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Represión

Abel Lescay: Otro artista cubano contra el demonio del susto

'Si a mí me toca ser de esa gente que tenemos que demostrar que 'ellos' (el régimen) están acabando con todo, me voy a sentir bien por ese papel', dice. Su juicio es hoy.

La Habana
El joven artista cubano Abel Lescay.
El joven artista cubano Abel Lescay.

¿Podemos asombrarnos de que la dictadura cubana se extreme cuando su esencia es el límite? Si no veíamos antes que este régimen era una variación de la Eterna Dictadura que se llamó La Metrópoli, Gerardo Machado, Fulgencio Batista, era porque hasta la fecha había operado bien el camuflaje. La tortura, las desapariciones y las muertes, que son los fundamentos exagerados de cualquiera de ellas, habían podido disimularse.

El 11 de julio será también la fecha en que la dictadura eterna, el arquetipo, dejó de ocultarse. La tortura, las desapariciones y la muerte se cumplieron por fin a plena luz, cuando dispararon al pueblo en las calles, secuestraron a manifestantes por días, los golpearon en las cárceles como primera etapa del escarmiento duro, y ahora los someten a condenas grotescas —que no son más que otra manifestación del límite que la define—.

Ahora quieren encarcelar por siete años a otro joven artista. Es verdad que todos los presos duelen. Todos deberían ser mirados por igual, y solo en esta semana van a ser condenados 39 manifestantes con crueldad ¿Pero vamos a dejar por eso de presentar y acompañar a un joven artista?

Abel Lescay tiene 23 años. Desde los siete estudia piano. A los 21 fue mención del concurso más importante para jóvenes jazzistas cubanos, el Jojazz, y ganó la beca "El Reino de este mundo", de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Esto le valió que le convalidaran el primer año las asignaturas de la especialidad de la carrera de Composición que estudia en la Universidad de las Artes. Ahora está en segundo. También hace canciones. Recién acaba de lanzar su primer disco, titulado Al pie del árbol, donde quiere revivir a la moribunda trova cubana llevándola al terreno de la experimentación sonora, actualizada. Ya tiene listo también su primer libro de poemas, Cuatro encuentros con el Dios del Susto.

"Aquí todo el mundo es penco. Aquí no va a salir nadie para la calle", pensaba Abel Lescay el 11 de julio en su pueblo, cuando de pronto se dio cuenta de que había cientos de personas en la esquina, protestando, y se les unió.

Fue un momento de éxtasis para todos. Bejucal es un pueblito chiquito de casitas pegadas que no quieren darle espacio a la vegetación que, sin embargo, lo cerca en abundancia. Es poco más que un barrio de La Habana y parecía que todo el mundo estaba afuera, feliz. "El que no salió a manifestarse nos saludaba desde las casas, nos daban agua, merienda… Se creó una cosa muy linda entre la gente. Éramos un grupo grande que cogió para la estación de Policía a cantarles el Himno Nacional, cuando de pronto nos topamos con otro grupo igual que se nos unió también". Ese día, hasta la Virgen de Caridad salió para la calle en manos del cura.

La exaltación fue pareja en toda Cuba. En días posteriores los voceros del régimen se escandalizaban mucho de que la gente hubiera rescatado una consigna surgida de la lucha contra las dictaduras latinoamericanas de derecha: "El pueblo unido jamás será vencido". Era una frase hasta entonces de la repetida propaganda. Una de las tantas de la "historia revolucionaria de la izquierda". Aburrida. Sin embargo, para sorpresa de muchos, de repente cobró significado en la boca de los cubanos mientras la proferían en las calles ese 11 de julio. No solo declaraba su fuerza, hay que observar, sino que describía también al oponente: cuando la gente halló razón en pronunciar esa frase también denunciaba que existe una Dictadura Eterna, arquetípica, que una vez se llamó Pinochet o Videla y ahora se llamaba Revolución cubana o Fidel Castro. Por eso le molesta tanto a los voceros del régimen, que aspiran aún al disfraz de la diferencia, de la peculiaridad que los ha salvado hasta ahora, y saben que ese canto los descubre.

Casi todas las demostraciones en Cuba fueron pacíficas. En algunos lugares se tiraron piedras (muchas veces respondiendo a la Policía), pero sin mayor daño. En Bejucal, uno de los momentos más intensos ocurrió frente a la farmacia, cuando algunos muchachos empezaron a apedrear el establecimiento, mientras otro exhibía una gallina muerta —símbolo eufórico de la dictadura— y otro se bajaba los pantalones y se acostaba en la calle. Ahí la gente se fue dispersando y la Policía se presentó en el lugar. Pero se quedó agazapada detrás de una esquina.

A Abel Lescay le daba roña que se hubieran quedado escondidos ahí, sin hacer nada, cuando ellos eran tremendos violentos. Fue para allá a increparlos, que hicieran algo, porque estaban tirando piedras. "Empecé a decirles cosas a ver si se movían, pero no hacían nada. Parecían estatuas. Entonces no sé qué pasó por mi cabeza que me di cuenta de que podía decirles cualquier cosa a esa gente que se ha pasado la vida entera resingándome. A mí no me gusta la Policía. Ahí es cuando empecé a rapearles… Dice el abogado que estoy un poco desagradable en los videos que hicieron. Cada vez que le rapeaba a un Policía, sacaba un celular y me grababa. Yo me preguntaba por qué no se mostraban todo lo violentos que eran, ahora, cuando el mundo tenía que verlos. Pero en ese momento no hicieron nada".

Fue al día siguiente cuando reaccionaron. El arquetipo salió de cacería en Bejucal buscando a aquellos que se habían atrevido la víspera: "entraban por ahí pa' allá y te sacaban como estuvieras. No les importaba que hubiera mujeres ni nada. Si la casa estaba cerrada, trataban de colarse como fuera. A mí me sacaron completamente desnudo arrastrado por los pelos". De esta manera permaneció Lescay por varias horas en el calabozo, hasta que, considerando que tenía fiebre, le tiraron un mantel para que se cubriera.

"Yo oí los gritos. A tres chamaquitos de 17 o 18 años de la esquina de mi casa, que estaban en la farmacia, les dejaron la cara desfigurada en la unidad". La dictadura, convertida por fin en cliché, trataba en las cárceles de enderezar a golpes las palabras. En el siglo XIX habría obligado al joven Martí a gritar "viva España" en las calles. Hoy, en los calabozos, arrodillaba a patadas a los presos para que dijeran "viva Fidel". "Nada podías hacer. Nadie te visitaba. Nada sabías del mundo exterior. Yo estaba encerrado en un centro de tortura. Veía el odio. A mí no me tocaban porque tenía la Covid-19, pero con la mirada me estaban cayendo a golpes. Me estaban haciendo lo que le hacían a los otros".

"Mi juicio es político. Por tan solo insultar a unos policías (cosa que es una ofensa menor) me están pidiendo el máximo de años por cada delito del que me culpan. A ninguna persona que ofende a un policía le piden siete años: tres años por 'desacato' y cuatro por 'desórdenes públicos'. Sin tener en cuenta que yo soy un estudiante universitario sin antecedentes penales".

Pero Abel Lescay tiene una manera peculiar de ver el mundo: "Yo mismo me he fabricado una esperanza —habla, seguro—: puede que salga con una multa o preso del trabajo a la casa. La escuela me ha dado unas buenas cartas que me avalan... Yo estoy tranquilo, porque creo que si uno está buscando algo bueno, va a suceder. La gente me dice 'leí tu testimonio de la cárcel y me pareció terrible'. Yo me sorprendo porque ni siquiera me sentí tan mal. Si estás atento a lo que estas sucediendo, la pasas bien. Aprendes… Yo realmente encontré un aprendizaje muy grande. Aunque la situación es complicada, es una injusticia muy grande y uno tiende a deprimirse, no voy a sentirme mal ni a deprimirme ni a aceptar ese castigo en mi ser".

La semana pasada, Abel Lescay se enteró por casualidad de que le habían programado el juicio para este miércoles 26 de enero en el Tribunal municipal de San José de las Lajas, Mayabeque.

"Yo creo que todas las cosas pasan por algo. Si a mí me toca ser de esa gente que tenemos que demostrar que 'ellos' están acabando con todo, me voy a sentir bien por ese papel que estoy jugando. Tengo una pila de socios, además, echándola buena".

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