"Ni una mujer menos, ni una muerta más". La frase, lanzada en 1995 por la activista y poeta mexicana Susana Chávez, se convirtió en el eslogan de las protestas contra los feminicidios en Ciudad Juárez, en un primer tiempo, y luego en todo México. En 2011 la propia Susana fue asesinada. Tenía 36 años.
Veinte años después, a mediados de 2015, en Argentina, el grito de hartazgo volvió a prender la mecha de las manifestaciones que se sucedieron después del asesinato de una adolescente embarazada, Chiara Páez, a manos de su novio. Era la séptima en una semana funesta.
Este fue el detonante del movimiento #Ni una menos, que pronto amplió el blanco de sus protestas, pasando de la denuncia de los feminicidios y la violencia machista a un cuestionamiento de los mecanismos que perpetúan la desigualdad de género.
Siendo todo esto una cuestión global, las movilizaciones alcanzaron rápidamente ecos en otras latitudes. Y el 8 de marzo de 2017 tuvo lugar la Primera Huelga Internacional de Mujeres.
"Si nosotras paramos, se para el mundo"
"La desigualdad entre mujeres y hombres persiste en los mercados laborales mundiales, en lo que respecta a las oportunidades, al trato y a los resultados", constata un informe de la Organización Internacional del Trabajo, basado en un estudio de la evolución del mercado laboral a nivel global entre 1995 y 2015.
Este año pues se espera que la huelga, convocada por una gran diversidad de colectivos de mujeres, se celebre en decenas de países con un seguimiento masivo bajo la consigna "Si nosotras paramos, se para el mundo".
Dado que las diferencias no se reflejan de igual manera de una región a otra, en ciertos países los reclamos estarán centrados en la promulgación de leyes que garanticen la igualdad, mientras que en otros se tratará más bien de exigir que el dispositivo jurídico existente cobre vigencia real en la vida cotidiana.
En todos, sin embargo, el denominador común es visibilizar el trabajo diario de las mujeres (que se extiende por lo general del ámbito laboral al doméstico). De ahí que el llamado al paro insista en el carácter feminista de la huelga.
Las estadísticas, en todo caso, justifican el hartazgo ante disparidades que presentan visos de una discriminación estructural. Y es que, como constata la OIT, "en los últimos decenios, los notables progresos realizados por las mujeres en cuanto a logros educativos no se han traducido en una mejora comparable de su posición en el trabajo".
Desigualdades en la esfera laboral
Ya que el origen de esta nueva oleada de protesta feminista ha tenido lugar en América Latina, no está de más hacer un repaso de la situación en la región.
Un primer dato llamativo es que la brecha salarial de género en la región promedia el 17%. Es decir, por puestos y cualificaciones semejantes las mujeres reciben sueldos inferiores a los de los hombres.
Por otra parte, la representación femenina en los altos cargos empresariales es notablemente baja, siendo apenas un 16% de los puestos ejecutivos. Una presencia que se reduce aún más en los consejos de administración, donde se estanca alrededor del 6%.
Esta baja representación en los altos cargos es correlativa con la sobreexposición de las mujeres a los riesgos de caer en la precariedad. La tasa de desempleo, por ejemplo, es un 30% más alta en la población femenina. De igual modo, el subempleo afecta mucho más a las mujeres.
A lo cual es necesario añadir un hecho con frecuencia pasado por alto. Las jornadas laborales resultan excesivamente más largas para las mujeres cuando se incluye el trabajo no remunerado (es decir, doméstico). En los países en desarrollo, como los de América Latina, las mujeres consagran, antes o después del trabajo, unas cuatro horas cotidianas a las tareas no remuneradas, mientras que los hombres les dedican apenas una hora y media.
El machismo mata
La constatación de las desigualdades en el mercado laboral bien puede extenderse al conjunto de la realidad social. Por lo tanto no es de sorprender que, pese a los progresos nada desdeñables acaecidos desde comienzos de siglo, los hombres sigan dominando ampliamente el escenario político.
Así, el porcentaje de escaños parlamentarios ocupados por mujeres en la región, en sintonía con los cargos ministeriales, ha oscilado en la última década entre el 21% y el 25%, mientras que las alcaldías no encabezadas por hombres apenas promedian un parco 12%.
El poder judicial constituye, en este sentido, una excepción que cabe resaltar. Si bien la presencia de mujeres en las más altas instancias (Corte Suprema, Tribunal Supremo) no supera el 25%, América Latina es una de las regiones del mundo con mayor representación femenina en las instituciones judiciales, rondando el 40% en las fiscalías y el 36% en la judicatura.
Donde la situación se torna trágica, en cambio, es en lo referente a la violencia de género. Un estudio reciente de la ONU es tajante al respecto: a escala mundial "la región presenta la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja y la segunda tasa mayor de violencia por parte de pareja o expareja; tres de los diez países con las tasas más altas de violaciones de mujeres y niñas se encuentran en el Caribe".
Las cifras son esperpénticas. Tan solo en 2016 hubo un total de 1.998 feminicidios. Ello sin incluir a Brasil, cuyo cómputo anual se hizo entre los meses de marzo de 2016 y 2017, dejando un saldo de 2.925 víctimas mortales.
Tal panorama incita a pensar que los reclamos feministas por la igualdad de género, cuyo símbolo es la Huelga Internacional de Mujeres, no solo se inscriben en la tradición de las luchas democráticas por la ampliación de los derechos al conjunto de la sociedad, y por su debido respeto, sino que son también sencillamente una cuestión de supervivencia.