificios viejos viejos. Y cuando me haces detenerme para tocar a un perrito, un gatico... Y cuando cantas villancicos. Y cuando vocalizas la música de los grandes. Y cuando bailas timba feroz y hasta reguetón, Nina. (El reguetón es musicalmente casi siempre tan infantil. Lástima que sus letras sean el reflejo de tanta violencia, de tanto desamparo). Tengo que llevarte al teatro. Cuando pasemos esta cuarentena, que se avizora larga, te llevaré al teatro, hija.
Coincidentemente, hoy se poblaron algunas azoteas. Personas haciendo ejercicios. Otras jugando futbol. Otras solo caminando. Con algunas nos saludamos de azotea a azotea. A otras solo las vimos. No sé si habrán leído la bitácora de Mamá. Aunque Mamá ya no cree en coincidencias, eso no es lo importante. Lo que verdaderamente importa es que había más personas cerca del cielo al atardecer. Y nosotras no estábamos solas al caer la noche.
PD no menos importante: Ayer, mientras escribía en nuestra bitácora, te caíste de nuestra cama. No fue nada porque Mamá previendo había llenado todo de colchones, almohadas, chichoneras que no usas, protectores de esquina... Pero me pegué un sustazo cuando me llamaste llorosa y no te encontré sobre la cama. Te levanté del suelo y te abracé tan fuerte. Tú estabas dormida. Me pediste teta y seguiste. Ahora, te escribo y me río. Ayer lloré mucho. Por eso desarmé el cuarto. Puse nuestro colchón en el suelo, para que caigas de menos altura (aproveché para usar el feng shui que no pude antes de que nacieras), y todo lo de siempre alrededor para que sea, como ayer, indoloro. Veamos cómo nos va.