En 1972 se estrena oficialmente el Movimiento de la Nueva Trova, que, como hemos olvidado, ocurrió a instancias de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). El Movimiento no fue solo canción, ni siquiera fue solo canción comprometida, sino que constituyó también activismo político oficialista.
Hay que admitir que, pese a la retorcida burocracia comunista que le servía de base, la Nueva Trova logró una conexión popular bastante sincera y sus mejores exponentes resultaron compositores de primera línea. Como banda sonora de la Revolución, durante las décadas de los 70, y sobre todo los 80, la Nueva Trova y sus mejores músicos no carecieron de inspiración ni de la impresión de llevar cándidamente el espíritu de la epopeya revolucionaria.
Fue contradictorio, el acto de sublimación poética conviviendo con la represión, pero fue la historia del pueblo cubano. Al mismo tiempo que se participaba en actos de repudio, se coreaban canciones al amor. Al mismo tiempo que Pablo y Silvio componían canciones altruistas, participaban en actos de repudio. En el futuro, este enigma de la conciencia deberá ser explorado, esa confusión colectiva. En este breve artículo sólo propondré la desgracia que para la tradición de la guitarra trajo el pacto político de sus autores, valiéndome de un pequeño recorrido por su compromiso.
De los géneros del arte, probablemente fue la canción quien mejor llevó el matrimonio forzoso con la política. La Revolución no ha tenido muy buenas relaciones con la novela, tampoco entendió mucho de poesía o de lienzos en su etapa estalinista. La canción, sin embargo, pudo medrar. Quizás porque la idealización romántica, la falacia cándida, el acto de sublimación, están más en su costumbre o en su índole, de manera que no les fue difícil a los compositores abandonarse a la ensoñación que el Poder exigía de ellos en el momento. Incluso en el peor rigor estalinista, mientras las artes sufrían forzadas por la burocracia al realismo socialista, los trovadores lograron buenas canciones. De modo que la unión de, al menos, una forma de arte y el Poder, parecía consumada con toda felicidad. Sin embargo, una alianza de ese tipo nunca podría ser de realización sino de pérdida, y si las consecuencias para la Trova no se vieron en el momento de la luna de miel, iban a aparecer con el tiempo, más fulminantes y profundas que si hubiera ocurrido un preferible rápido desencuentro. Se le llamó un "compromiso", pero en la práctica todos sabían que se trataba de una hegemonía, una remisa a romperse fácilmente.
En los años 80 todo en Cuba, aparentemente, era vítores políticos y clímax de la Nueva Trova. Se aclamaban los discursos interminables en la Plaza de la Revolución, se celebraban los cantores revolucionarios. Con la caída del campo socialista, a finales de esa década, el entusiasmo bárbaro o confundido con que aplaudíamos padeció el trauma esperado, acompañado de una crisis económica. Como sabemos, esta crisis obligó a una apertura al mundo real, fuera del fantástico perímetro socialista donde vivíamos, y a este fenómeno sucedió un desengaño. Pero este no ocurrió de la noche a la mañana, sino que tuvo a los años 90 (cedo a la abstracción de las décadas) como período de transición. Como sucediera en la etapa anterior, el proceso fue acompañado de guitarra.
Los jóvenes del llamado "Periodo Especial" de los 90 siguieron todavía por un tiempo el impulso que venía de la Nueva Trova en los años anteriores. Espontáneamente, en las fiestas todavía usaban la guitarra para cantar temas de Silvio y Pablo, a un tiempo que recibían contrariadas señales de sus circunstancias y del mundo. Los nuevos cantautores, por su parte, nadaron en aguas igualmente mezcladas. La generación de Santiaguito, Varela, Gerardo, etc., que sucedió a los clásicos del Movimiento, aunque siguió perteneciendo a las instituciones del Estado y ubicándose, por tanto, en su redil, llevó esta localización con menos orgullo que fatalidad. Los tonos mayores, elegíacos, con que solía declararse la fe en el proyecto revolucionario se abandonaron; la guitarra que se convertía en fusil en los 70 y los 80, dejó sus ráfagas de lealtad. Poco a poco comenzó a repetir la transición de la conciencia que se vivía en las calles. La actitud se hizo más intimista. Algunos de los nuevos compositores se atrevieron a criticar el presente, y a desafiar, incluso, la censura. Se hizo popular la imagen del Che Guevara, pero como emblema del revolucionario "puro", contrario a la corrupción moral que ya empezaba a ser evidente entre los poderosos.
Con el albor del siglo, ya el desengaño entre la gente estaba consumado. Ya la promesa revolucionaria mostraba su forma penitencial. La Revolución, con sus infinitas prohibiciones, era reconocida por fin como un impedimento, para el individuo y para el país —uno sin perspectivas de reparación, o para el que no encontrábamos, o no queríamos encontrar, remedio—. El mundo anunciado en los 90, por otra parte, ya era una realidad relativamente asequible. Es así que la huida se convirtió en un imperativo. No lo confesábamos tanto como ahora, porque el miedo era mucho mayor, pero en silencio la generación que comenzó el siglo XXI había decido escapar. Se trataba, por primera vez en la historia, de una resolución masiva. Los datos verdaderos arrojarían que nunca antes los jóvenes cubanos habían querido salir —y salido— tan cabalmente de Cuba.
A la estampida generacional se sumó la guitarra. La buena guitarra, que todavía conquistaba devociones, también nos acompañó en el espanto. La naciente promoción que se había formado en las peñas cubanas con el rigor de las seis cuerdas y era acunada como el relevo del Movimiento de la Nueva Trova para el siglo XXI, también desertó de la empresa y desde ciudades como Madrid, Nueva York o México, puso música a nuestras fiestas de despedidas. Del lado acá quedó muy poco: algunos compositores que después se ubicaron alrededor del proyecto jazzístico Interactivo, de los cuales solo un par de ellos ha tenido el alcance conseguido por Habana Abierta, desde Madrid, o algún integrante de Yerba Buena, desde Nueva York .
El denominador común, en cualquier caso, fue finalmente la disociación de la política. Casi todos los compositores relevantes habían quedado fuera de las instituciones al marcharse. Allá y aquí, ninguno quiso saber más del Che Guevara, ni de las escuelas promisorias, ni de la canción comprometida. Por primera vez la guitarra callaba claramente para la dictadura. Salvo excepciones, como la de Boris Larramendi (que en todo caso se ubicaba en el lado contrario al poder), en general también callaba para la política. Fatalmente, los herederos de la Trova habían conseguido, empezando el siglo XXI, la emancipación de ese dominio que tanto tiempo la había configurado. Pero por desgracia para la guitarra, una vez que alcanzó el exterior de la celda, no pudo sobrevivir en libertad.
Demasiado tiempo en cautiverio, demasiado largo el servicio a la propaganda de los cuarteles, demasiado profundo: el viejo pacto con el Poder que al principio olía a primavera, ahora estaba en condiciones de mostrarse para cobrar el premio que espantara a las artes. Como Mefistófeles al Doctor Fausto, se le aparecía por fin para pedir su alma. Los jóvenes que debían ser el relevo del Movimiento de la Nueva Trova en el siglo XXI y terminaron fuera de Cuba, en el mismo ademán con que rechazaron la política, renunciaron al sustantivo de "trovador". La gran mayoría relegó la guitarra sola para buscar otras formaciones, otras sonoridades. Desde Madrid, desde La Habana, adoptaron estructuras de jazz, de rock and roll, como si procuraran alguna distancia.
Después de ellos, en la promoción siguiente, no ha habido ya guitarreros de relieve que nos cautiven. La gran tradición que empezó con la guaracha, la trova, el bolero, el filin, y terminó con la Nueva Trova, no pudo superar la debilidad de esta última y su tropiezo. De tanto equiparar la guitarra al fusil, terminó adulterando su estructura; de tanto prometerse a un poder, terminó compartiendo su destino. Este es su estigma del que debe librarse: la guitarra es percibida como emblema de la Revolución. De esta condena semántica quizás no haya la conciencia necesaria para condicionar el rechazo.
Los funcionarios, los enquistados oficiantes del poder, sí han intuido este destino de la guitarra y, preocupados por su silencio espontáneo, se desviven por reanimarla. Con tal de salvar su espíritu moribundo —que es como el espíritu de la dictadura— han fabricado una continuidad de la Trova con los mismos ardides con que construyen la voz del pueblo. Con insistencia y bastante efectivo, subvencionan festivales, grabaciones, presentaciones de cuanto bracero del instrumento esté dispuesto a trabajar para ellos.
El esfuerzo es patético. Los engendros que produce se llaman Ray Fernández, Ariel Barreiros, o el tristemente célebre Fernando Bécquer. Ninguno ha conseguido un repertorio memorable ni un público devoto. Andan como fantasmas por peñas de escasos nostálgicos bohemios, por ambientes estudiantiles que rápidamente los conocen y olvidan. ¿Quién habrá visto un disco de ellos? ¿Quién recuerda su título? En la historia de la música cubana su participación, a lo sumo, alcanzará a un párrafo, dedicado más a ilustrar la rendición final de la canción ante el Poder que a ponderar su estética. Sin en dinero del Partido Comunista no serían nadie.
Este triste espectáculo hemos comprobado en los días de celebración oficialista por el 50 aniversario de la Nueva Trova. Incapaces de convocar ni siquiera a los veteranos que aún quedan, el régimen tuvo que conformarse con los impostores para llenar sus tribunas, satisfacer sus actos, y entonces hacer equivaler de nuevo la guitarra al fusil y recordar los viejos amoríos. La evocación, que debió someterse a la nostalgia, fue más bien sierva de la parodia: rimas absurdas, voces desentonadas, en cada homenaje cantado que emprendían. Muertos cantándole a muertos. La guitarra, en condición actual de secuestro, es torturada para que cante lo que no quiere. Es la consecuencia del arte doblegado a un patrón ajeno a la belleza. Esperemos el día en que ocurra el rescate.
Con tanta buena música que hay en el planeta Tierra, concentrarse en esa COSTRA comunistoide me parece una gran perdida de tiempo ...
Aunque tengo un título universitario en Cuba, graduado en el 93 me considero un ignorante en muchas areas del saber, tuve muy mala formación académica. Pero de una cosa estoy orgulloso y es que jamás le encontré arte a ésa música, pasado el tiempo me doy cuenta que hubiera sido cómplice de una maquinaria si hubiera aplaudido o tarareado sus melodias. Éste artículo me encantó. Gracias
“Estoy”, una de las cosas que uno aprende en la vida es a no hablar mal de sí mismo, porque los demás no van a desmentirte. Si eres ignorante y con poca formación académica, es lógico que te sientas orgulloso de lo que deberías estar avergonzado. Supera eso. Tal vez entonces puedas disfrutar de canciones que dicen algo. Qué te gusta a ti, Bad Bunny?
y ud cada dia confirma mas que su dependencia de los "demas" es enfermiza. por eso siempre estas cazando aqui, como un peito perdido.
Discúlpame, no entendí tu ataque. Quiénes son los “demás”? Qué quiere decir peito?
Habló el pendejo que viene aquí a reparar su autoestima....
Y dicho sea de paso, tanto lleva y trae con lo de la "Nueva Trova" me tiene hasta la coronilla. Se trata de un engendro indiscutiblemente contaminado y comprometido con la "revolución" y por supuesto aupado y promovido por la misma, en un ambiente completamente controlado y manipulado por una dictadura totalitaria que solamente permitía lo que le era afín y sacaba del juego a todo lo demás, por bueno que fuera. No hay quien me convenza, porque sencillamente no lo creo, que en una Cuba libre y normal los "trovadores" de marras hubieran llegado muy lejos, si es que hubieran llegado a algo. O sea, al pueblo no se le permitió otra alternativa, y al no haber otra cosa, compró lo que había.
El Silvio luce casi normal en esa foto, en vez de un drogadicto o esbirroide como en otras de esa época.
Una característica de todo movimiento que nace de la violencia y se mantiene por ella es que hace muy difícil la tarea de apoyo incluso a decididos y bien intencionados colaboradores. Castro se dio cuenta de ello y más de una vez alertó que la revolución no podía matar a sus hijos como Saturno, aunque haya permitido hacerles la vida difícil.
Así vemos episodios muy tristes de hombres valiosos, fueran artista o intelectuales haciendo concesiones políticas honerosas para parir, no sin dolor, sus obras en suelo natal. Debemos trabajar porque no vuelvan algunos miserables a usar la maquinaria del Estado para destruir a sus colegas ni apoyar dictaduras siquiera de manera incruenta.
Demuestra DDC su respeto por los valores democráticos al abrir sus páginas a artículos sobre personas cortas de vista a la ausencia de libertades civiles.
El MNT surgió en paralelo a la UJC. Ni Silvio, Pablo, Nicola, Eduardo Ramos ni otros tuvieron que ver con organizaciones políticas como la UJC o el PCC. No por gusto los acogieron el ICAIC y Casa de las Americas. Otros grupos fueron aupados por la UH y cuando se vio que aquello crecía sin el control más absoluto por parte de organizaciones políticas , la UJC salió al ruedo con Manguaré, Mayohacuán y otros, ya entrados los 70. Ese surgimiento del MNT no estuvo exento de conflictos, incomprensiones e incluso medidas represivas por parte de las autoridades, y de rebeldía de los artistas contra el andar dogmático, estalinista de la UJC y el PCC. Además, junto a fusil contra fusil, o la era y el paritorio, se escribió Yolanda, De la ausencia y de ti, y otras canciones de amor que sentaron pauta en la manera de hacer canciones. Poco favor se le hace a la cultura cubana, a la historia, o a la gente, si para calzar una idea —justa— sobre el rol del poder, se asumen visiones estrechas.
En los noventa, ya no vivía en Cuba. Quiero decir que la historia contada por la Sra. Suárez sobre el Movimiento de la Nueva Trova en los setentas y los ochentas es bastante cercana a la verdad. En sus comienzos era la sublimación con gran calidad artística, de un proceso revolucionario que cautivó a la mayoría de los cubanos y a millones de personas en el extranjero. Ya en los ochenta, Pablo y Silvio se volvieron más “intimistas”. Sus canciones no castigaban con las moralejas políticas de los primeros años. Si alguien tiene dudas, que busque su discografía. Solamente a finales de los ochenta, probablemente presionados por Fidel, a quien le asustaba la glásnost y la perestroika soviéticas, y relacionado con eso el cataclismo del fusilamiento de Ochoa y los otros asesinatos, sólo entonces, Pablito volvió a la carga con aquel himno contradictorio que tituló “Cuando te encontré”.
“Cuando te encontré” cantaba al absurdo de preferir “que la isla se hundiera en el mar antes que traicionar la gloria que se ha vivido”. Y resultó tan perfecta la melodía y tan emocionante su absurdo mensaje, que todavía suma votos en YouTube. Una especie de oportunismo con gran calidad artística. En mi opinión, Silvio y Pablo sobrevivirán un par de generaciones más. Mis hijos más jóvenes disfrutan escuchando Ojalá, y ellos, ni a Cuba conocen.
No pretendo ser ni remotamente experto en el asunto, pero entiendo que la letra es "será mejor hundirnos en el mar que antes traicionar la gloria que se ha vivido," algo que me resulta tan ajeno como si fuera de una canción norcoreana (por no decir algo peor). Aunque sí, eso huele bastante a Fidel Castro, y el olor sigue siendo fétido por mucho perfume artístico que se le eche encima.
Encino: Tiene razón. Muchas gracias. Me permití arreglarlo. En lo demás, le doy la razón también. Saludos
No, no cantándole a muertos, aunque debieran estarlo. Es más bien cantándole a una mentira perversa y maligna que sigue viva y destruyendo, en Cuba y fuera de ella.