Dudo si escribirte o dejarte hoy de memoria solo un video de la voyerista en que me he convertido. Pero te escribo. Un día de juegos múltiples: dibujar la cuerpa de Mamá, está entre tus favoritos. Comienza a ser atractivo pintarte las manos e irlas estampando en un papel. No obstante, no te convence mucho tenerlas sucias. Haces el gesto de asquito que tanto me gusta y te las frotas, pidiendo a gritos agua y jabón.
Te las lavo. Hay que lavarse las manos. Las barras de jabón debieran ser el invento que marcara nuestro tiempo; no las máquinas, aunque las últimas hayan permitido hacer muchos, hacerlos rápido y traerlos desde China a La Habana en menos tiempo, por poner un ejemplo de larga travesía vigente con el dichoso Covid-19.
Romper papeles también te gusta. Disfrutas mucho la lluvia de esos trocitos o que Mamá los una armando la imagen que destrozaste segundos antes. Para eso te di recortes de periódicos oficialistas que abuelito Isaac me va acumulando para que "me mantenga informada", dice y desembarca una carpeta repleta. Sirven también para envolver los huevos, hacerte tu casa de juegos con la técnica de papel maché y encender el calentador de agua. Desde que me creí periodista, no pude limpiar mi caca con periódicos ni siquiera en los periodos en los que el papel higiénico se extingue. Tengo prejuicios con eso, sea el periódico que sea.
Hicimos música ruidosa para aliviar los sonidos de sierras y martillos que no respetan la cuarentena. El ruido aquí no respeta nada. Es parte de la identidad nacional. A todos les molesta —quizá hasta el que lo hace— pero nadie dice nada. Mamá hoy no dijo nada porque no podía salir de la casa contigo, con el bichito ese amenazando. Así que, a hacer nuestro ruido mínimo con claves, un tamborcito, una flauta y un xilófono. Lo demás no tiene baterías. Mamá olvidó comprar las recargables y de las otras tampoco hay. Ahora no hay de casi nada. Pero en Cuba para hacer música solo hace falta una lata y un palo, como el tema de Afrocuba que tocas exactamente como indica su letra.
Por primera vez cantaste una canción completa y luego otra. La primera la compuso tía Marian para tu jirafa títere llamada Melman. La segunda dice "Pimpón es un muñeco muy lindo y de cartón...", desconozco quién es su autor, pero le agradezco cada lavadita de cara que te hecho desde que naciste. Las cantas y las bailas, Nina.
Por primera vez también te hice una comidita cercana a lo tradicional. Como si mi abuela María me dictara, te preparé arroz blanco, ensalada de tomates y picadillo (carne de res picada con ingredientes de los que dudo, incluso químicos, que me venden por la cartilla de racionamiento para ti) con bolitas de plátano de freír madurito. Lo devoraste todo. Yo también mi parte. Creo que somos unas privilegiadas, hija.
En medio de todo coordiné una transmisión en directo con una poeta que adoro para ayudar en el encierro a quienes pueden financiarse las groseras tarifas de ETECSA. Contesté una veintena de mensajes de trabajo y de vida. Di recados. Hice fotos y videos, también el que opto por no ponerte —no ahora—. Casi ignoré a dos amigos. Sigo con mensajes del día de mi cumple sin responder. Tampoco pude avanzar mucho en las respuestas a las personas que comentan esta pública bitácora para ti.
Caminamos mucho por la casa. No quisiste subir a coger sol tempranito. Preferiste leer un libro de la editorial Chirimbote, de su colección Antiprincesas, sobre la pintora mexicana Frida Khalo. Luego, sí: saludaste al sol y la ciudad casi desierta, y a un totí que nos sobrevoló, por su nombre. Me encanta que no tengas rutinas, que no me permitas hacer planes. Los planes me parecen aburridos si no son trabajo.
No subimos a la azotea al atardecer porque el sol estaba oculto tras nubes grises que anunciaban una lluvia que no llegó. Tan necesaria la lluvia. Desde la ventana vimos a nuestro vecino hacer ejercicios en la azotea de enfrente. Es alguien a quien llamas por su nombre, sin que lo sepa. No lo escribo porque Mamá no le pidió permiso y es conocido. Él tampoco sabe que cuando Mamá se ha sentido insegura, piensa en que él y su compañera habitan en frente. Una vez, me llamó para decirme que, si me hacía falta, contara con su ayuda. Mamá estaba en problemas.
En Cuba la gente usa poco las azoteas: están atestadas de lo que sea o en desuso. Nosotras sí, aun cuando podíamos salir a la calle, al parque, a jugar, trabajar..., nos gusta invitar ahí a nuestros amigos. Tenemos de la azotea muy buenos recuerdos. Espero sea segura ahora. Una amiga me contaba que a ella en España le habían prohibido subir al techo en la cuarentena.
Desde la ventana también vimos al hombre del saco, digo, de los bocaditos de helado. Hoy eran dos, con nasobuco. Uno, el que manejaba el triciclo, lo lleva puesto. El otro, no. Era, casualmente el que acercaba el helado al comprador. Pararon ante la llamada de un vecino. "Chocolate, fresa y caramelo", creí escuchar los sabores gritados desde la calle. De pronto un hombre vestido de verde apareció, como de la nada. Traduzco la mímica:
—Buenas. Me permite sus documentos. —Claro, buscando en su bolso.
Parece que le hace una foto con un celular al documento. Se lo devuelve. Le pide al de la mascarilla colgante que se la ponga. El hombre asiente. El militar saluda y se va. El hombre sigue con el trapo colgándole del cuello, como si nada. Cruza la calle y lo pierdo de vista. Espero no esté enfermo. Espero no sea portador asintomático.
Te baño y cenas. Leemos un ratico más. Pero estás cansada. Una tetica y a dormir.
Mañana será otro día, Nina, dice uno de mis personajes femeninos favoritos del cine y la literatura, en ese orden la conocí. Voy a fregar, desinfectar, tender tu ropita y bañarme... ya casi te abrazo.
Jaja, solo en Cuba. Nunca vi eso en Colombia, que un policía te pidas la cedula y le tiren foto. ¿Para qué? Bien anacrónico en el caso cubano, los policías chinos tienen un sistema de "swipe" y ahí mismo te pueden decir si tu eres malo o bueno, jajaja.