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Literatura

Fermín Gabor y Antonio José Ponte, juntos en un libro muy polémico

'La lengua suelta, seguido del Diccionario de la lengua suelta' acaba de publicarse y conversamos lengüisueltamente con uno de sus autores.

Madrid
Antonio José Ponte.
Antonio José Ponte. DDC

A unos metros de la pared toda llena de libros leo en grandes letras: "Dante", "Unnatural", "Stalin", "Pessoa", "Habana" y "Rudolf II". Y si estos estantes fueran una nube de palabras, uno de esos ordenamientos que destacan en tipografía mayor las obsesiones de un texto, estas serían las obsesiones de la biblioteca de Antonio José Ponte.

Aunque no hago más que comentárselo y él responde que simplemente me estoy fijando en los lomos más gruesos. "Estás mirando los cachalotes", dice.

Sus obsesiones serán entonces otras, y precisamente le he pedido que hablemos de un cachalote de más de 700 páginas recién publicado por la editorial sevillana Renacimiento: La lengua suelta, seguido del Diccionario de la lengua suelta, que firman él y Fermín Gabor. O viceversa. Ponte, el menos seudónimo de los dos, es capaz todavía de sonreír cuando le cito alguna frase del libro. Le encuentra gracia aún, y no es difícil suponer que se ha divertido escribiéndolo.

Es invierno en Madrid, un invierno con sol y cielo azul, y salimos a tomar un café. Andamos tanto como si él se hubiera olvidado de su invitación, pero es que a Ponte le encanta caminar, y además dice que hay que procurarse el café menos malo en una ciudad donde se come y se bebe de maravillas pero se toma muy mal café.

"No lo pidas", me advierte de un pastel, "que la cocina española no sabe hacer hojaldre."

Y sigue con esta explicación: "Dejaron la repostería en manos de las monjas".

Sin embargo, yo insisto. Le aviso que utilizaré un seudónimo para nuestra entrevista y este detalle no parece caerle bien. Aunque no pregunta por qué no voy a firmar con mi nombre, sino cuál va a ser mi seudónimo.

"Susana Camagüey es un nombre imposible", opina.

Igualito que Fermín Gabor, le digo, y así empezamos.

En los primeros años de este siglo o de este milenio circularon por La Habana, como mensajes electrónicos a una lista de correos, unas crónicas bajo el título de La lengua suelta. Las firmaba un tal Fermín Gabor y se ocupaban de dar cuero, cortar leva, dechabar y arrancar las tiras del pellejo a casi toda La Habana literaria, incluyendo altos dirigentes.

La lengua suelta pasó luego a formar toda una sección de la revista digital La Habana Elegante, dirigida en EEUU por Francisco Morán. Cubrió una década de vida cultural y política, y ahora Antonio José Ponte las ha reunido en este volumen, del que a continuación hablamos.

Voy a proponerte que dejemos para más tarde a Gabor y tratemos de tu parte en este libro.

¿Gabor para más tarde? Si Fermín Gabor no hubiera escrito y publicado las 60 entregas de La lengua suelta yo no me habría puesto a hacer un diccionario que las acompañara. Sin Gabor, este libro sencillamente no existiría.

Bien. Digamos que Fermín Gabor escribió La lengua suelta y, años después, tú escribes el Diccionario de la lengua suelta, y juntas uno y otro libro en este libro único.

Exacto.

¿Qué sabemos de Fermín Gabor?

Evidentemente, es un seudónimo, y habría que preguntarse por qué alguien se decidió por ese apellido, de las hermanas hollywoodenses Zsa Zsa y Eva y Magda.

Y también por un nombre tan taurino.

O de amigo juvenil de Martí.

Sí. Mucha gente ha sospechado que Fermín Gabor eres tú.

Ajá.

Creo, incluso, que algún escritor oficialista te achacó por escrito esa autoría.

Edel Morales, si no me acuerdo mal. Arturo Arango atacó a Gabor desde La Gaceta de Cuba, comparándolo con otro seudónimo, Leopoldo Ávila, que tanto contribuyó a la persecución política en los años 70. Y lo atacó también, desde el exilio, Ernesto Hernández Busto.

Tú te ocupas de ambos en el Diccionario de la lengua suelta, de Arango y de Hernández Busto.

De los dos. Del primero como fiel cumplidor de las normas de represión castrista y del segundo como traductor del japonés. Y también de Edel Morales.

En tu prólogo a este libro das a Fermín Gabor por desaparecido.

Han pasado más de diez años sin señal suya, así que, quienquiera que haya sido, ya no es. O, para decirlo en términos espiritistas, ese ser no ha querido manifestarse más.

Pero, ¿cómo se explica entonces que haya una cuenta en Facebook con su nombre, donde se han publicado algunos fragmentos de este libro y donde aparece también tu nombre?

Bueno, Nat King Cole no estaba vivo cuando cantó "Unforgetable" con Natalie Cole.

Aquí, en el prólogo, escribes: "Es una pena que Fermín Gabor haya desaparecido antes que tantos de los que él se ocupó en La lengua suelta: escritores, editores, comisarios políticos, ministros, chivatos o lo que fueran". ¿Podría decirse que el Diccionario de la lengua suelta es un intento de contar las vidas de toda esa gente que ha sobrevivido a Fermín Gabor?

Exactamente. Unas brief lives, como las de John Aubrey. Vies minuscules, como en Pierre Michon.

¡Pero si en este diccionario aparecen incluidas figuras como Alejo Carpentier, Lydia Cabrera y José Lezama Lima!

Ah, no, no, digo breves o minúsculas sin sentido peyorativo alguno. En este diccionario hay sujetos de todo tamaño y, lo mismo que Gabor en sus entregas, yo me entretuve condenando y alabando.

Más lo primero que lo segundo, me parece. Tu parte en este libro tiene mucho de cementerio. De un cementerio, como el de tu primera novela, Contrabando de sombras, que Bokeh reeditó recientemente. Y la nota de solapa habla de Gabor y Ponte como "lapidarios asociados".

Pero no tendrían que ser forzosamente lápidas funerarias las que fabricamos, podrían también ser tarjas conmemorativas, ¿no? Aunque es verdad que un diccionario biográfico termina siempre pareciéndose a un libro de asientos sepulcrales y en su autor hay siempre algo de registrador de cementerio.

Yo estaba revisando las pruebas de imprenta cuando falleció Alicia Alonso y dejé que su muerte entrara en el libro. Alicia Alonso había amenazado con durar 200 años… También me llegaron noticias de la muerte de Roberto Fernández Retamar y me dio tiempo a registrar su fallecimiento y a ocuparme del curioso obituario que su hija narradora publicó en La Jiribilla.

¿Curioso en qué sentido?

¿No leíste esa parte?

No recuerdo…

Ah, no te sientas cogida en falta. Un diccionario no es lectura que haya que hacer desde la primera hasta la última página. Más bien se lee a picotazos.

A zancadas.

Haciendo zapping.

Este diccionario suyo tiene de novela y de ensayo, y tengo que confesarte que hubo momentos en que me preguntaba si era un diccionario serio.  

¿Serio? ¿Qué entiendes por diccionario serio? Yo no creo que este libro sea un instrumento recomendable para quien haga estudios literarios, pero quien esté interesado en ciertas anécdotas reveladoras haría bien en hojearlo.

¿Anécdotas reveladoras? Yo las llamaría chismes.  

Perfecto, no estoy en desacuerdo con que las llames así.

En un ambiente tan opaco como el cubano, el chisme es revelación. Revelación, no solo en su acepción periodística, sino religiosa.

Un buen chisme, no un chisme bobo, puede ser pura epifanía. Gracias a él, gracias a ese dato o anécdota, gracias a esa novela comprimida, algo termina por manifestarse, por revelarse, por aparecer en todas sus evidencias y consecuencias delante de nuestros ojos.

Este Diccionario de la lengua suelta contiene una crónica del cumpleaños de Fidel Castro celebrado en casa de Pablo Armando Fernández, una discusión de Fina García Marruz y Cintio Vitier contigo en un parqueo, el juicio donde Guillermo Rodríguez Rivera acusó de difamación a Desiderio Navarro, el hallazgo por Seguridad del Estado de unos juguetes sexuales en el equipaje de Julio Cortázar, el pasado de Nicolás Guillén como censor a las órdenes de la dictadura de Machado, y muchos episodios más. ¿Cuánto de testimonio de primera mano hay en todo esto?

Estuve presente en el juicio de Rodríguez Rivera contra Navarro. Fue divertido, puro teatro del absurdo.

Al cumpleaños celebrado en casa de Pablo Armando Fernández no fui invitado ni habría ido de haber sido invitado, pero me ocupé de escuchar cuantas versiones de asistentes alcancé por esos días. Aquello no fue teatro del absurdo, sino mamarrachada de carnaval, con Gabriel García Márquez vestido de color mamey, Fidel Castro con una camisa de cantaor flamenco debajo de su uniforme, y un cake que no alcanzaba para todos los invitados, dada la tacañería de Miguel Barnet.

De muchos de estos episodios en los que no estuve existe rastro escrito, que he citado. Se trata de fuentes más o menos fiables, no me he inventado nada.

Me ha encantado el retrato que haces de Juana Bacallao.

Ah, siento mucha simpatía por ella. Creo que a mucha gente le pasa lo mismo. Me gustan sus frases, que colecciono y de las cuales cité varias.

También disfruté mucho leyendo las entradas dedicadas a Rafael Alcides, a Lorenzo García Vega, a Carilda Oliver Labra, a Manuel Díaz Martínez…

Procuré que algunas entradas del Diccionario... fueran una suerte de nuevos cromitos cubanos. Que Manuel de la Cruz me lo perdone.

Dices que Carilda Oliver Labra es la jefa de enfermeras de la poesía cubana, lo cual me hizo reír. Es humorístico y cariñoso el retrato que haces de ella.

A Carilda le encantaba meter historias clínicas en sus poemas y cito ejemplos de esa costumbre suya. Debió creer que así hacía más moderna su poesía.

Y has escrito líneas tremendas contra la Generación del 50, Antón Arrufat, Norberto Fuentes, Víctor Fowler, Alfredo Guevara, Zoé Valdés, Leonardo Padura, Ambrosio Fornet… Tengo que decirte que yo soy lectora de Padura.

Ok, para eso sirve escribir con seudónimo. Para declarar con impunidad los gustos más dudosos.

No, no, tendré que explicar luego el por qué del seudónimo. Pero pasemos a la música… Silvio Rodríguez y, en general, el Movimiento de la Nueva Trova salen especialmente mal parados.

Pablo Milanés no sale mal parado del todo, porque reconozco que es un intérprete maravilloso.

Pero le haces una fuerte exigencia…

No, yo no le exijo nada a nadie. Este es un diccionario (y no lo digo por Pablo Milanés, sino en general) lleno de gente irredimible, sobre los cuales caben pocas esperanzas. Ninguno de ellos va a cambiar por lo que pueda decir yo.

Pablo Milanés exigió a las autoridades cubanas que pidieran perdón a las víctimas de las UMAP, donde él fue internado. Me pareció excelente su petición, porque es un paso en la aclaración de responsabilidades en crímenes y violaciones. Sin embargo, en nombre de la coherencia, él también tendría que responder por haber compuesto y cantado, nada más salir de la UMAP, tanta música enaltecedora del régimen o revolución que lo encerró allí y que siguió machacando a tantísima gente.

Tú cuentas que fue el comandante Juan Almeida quien hizo que internaran a Pablo en la UMAP. Nada más y nada menos que por envidia de compositor.

Lo dice así en sus memorias el director teatral Francisco Morín y, según Morín, fue el propio Pablo Milanés quien se lo confesó.

Te agradecería que me explicaras tu rechazo al Movimiento de la Nueva Trova.

Fue música para un público cautivo. A partir de 1959 las autoridades revolucionarias arrasaron con la música cubana, prohibieron una cantidad enorme de música extranjera, encerraron a rockeros en la UMAP, y dentro de aquel desierto la Nueva Trova sonó a algunos dulcísima, como agua de manantial.

Sé que en otros países esas mismas canciones ayudaban a pasar sus penas a quienes luchaban o esperaban dentro de dictaduras de derecha. Al fin y al cabo, era un producto de exportación. Canciones para las cocktail parties del comandante "Barbarroja" y de Haydée Santamaría, las cabezas de la invasión militar y propagandística cubana en toda América Latina. Los de la Nueva Trova criticaban en sus canciones otras sociedades, pero en cuanto se trataba de la cubana, caían en una introspección lírica bochornosa y se hacían madrigalistas. O glorificaban abiertamente el castrismo.

En resumen, música para un público cautivo, con el agravante de alabar a las autoridades cautivadoras. La música de la Nueva Trova es una transcripción para voz y guitarra de síndrome de Estocolmo. Detestable.

Hablemos de censura. Hay muchísima información en este libro sobre la censura política y la vigilancia policial. Las entradas que les dedicas a Guillermo Cabrera Infante, José Lezama y Virgilio Piñera son como ensayos breves en los que continúas  lo que es una obsesión tuya, de libro a libro. Una obsesión que está en las novelas Contrabando de sombras y La fiesta vigilada, y en el ensayo Villa Marista en plata.

Ojalá fuera solamente una obsesión mía. La literatura cubana está mal escrita, pero muy bien vigilada. Ya que iba a ocuparme de esos nombres que mencionas, sobre los cuales había escrito antes, decidí extenderme sobre las afectaciones que pudieron traerles la vigilancia y la censura política.

Tracé un esquema elemental de cómo fue vigilado José Lezama Lima. De cómo primero lo espiaron, luego le hicieron saber que era espiado y, más tarde, alardearon públicamente de ese espionaje. Todo esto en vida suya. Y cuando murió presionaron para imponer el orador de su funeral (algo a lo que se prestó como recadero Eliseo Diego) y Alfredo Guevara hizo que filmaran el entierro, en contra de la voluntad de la viuda.

Y, tal como cuentas, le tocó sufrir después de muerto la embestida de Cintio Vitier.

Sí, para empeorar todavía más las cosas. Cintio Vitier, el creador del castrorigenismo, de quien Gabor compuso una oprobiografía.

Es buena la invención de esa palabra.

Ahí se la comió Gabor.

Fermín Gabor es un seudónimo, yo misma estoy utilizando uno para hacerte estas preguntas, y no es para hacerme perdonar mi debilidad por las novelas de Padura, sino para evitarme antipatías. Me pregunto si calculaste el número de enemigos que vas a hacerte con la publicación de este libro.

Lo pensé, pero no fue un pensamiento paralizante.

Ponte, en la solapa de este libro viene una frase que suscribo íntegramente: "Fermín Gabor y Antonio José Ponte, lapidarios asociados, han dejado en estas páginas un montón de frases que animan a reír. Y a subrayarlas". Te agradezco mucho esta conversación.

Soy yo el que te agradece, Susana, y pienso que deberías seguir utilizando ese seudónimo. Para la próxima podrías confesar que eres lectora de Manuel Cofiño.

¡La última mujer!

¡El próximo combate!


La lengua suelta, seguido del Diccionario de la lengua suelta, de Fermín Gabor (Renacimiento, Sevilla, 2020).

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10 comentarios

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Ernesto, porfis, dinos de qué manera alguien va a citar nada de PD si la página ha desaparecido gracias a tu tacañería o tu pasmadera. Eres el viejito Pánfilo de la literatura cubana.

Me divertí mucho leyendo las entregas de la Lengua Suelta, de la que no sólo hay que alabar los textos picaros e imaginativos, de una vivacidad y veracidad como de testigo presencial, sino también los montajes fotográficos, en especial los dedicados a Barnet y a Pablo Armando. No se me olvida la cara de mi entonces vecino y siempre amigo Pablo Armando, cuando le pregunté con una sonrisita socarrona si conocía la Lengua Suelta... Abel Prieto se lleva palmas en los fotomontajes, con aquel donde aparece como un gato Volador...Debo decir que leí y coleccioné y aun guardo digitalmente las 60 entregas de la Lengua Suelta, y las envié a muchos amigos en Cuba y fuera de de Cuba. Un festín de humor culto, una historia de la cultura cubana en clave de humor. Un letrado látigo con desenfadado cascabel.

Leo aquí con cierta sorpresa que Hernández Busto "atacó también [a Fermín Gabor], desde el exilio". Me permito pedirle al entrevistado --o a la entrevistadora apócrifa-- que cite esos ataques que, francamente, no recuerdo haber hecho. En el blog "Penúltimos días", que llevé durante varios años, fueron siempre citadas y celebradas las crónicas de Gabor, incluso aquellas en las que me atacaba. Siempre me parecieron, y me siguen pareciendo, muy simpáticas. No a la altura literaria de las "vidas minúsculas" de Michon, para citar la genealogía que el propio entrevistado se regala, pero divertidas, sin duda. Algunas, incluso, necesarias en el pacato ambiente intelectual cubano. Celebro el reciente outing de Gabor y leeré con el mismo gusto de hace años sus críticas a mis versiones japonesas.
EHB

Ernesto Hernández Busto, lea mejor o tuerza con más arte. Cuando el entrevistado menciona a Michon y a Aubrey no está hablando de las crónicas, sino del "Diccionario de la lengua suelta", que no ha sido publicado hasta ahora. Por descontado, esas fichas no están a la altura, no ya de Michon, sino de Aubrey, que ha pasado la prueba de más siglos. Ni siquiera a la altura de Manuel de la Cruz, a quien le pide licencia. Estos tres autores son mencionados en la entrevista como modelos, no como iguales. No proyecte su parejería intelectual sobre los demás. Y en cuanto a su memoria de aquel blog, supongo que será tan exacta como esta lectura que acaba de hacer. Quien esté interesado, que consulte el libro.

Bueno, Ponte, veo que no puedes citar ningún ataque mío a Fermín Gabor. Pero nunca está de más hacerse un poco de autopromoción aumentando la lista de "atacantes", supongo, igual que nunca está de más acarrear modelos ilustres para dar bombo a tus cromos.

Ernesto Hernández Busto, para jugar a emplazador hay que leer mejor. Al respecto, consultar el libro, incluso la parte de Fermín Gabor, publicada hace años.

Hacer caja con quien te emplaza a citar pruebas de algo que no citas es pobre marketing. Iría corriendo a comprarlo, créeme, pero ¿para qué? A Gabor ya lo leí en su momento, y hasta celebré su desparpajo. Para relecturas hay mejores listas, creo. Los cromitos suenan tentadores (no todos los días alguien se vende como el Michon cubano), pero eres retratista tendencioso y —visto lo visto— poco ajustado a la verdad. En cuanto a tu opinión sobre mis versiones japonesas, ¿cuánto podría interesarme la de quien sabe aun menos japonés que yo, por muy pobre que sea el mío? (En fin, señor Gaonte (¿o Pongor?), suerte con sus quesos agrios. Son parte del menú, claro, pero si se abusa, repiten.

Ernesto Hernández Busto, parece usted preocupado. Lea o relea lo que quiera, sin declararlo presuntuosamente. Y en cuanto a mi opinión sobre sus traducciones del japonés no se basan, por descontado, en mi pericia en ese idioma, que es nula.

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