Hija hoy te contaré todo al revés. A las 9:00PM, mientras trataba de adormecerte con mis teticas, comenzaron los aplausos. Eran tímidos, descompasados, pocos... aplausos. Creo que fue en España donde sonaron por primera vez para reconocer el trabajo del personal médico y paramédico que estaba en la primera línea contra el Covid-19. La convocatoria cubana me llegó hace dos días para la hora del cañonazo, aunque solo ha sonado en La Habana, aunque La Habana no sea Cuba ni para todas las personas que habitamos este archipiélago porque ahora hay murallas invisibles.
No pude aplaudir. (No podré nunca a esa hora, porque duermes o intentaré que duermas el sueño largo.) Eso sí, lloré. Te apreté fuerte contra mí y te expliqué, como con cada llanto, el motivo.
Mamá llora mucho. Desde que estoy embarazada de ti lo justifico con las hormonas. Aunque he llorado mucho desde siempre de alegría y de tristeza, cuando tengo un orgasmo de los largos, larguísimos, en fin, de emociones que no siempre son tristes, como cuando con ocho meses me llamaste por primera vez "Mamá", al día siguiente de nuestra segunda "entrevista" con la contrainteligencia militar. Hoy, lloré de miedo.
Para ti, que aplaudiste antes que nadie tu primer aterrizaje de avión, como si supieras de aquel 11 de septiembre que cambió muchas reglas de los vuelos, en los aviones, los aplausos de esta noche significaron que había que ir a tocar tambor a la sillita desencolada que he puesto en la cocina para hablar por el único teléfono que ha quedado vivo, y que ruge como un volcán en erupción. "Sarandonga", de Compay Segundo —antes del Buena Vista Social Club—, la tenemos en el repertorio que nos legó la tía Clara, que sufre la desilusión de que no sea un tema de la española Lolita.
Me puse un poquito seria y mirándote a esos ojitos color tarde triste te di cuatro opciones que no incluían la percusión, por la hora, porque los vecinos dormían. Te resististe un poquito, una breve perreta. Ya empiezas a imponer tu voluntad. Te abracé y te di muchos besos mientras caminaba contigo por la casa. Cuando estuviste relajada, tetica y a la cama.
Entonces, me tocaba bajar a botar la basura. Eran tres bolsas llenas, pestilentes. El calor de estos días ha sido insoportable. Producimos tanta basura. La mayor parte orgánica, a la que ahora se suman tus pañales desechables que, por suerte, pude comprar (hasta aquí viviste con la versión ecológica por economía, salud y ecología) antes de que, además, se rompiera el motor del agua del edificio. No me gusta mucho la idea de bajar cuando duermes. No tengo otra posibilidad. Me alisto.
La calle está casi desierta. Suena, a los lejos, una jauría de perros. Un hombre, sin nasobuco, conversa en la WiFi de contén en la acera de enfrente. Un carro particular moderno avanza lento. Un perro deambula. No es callejero. Está cuidado y peinado. Se me acerca un poco. Me siento como en una novela de ciencia ficción postapocalíptica. Siento miedo. Apuro el paso. Faltan diez minutos para las 10.00PM. Entro a la casa, me quito los zapatos y el nasobuco, la ropa que meto para lavar y corro a bañarme con el agua más caliente que puedo y el jabón que nos regalaron.
Creo, hija, que he estado en una especie de duelo. Ahora transito por la fase de negación, pese a estar todo el día al tanto de las noticias, manteniéndonos encerradas en casa. Es como si la clausura fuera voluntaria. Pero no lo es. Por desgracia, no lo es. Bajar esta noche me confirmó la fragilidad, la nuestra, la del mundo. Me expliqué por qué en la mayor parte de las fotos de esta naciente bitácora miro hacia arriba, hacia el horizonte. Me prometo, Ponte, mirar hacia abajo como antes, como siempre.
Tu día amaneció sobre las 8:00AM, lo que en ti sería dormir la mañana. Hoy comenzaste a repetir casi todas mis frases. Y cantas estrofas completas de las canciones que tía Marian y yo te hemos compuesto, más otras de tu playlist. Hoy me confirmaste que eres una memoriosa cuando te hablé de la perrita de tu amigo Diegui, que te pasó la lengua por la cara hace diez meses y me dijiste su nombre: "Pari". Casi colapso de risa. Aún no le cuento a sus dueñas. Tengo que hacerlo.
También llamó Yamina, una amiga que nos ha cuidado mucho. Mandaría a Nelson, su compañero, a traernos provisiones, me dijo. Y Nelson llegó en su taxi, justo antes de ir al Mariel en el único trabajo que se ha permitido tener en cuarentena. Tres bolsas llenas con frutas, pollos, viandas, yogurt de fresa, cebolla, aceite... todo compartido y que agradezco tanto. A Yamina ya le levanté un monumento en la calle G, que no debía ser de los presidentes, sino de la amistad. Su monumento es de amor. Es invisible. Pero ahí está, Nina.
Nuestros amigos escriben para saber cómo estamos. Personas que no conocemos también. Por cada una de las 11 que se borraron de Facebook, han aparecido dos. No estamos solas, hija.
No puedo responder los comentarios en DIARIO DE CUBA. Entro con proxys porque está censurado aquí. Suponemos que es eso lo que sucede. En lo que aparece una solución, agradezco a cada persona que ha comentado.
Solo aclaro que, a la izquierda de las fotos desde la azotea, está el edificio Arcos, conocido como El Hueco, en peligro de derrumbe. Detrás de la casa otra edificación apuntalada. Sus vigas de madera son mi vista cuando friego. Algo que, siendo madre, hago con más frecuencia. También, que esta casa no es mía, sino de una amiga que nos la presta para maternar en paz.
Y termino con mi aplauso, el más fuerte que tengo a las 12:18AM de acá, para el personal médico, científico, obreros, agricultores, cortadores de césped, cosedoras de nasobucos, Nelson y Esteban con sus taxis... y periodistas —no quiero olvidar a mis colegas—, que están allá afuera jugándose la vida por nosotras. También por Camila Ramírez Lobón, que ha asumido parte de mis tareas en la calle para protegernos. Eso, Nina, tendremos que aplaudirlo siempre.
Duerme rico, hija. Mamá ya casi va a abrazarte ...
PD: Voy a Twitter a dejar un caso a la atención del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social: Una mujer de 56 años con problemas nerviosos a la que inhabilitan para el trabajo, a cargo de una anciana de 84 años, con una pensión de 280CUP y una hija joven epiléptica y con capacidades disminuidas. A la trabajadora social que atiende su caso le han dicho que su hija mayor, a cargo de su criatura de tres años, y su hijo, de reposo hace dos meses por una cirugía de apendicitis, tienen que mantenerla. Todos los días hay una historia triste en nuestras vidas. Casi siempre la protagoniza una mujer cubana.
Sí, pero el Presidente se ve al fondo a la derecha en la foto con Nina de "Martazos para Nina" ;)