Los monumentos son como puntos tangibles de la historia, marcas que en el contexto habitado va dejando la sociedad para señalar eventos y personas dignas de recordación y/o adoración. Además de la relevancia que en sí mismos guardan, establecen un fuerte vínculo con el espacio donde se emplazan, el cual les completa, otorga sentido y mayor significación. Por eso cuando las circunstancias cambian, se hace necesario revisar aquellos que acompañan e ilustran la nueva realidad.
Todo depende del punto de vista con que se observa. Algunos monumentos sobreviven en su sitio como vestigios del pasado, otros son destruidos o desplazados para así eliminar su relación simbólica con la sociedad. ¿No justificó esto la retirada de las esculturas de monarcas españoles de las calles habaneras durante la República, y de presidentes cubanos, comerciantes y banqueros después del triunfo de la Revolución?
A algunos los asistió la suerte, como a José Miguel Gómez, quien mantiene su flamante monumento en la Avenida de los Presidentes; y a Carlos III, quien hasta 1974 permaneció al inicio de la avenida que popularmente conserva su nombre. Se desconoce por qué, siglo y medio después, fue depuesto con saña de su pedestal y fue a parar al Museo de la Ciudad, junto al malquerido Fernando VII. Este último había sido retirado en 1955 de la Plaza de Armas, que en lo adelante tuteló el padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes. Desde 2017, las esculturas de ambos reyes se preservan a un costado de esta plaza, recordando que en tiempos coloniales ambientaban significativos espacios urbanos.
No obstante, otras razones también asisten la mudanza de monumentos, a veces convertidos en verdaderos viajeros. Su conservación es la razón más poderosa que justifica la recolocación de obras en otros sitios, como el monumento a Calixto García trasladado entre 2017 y 2019 de El Vedado a Playa, para resguardarlo de las inundaciones costeras. Descontextualizados, merma la capacidad de apreciación y entendimiento del bien, tal y como funcionó o fue concebido, pero se favorece su preservación física.
Como los famosos templos egipcios de Abu Simbel, en Cuba también existen monumentos viajeros con una historia interesante por contar, testigos de la temprana voluntad de preservar fragmentos de nuestra historia. El primero de ellos, considerado además el más antiguo de La Habana, es el monumento funerario de María Cepero y Nieto. Esta habanera murió con 20 años de un disparo accidental, durante una ceremonia en la Parroquial Mayor en 1557. Allí fue enterrada y el sitio del siniestro marcado con una elaborada placa de piedra, una de las pocas de estilo Renacimiento Español que se conservan en América.
Este monumento recuerda la precariedad de la vida en los primeros años de fundación de la villa, en la que participaron activamente las familias de María y de su esposo Juan de Rojas Inestrosa, ambos descendientes de colonizadores de Cuba, Florida y Perú. Su placa conmemorativa debió ser de las primeras situadas en el templo, una vez reconstruido tras el ataque del corsario Jacques de Sores, en 1555. Y es la única que se conservó luego de que fuera demolido en 1777.
La Parroquial Mayor se hallaba en la esquina de Obispo y Oficios, donde luego se construyó el Palacio de los Capitanes Generales. En la casa natal de María Cepero (hoy restaurante La Mina) se ubicó su placa hasta 1914, cuando se trasladó al Museo Nacional (Bellas Artes) que entonces estaba en Concordia y Lucena. En la casa de Oficios se instaló una copia que aún puede observarse.
Con la colección del Museo, la placa original se mudó a la Quinta de Toca, en Carlos III, en 1917; y a Aguiar 108, en 1923; hasta que, en 1937, se instaló definitivamente en el patio interior del Museo de la Ciudad, recuperando el sitio aproximado donde estuvo el templo y donde debió morir María.
Otro monumento que también ha andado La Habana es la fuente de Neptuno (1835). Encargada por el capitán general Miguel de Tacón en honor al comercio habanero, fue realizada en Génova en mármol de Carrara, e instalada en el puerto por su sucesor Joaquín de Ezpeleta. Para ella se construyó al fondo del Templete, un espigón octogonal de 29x6 metros rodeado por un banco con respaldar de hierro. La fuente tenía una taza cuadrada con las esquinas salientes y redondeadas. En el centro, sobre un pilar del que vertía agua sobre unas conchas, se apoyaba la estatua de Neptuno con su tridente.
Al sobresalir del muelle, de ella se abastecían hasta tres barcos a la vez, amarrados al espigón por argollas de bronce. En 1845 fue embestida por el bergantín norteamericano J. B. Huntington, y requirió reparaciones. En 1871 se decidió trasladarla lejos del borde marítimo y se reubicó en la esquina de Neptuno y Zulueta. Concluido el Parque Central en 1881, la fuente se trasladó al Paseo del Prado, a la altura de la calle Genios; pero a finales de siglo ambientaba otro parque con forma de elipse construido al sureste del Castillo de La Punta, donde hoy está la entrada del túnel.
Allí permaneció hasta 1912, cuando fue reemplazada por la escultura de José de la Luz y Caballero. Se desmontó y guardó hasta 1915, cuando volvió a montarse sin su taza en el Parque Gonzalo de Quesada, en El Vedado. Finalmente, en 1997 regresó al puerto, al final de la calle Empedrado, próxima al emplazamiento original donde homenajeaba el próspero comercio portuario que caracterizaba La Habana.
Pero tal vez el viaje más asombroso es el de un monumento muy singular: la habitación donde murió Máximo Gómez. Este prócer de la independencia cubana falleció en 1905 en la casa de 5ta y D, en el Vedado, que pertenecía a Josefa Sánchez y Giquel, madre del eminente arquitecto cubano Joaquín Weiss. En el primer aniversario de la muerte de Gómez, el Comité Liberal Nacional del Vedado instaló en la fachada de la casa una placa conmemorativa que aún se preserva.
Cuando en 1908 la familia vendió la casa a la Iglesia Católica, los patriotas Benito Lagueruela y Vicente Font solicitaron trasladar la habitación al Museo Oscar María de Rojas, en Cárdenas. Para ello el obispo donó el piso, las puertas y el techo, y en 1909 la habitación se reconstruyó con la mayor fidelidad posible en el nuevo emplazamiento. El conjunto se completó en 1913, cuando Urbano Gómez Toro donó el mobiliario original, unas pantuflas, una copa de vidrio y la máscara mortuoria de su padre.
Por si no fuera poco la reconstrucción de este espacio en otra ciudad, en 1986, por solicitud de Elvira Rojas, la habitación volvió a trasladarse de sitio. Esta vez fue al antiguo Cuartel de Caballería del ejército español, que desde 1932 era el Centro de Veteranos de Cárdenas, y que entonces pertenecía al Museo Oscar María de Rojas.
Totalmente descontextualizada y recreada desde el valor conferido a los elementos arquitectónicos originales que involucra, es uno de los monumentos más estrafalarios justificado por un afán de respeto y recordación. Por otra parte, el emplazamiento original, más allá de la placa conmemorativa, no guarda las señas de la casa decimonónica, pues fue continuamente transformada desde que en 1923 acogiera el colegio católico de niñas "Our Lady Help of Christians", de las hermanas dominicas americanas. Intervenido después de la Revolución, el inmueble asumió distintas funciones y hoy se restaura para que sirva de sede de la Unión de Historiadores de Cuba.
seguramente se refiere a Elvira de Rojas... , era hija del patriota cardenense Carlos María de Rojas... pero a mi no me creas...
Gracias. Así parece. Me obligó a buscar en Internet.
Lo más loco de esos traslados es lo de la habitación donde murió Máximo Gómez, ni la habitación es original, ni el hombre murió en Cárdenas. (Por cierto, ¿quién era Elvira Rojas?)
Pues como escribí recientemente, uno lee sobre la realidad cubana actual y a su vez lee estos fantásticos textos de Yaneli Leal, y es como si Yaneli viviera en las alturas, muy por encima de las miserias que el socialismo le trajo al terruño. No voy a decirlo más, pero eso me admira y me parece que ella guarda en sus textos, la Cuba que fue, para liberarla algún día. La destrucción de estatuas pudiera tener suficiente curriculum para una carrera universitaria. Los países de Europa del Este han hecho museos con ellas. En Estados Unidos, los sarampionosos más liberales las atacan como si fueran molinos de viento. En Cuba, ni hablar, como se lee aquí. Pero la capacidad de abstracción de Yaneli nos ofrece detalles sin insistir en el contexto. Como si el contexto histórico en el 1974 y en el 1925 hubieran sido similares. El año 1959, no divide para ella la historia de Cuba. Tal vez eso explica su prioridad en lo perecedero. Y es cierto: de la Revolución de Fidel, no quedará ni el nombre.