La metamorfosis del castrismo-comunista al sistema capital-feudalista que se intenta imponer en Cuba requiere que la Empresa Estatal Socialista sea tan eficiente como las empresas capitalistas privadas; para ello, los herederos de Fidel Castro introducen aspectos de gestión típicos de aquel denostado sistema "explotador", como el reparto de utilidades entre los trabajadores.
Es difícil entender el sentido de "repartir utilidades" en un país donde, supuestamente, la propiedad es comunal, es decir, de todos. Si esa propiedad es cierta, todos los cubanos, sin importar donde trabajen —remunerados o no—, ya estarían recibiendo las utilidades generadas nacionalmente. Al fin y al cabo, lo que producen todas las empresas va a las arcas del Estado, que somos todos, ¿o no?
¿Por qué un trabajador de Tabacuba tendría más derecho sobre las utilidades de esa empresa que la maestra de su hijo o el barrendero de su barrio? En una sociedad capitalista, los trabajadores de la empresa X tienen derecho sobre las utilidades de X y no tienen derecho sobre las utilidades de Y, Z o W; pero en Cuba, como supuestamente todo es de todos los cubanos, se da por sentado que todos tienen el mismo derecho sobre las utilidades. ¡Eso es socialismo!
Pero ya no sorprende que el castrismo adopte medidas capitalistas porque funcionan. El capitalismo funciona, el socialismo no. ¿Evidencia? Sencillo, el socialismo solo ha existido bajo coacción.
¿Dónde hay socialismo hoy día? En cualquier país democrático las personas pueden asociarse en comunas socialistas, crear sus cooperativas y ser tan solidarios como deseen, es perfectamente legal hacerlo; sin embargo, excepto algún hippie desfasado, nadie lo hace, porque a la gente, millonarios o currantes, les gusta poseer.
El neocastrismo lo sabe y, aunque se autotitula comunista, lleva diez años exorcizando del socialismo al antiguo régimen, para constituirse en una dictadura feudal con elementos de economía capitalista. ¿Cuáles elementos? Los que sean necesarios para mejorar económicamente, pero solo lo suficiente como para dar estabilidad a la dictadura y alimentar los privilegios de la élite que la controla; no más.
Por supuesto, implantar mecanismos capitalistas en el castrismo genera incompatibilidades y, como mismo al monstruo de Frankenstein no le funcionó nunca el cerebro todo lo bien que debía, al engendro neocastrista no le funcionan bien los mecanismos que adopta del capitalismo; entre ellos, repartir utilidades.
Dejando a un lado aquellos países que, equivocadamente, han convertido en mandato legal la distribución de utilidades, en general los capitalistas hacen tal repartición voluntaria no por bondadosos, sino para maximizar su inversión en mano de obra. El neocastrismo, imitando a los capitalistas, intenta también usar este estímulo material —¡si el Che o Fidel lo vieran!— para aumentar la productividad de los trabajadores, ya que parece que estos no se tragan eso de que son ellos los dueños de las fábricas, y mucho menos creen en estímulos morales.
Pero hay varias particularidades de las empresas estatales socialistas que impiden que el injerto "utilidades" funcione.
Las empresas capitalistas privadas tienen un dueño definido, cuyo propósito superior es la eficiencia económica. Las empresas estatales socialistas, aunque formalmente son "del pueblo", realmente son de la cleptocracia gobernante, que designa directores y administradores de empresas elegidos no entre los mejores, sino entre los más fieles. Estos, a su vez, organizan sus pequeños feudos bajo la misma lógica burocrática, distribuyendo cargos según fidelidad.
Este cúmulo de "fidelidades" no puede cumplir adecuadamente las funciones del empresario como visionario, del ejecutivo como gestor, o del capitalista como analista de riesgo, y eso condena a las empresas estatales a operar subóptimamente.
Otro problema del esquema castrista para acoplar las utilidades es que, muchas veces, en parte a causa de la inexistencia de precios de mercado, estas se pagan a partir del cumplimiento "del plan", lo que propicia que se elaboren planes ajustados a la baja, que puedan ser cumplidos, avivando la improductividad congénita del sistema.
Cuestión aparte y bien difícil de resolver es que muchas empresas cubanas son monopolios regionales o sectoriales, de ahí que la rentabilidad de unas dependa de otras. Por ejemplo, si AZCUBA —monopolio del azúcar— sufre mal servicio y precios abusivos de ETECSA, a tal punto que lastran su coordinación interna, no puede cambiar a AT&T, tiene que morir con ETECSA.
Sin competencia, los fallos de una empresa repercuten en otra, que nada puede hacer, lo que genera dinámicas de culpabilidad cruzada sobre quién es causante de que no resulten las utilidades esperadas.
Asunto insoluble es que los burócratas que dirigen las empresas, por muy fieles que sean, estarán tentados a descapitalizarlas. En vez de reinvertir beneficios en mejorar la operación, los monetizarán en forma de utilidades que (se) repartirán; al fin y al cabo, la empresa no es suya, y eventualmente perderán todo vínculo con ella.
Jugar al capitalismo puede parecerle buena estrategia al neocastrismo, razonando que lo que funciona allá debe funcionar en Cuba, pero sus deseos superan la realidad y no ven el cuadro completo. Las cosas que funcionan en el capitalismo lo hacen, precisamente, porque hay capitalistas, propiedad privada, libertad de contrato y un gobierno que respeta y protege todo eso; es decir, funciona porque no hay castrismo… y aquí sí hay.
Capitalistear el castrismo puede hacer que los neocastristas ganen tiempo; al fin y al cabo, el nuevo engendro funcionará mejor que el castrismo-socialista de Fidel Castro y Ernesto Guevara, que incluso necesitaba un mutante (el "hombre nuevo"); pero nunca va a funcionar realmente bien, y el abismo entre Cuba y los países verdaderamente capitalistas será creciente, lo que se saldará con cada vez más cubanos intentando cambiar el "Patria o Muerte" por algo de vida.
Muy buena ropa, para donar al Goodwill ó a Burundi.........