En su penetrante estudio Después del rayo y del fuego. Acerca de José Martí (2002) aborda el crítico Eduardo Lolo el equívoco destino que han sufrido los sueños del Apóstol tras su muerte en combate en 1895. Con el establecimiento de la República en 1902, comienza, por diversas vías, la degeneración de la democracia, donde, como dice Lolo, "prácticamente no ha habido desalmado en la historia política criolla que no haya intentado disimular el vacío en su pecho con el nombre de José Martí". Le siguen mandatarios electos y usurpadores del gobierno que cometen toda clase de desmanes para mantenerse en el poder, ejemplificados por Gerardo Machado, Fulgencio Batista y los hermanos Castro. Desde 1959, se cercenan las libertades cívicas y la economía se destruye bajo la bota de la represión castrocomunista. En todas esas décadas la imagen de José Martí va a ser desfigurada en asociación con la tragedia totalitaria que cuenta ya 65 años.
Por suerte, con Gargantas sofocadas. La alianza de José Martí con los negros, el profesor y periodista Miguel Cabrera Peña, que vive hoy en EEUU, viene a cercenar aquel equívoco destino al que con razón alude Lolo. Restablecer la verdadera imagen del líder político cumple uno de los objetivos de Cabrera, quien ofrece, por un lado, pruebas fehacientes en la obra martiana, y, por otro, interpretaciones sobre una veintena de asuntos a veces ni imaginados por la "erudición" en la materia. Eso de restablecer la imagen se ha dicho muchas veces, pero su sentido cambia ante este libro revolucionario. Ansioso de integralidad —tendrá un segundo tomo— el texto está dividido en introducción, 14 capítulos, dos sucintas conclusiones y un epílogo.
Se vale el autor de 15 ejemplos de académicos —cifra nada exhaustiva y una única excepción fuera de claustro universitario— que distorsionan cuando no varían en 180 grados la real visión del poeta sobre los afrodescendientes en Cuba y EEUU. Alguno entre aquellos se aventura a negar el antiesclavismo de Martí cuando en verdad este aborreció, siempre y a toda vena, el régimen de servidumbre. El título, Gargantas sofocadas, exterioriza las graves deformaciones tanto contra el bardo como de los afrocubanos y sus publicaciones antirracistas.
Más adelante va Cabrera a la fuente de los principales hallazgos martianos: la teoría sociológica en torno a los grupos, sustentada en los tratos diarios, reuniones, y en persona o cartas, con el que el autor llama "grupo neoyorquino", un pequeño número de negros y mulatos afrocaribeños con los que el Apóstol lleva a cabo diferentes labores, entre ellas las de La Liga (Sociedad Protectora de la Instrucción), que agrupa a unos 40 estudiantes principalmente negros, hombres y mujeres. Martí fue profesor, inspector, encargado de finanzas de La Liga y consumó gestiones disímiles. Comparte con el "grupo neoyorquino" tareas en Patria, vocero del Partido Revolucionario Cubano (PRC), cuya jefatura ostenta, así como activismos políticos, culturales, escritos antirracistas.
En contraste pleno con la bibliografía previa, entiende el investigador que los dos objetivos vitales del líder fueron instalar, mediante la guerra, una república asistida de la mayor democracia posible, estrechamente asociada con la lucha por los derechos legales y prácticos de los negros, huerta donde despliega una creatividad sin paralelo entre multitud de temas que un conocedor entiende abrumadora. ¿Qué aquella creatividad debió abrir puertas al futuro continental? Sin duda. El respaldo con harta evidencia a estas afirmaciones resultó decisivo para que Rafael Saumell, profesor emeritus por la Uuniversidad de Sam Houston, Texas, considerara Gargantas sofocadas como el libro más revelador que se haya escrito sobre José Martí.
El autor dedica un capítulo a analizar la resistencia sin violencia como método hacia la liberación del negro, y, en el siguiente, piensa las posibilidades y beneficios sociales a los que tenía derecho y debía acceder. Entre una larga serie de planteos, señala el artista respecto a EEUU: "ya vendrá quién dé con el modo —puesto que no es más que cuestión de modo—, de echar abajo sin violencia este orden de acumulaciones inmorales". Sobre uno de sus mejores amigos, el fundador de La Liga, Rafael Serra, expresa en Patria: "descendiente de esclavos como es, ayuda sin ira y sin sosiego, a crear hombres libres". Con el porvenir de Cuba en la mira, le indica en carta y en referencia a la atención que el negro merece: "debe prevalecer la buena, sana, justa y equitativa constitución social". Agrega un pensamiento que se establecerá en los alrededores de la mitad del siglo XX, tanto acerca del negro en Cuba como en la diáspora en general. Insta entonces al amigo a no "olvidar jamás que los sufrimientos mayores son un derecho preeminente a la justicia". Aunque apenas la comenta, Jorge Mañach inserta esta noción en su biografía celebrada. Por más de un canal, pues, Martí se adelanta a Mahatma Ghandi y a Luther King, y exige, al igual que el religioso bautista, "reparación por la ofensa de la esclavitud".
Con cerca de un 50% dedicado a la raza en EEUU, cuya actividad antidiscriminatoria le imprime huella, Gargantas sofocadas está atravesado por nociones en torno a la identidad de los negros en sus locus respectivos, sin exiliar criterios en lo que atañe a destacados afroamericanos como Henry H. Garnet y Frederick Douglass. A John Brown, el ser humano que Martí más admiró, lo observa Cabrera a partir de la espléndida biografía de David S. Reynolds, con lo que el lector goza de otra copa de jugo nuevo. Fuera de la mesa había quedado una pregunta que debió responderse décadas antes del estudio que glosamos, que reincorpora varios temas de la tesis doctoral de Cabrera: ¿por qué nunca se refirió Martí al macizo apoyo de los afroamericanos, con énfasis en Garnet y Douglass, a la causa que le era tan cara como la independencia cubana?
Personajes de distintas dimensiones respiran vinculados a la historia de los negros en EEUU; así Henry Grady, artífice del New South; así Jefferson Davis, presidente de los estados confederados durante una guerra civil que cargó en su médula la abolición de la esclavitud. Entre los intereses del Apóstol vibró el relato ideológico bautizado como Lost Cause (Causa perdida), de indudable importancia y centro de intensas discusiones.
Por los dos capítulos que se dedican a comparar las posturas del afroamericano W.E.B. Du Bois y Martí en cuanto a racismo, se puede calibrar el carácter pionero del libro, en el que el desterrado hace patente un antirracismo más ancho y radical que el del preclaro Du Bois. Empequeñecer al isleño frente al afroamericano, en breves líneas donde nada se explica, domina por décadas en la academia estadounidense. Martí avanza, no en uno, sino en varios temas sobre el primer negro en obtener un doctorado en EEUU. Más que anécdota son los sondeos previos del caribeño a la brillante "doble conciencia" dubosiana y otro avance martiano se consulta en la descolonización del cuerpo de negros y negras, a lo que Cabrera dedica un capítulo entero que certifica al isleño como el primer líder político que prefiguró al Black Aesthetics Movement. Mientras en el muy notorio The Souls of Black Folk (1903), o sea, luego de ocho años de la caída de Martí en combate, se ausenta la decisión de morir por el derecho de los negros, el poeta y Serra la reiteraban desde una década atrás en la tribuna del PRC. Si Du Bois y Martí expresaron ideas problemáticas —la mayoría superadas— en el siglo más racista de la historia y cuando no equivocarse era imposible, aduce Cabrera que abundan las coincidencias, incluso fuera del dilema racial, instancias, sin titubeos, de grueso calibre.
Un evento cultiural en la historia cubanoestadounidense
Tildado en varias ocasiones de masculino, patriarcal y (casi como mancha) heterosexual, la academia norteamericana silencia o ignora el legado antihomofóbico que, como editor, divulgó Martí. A un personaje afrocubano homosexual, de fe africana y capitán rebelde, lo inscribió en el panteón, tenido por sagrado, de los héroes de su patria. En los días que corren, el régimen castrocomunista sacó del armario, después de mucho más de una centuria de su muerte en la guerra, a aquel valeroso capitán. Sin embargo, lo mechó de ambigüedades tales que Cabrera estimó necesario desgranar ante los lectores al personaje en su circunstancia esclavizada, y la amañada imagen del relato estatal.
Si las incursiones mencionadas bastan para hacer de este libro un evento cultural en la historia cubanoestadounidense, quedan fuera de esta glosa tramos numerosos. Escogemos solo varios. En una de sus crónicas describe Martí, por primera vez en español, lo que hoy se denomina un revival en vez de un spiritual como entendió la avisada Juliette Oullion. Hasta hoy, en litoral distinto del volumen, nadie se percató de la necesidad de contrastar la circunstancia del protagonista y combatiente de Abdala y la atroz que viven al mismo tiempo los exesclavos en las filas anticoloniales. Con este breve drama de adolescencia nacen para el teatro nacional —recuerda— un protagonista negro y, por si fuera insuficiente, en locus africano. Pisando otros senderos, Cabrera califica como emboscada del arte la manera en que el bardo y muchos activistas afroamericanos se expresaron de manera muy crítica, erróneamente y hasta con protestas, sobre el anuncio de una nueva versión del cake walk, hasta entonces el humillante "baile del pastel", como lo tradujo Martí.
Filtrado de un ensayo de Jacques Derrida, regala el volumen una visión martiana de la obra El guardiero, del pintor Jorge Peoli. El guardiero era aquel esclavo anciano cuya misión será vigilar los lindes de la hacienda, tarea que la religiosidad popular asumió como el cuidador de los caminos, una de las labores de determinada deidad africana. Son un puñado de subjetividades inéditas las que salen aquí a plaza desde el Martí crítico de pintura.
La violencia en ciernes entre negros y blancos que trasunta el famoso artículo "Mi raza", violencia que podía aniquilar sus esperanzas, y la constante incitación a los cubanos de ascendencia europea para que se unieran a los negros en la lucha por sus derechos, marchan anudadas a la clasificación, también por vez primera, del arrinconado artículo "Los pobres de la tierra" como el más perspicaz entre lo salido, en referencia a la raza, de la pluma del Apóstol. En líneas introductorias a texto en Patria de un miembro del "grupo neoyorquino" decide el carácter "eterno" o "perpetuo" de la lucha contra la discriminación, cuyos desarrollos deben ser vigilados, incluso luego de un aparente cese o disminución del racismo, por lo que este contiene de "vueltas de la preocupación". Esta última idea, emitida por separado en el ocaso de la década de 1980, será escoltada por la firma de estudiosos tan sobresalientes como Pierre-André Taguieff y Eric Foner. Mueve a carcajada que anteayer, en las postrimerías de 2019, el régimen de La Habana hinche el pecho y chille, en documento aprobado por el Consejo de Ministros, el objetivo de "eliminar definitivamente los vestigios de racismo, prejuicios raciales y discriminación racial que subsisten en Cuba".
Nunca antes puestos en una lista, los calificativos del isleño contra sus compatriotas racistas iluminan, con un potente chorro de luz, quién fue Martí. Cabrera excluye, quizá para no empalagar, la relación de dichos contra los "negrófobos" en EEUU, vocablo por cierto fuera del diccionario de la Academia de la Lengua Española, sí puntualizado en el portugués. Dos párrafos extensos ocupan la serie de calificativos contra los cubanos "preocupados", generalmente en Patria: "imbéciles", "caterva", "serpiente", "gente de malas pasiones". Evidentemente se enoja al pulsar la cuerda. Y este es otro avance del isleño sobre el Du Bois de The Souls of Black Folk.
De espesura interdisciplinaria, la excavación va sin pausas de la historia de Cuba y EEUU a la literatura en ambos países, de la sociología a la antropología, de la política a la plástica, de la opresión y el dolor de siglos a la risa del negro. La imagen de un Martí sufriente con parajes aledaños a la cristología ha subyugado a la crítica en menoscabo de segmentos en que los negros protagonizan la tragicomedia que es el transcurso de la vida en los humanos. Son cuadros que acarrean fugitivos espectáculos teatrales, acaso precedencias, cercanías, lumbres a ajustar con las meditaciones sobre lo medieval carnavalesco del soviético Mijail Bajtín.
El autor, que no da puntada sin hilo, critica el artículo "Domingo del Monte, ¿'el más real y útil de los cubanos de su tiempo?" (2016), de Francisco Morán, el mayor zurcidor de posverdades, en lo que al político respecta, entre la intelectualidad viva cubana, nos dijo Cabrera. En Martí, la justicia infinita (2014 y más de 700 páginas) da Morán rienda suelta a su animadversión contra el poeta, a quien aquí afilia con Benito Mussolini y Hitler. Dedicado el artículo en largo trozo a los negros y Martí, y titulado con una frase de este, Morán, porque no le conviene dejar a la intemperie su mendacidad, nunca va a las páginas escritas por su objeto. De ahí que el capítulo se titule "Martí sin Martí".
El "Epílogo" del libro
Para distintos fines utiliza Cabrera sus dos lecturas totales de la enorme obra martiana, distinción nuclear con la corriente que crítica. En el "Epílogo", donde refleja los últimos años en que se escribió Gargantas sofocadas, enfila contra el globalismo o movimiento woke, sobre todo en lo que tiene que ver con el ascenso de la degradación o crisis del conocimiento en gran parcela de la academia norteamericana. El autor recuerda que si crece hoy no es fenómeno reciente, pues tan temprano como en 1989 suscribía Cornel West, socialista democrático, "our moribund academic life", en especial en cuanto a la filosofía. La opinión de West puede aplicarse ahora a todas las mal llamadas ciencias blandas.
Por ser la universidad la que esparce sus nociones por el resto de la sociedad y halla reflejo continuo en la prensa y en un ejército incalculable de difusores en la web, enarbola Cabrera lo que a su juicio constituye, como parte del globalismo, una infección formidable: la posverdad (en resumen, mentira), que es el mayor peligro que ha enfrentado la humanidad desde que existe civilización y que profundiza día a día la crisis del conocimiento. Si una característica tradicional de la política es mentir, en nuestra época adquiere anchura y ubicuidad exenta de contenes.
Con más de una posición tercia Martí en lo que hoy acaece, o sea, una serie de dogmas, ficciones, lluvia de embustes, tiranías ideológicas, ardides y no censura sino cultura de la censura. Terminan de adornar nuestros días el recio estatismo, fronteras abiertas y maldades sin cuento mediante todo lo cual un grupo de superoligarcas, que subvencionan centenares de fundaciones, periódicos y entidades comunistoides, sin absolver a la ONU ni a la jerarquía de la Unión Europea, pretenden apropiarse del planeta y en lugar preferencial de la primera potencia mundial, donde progresan a largos pasos. Para la elección de 2024 George Soros, la cabeza más visible del globalismo, donó 60 millones de dólares al Partido Demócrata.
Desvalijadas las naciones de sus fueros e identidad, el plan entraña el aniquilamiento de la cultura occidental, o lo que es lo mismo, la familia, Jesús, la religión y la verdad, esa que "os hará libres". Y no olvida el profesor al Papa Francisco, empeñado en reincendiar lo que resta de catolicismo. Cualquier intento de escribir historia que desajuste con los criterios actuales será cancelado, porque manifiesta violencia y odio, que cambian con la coyuntura, al igual que el resto de lo mencionado, y únicamente la cáfila censora sabe lo que son violencia y odio, opina Cabrera.
Frecuente se ha tornado el adoctrinamiento de niños en los colegios, la criminal hormonización para imposibles cambios de sexo, cirugías para el mismo fin e hipersexualización de la vida empezando por la niñez. Existe tendencia a legalizar la pedofilia, envuelta en la nefasta ideología de género y un feminismo de la misma calidad, enemigo del que décadas antes pugnaba verdaderos derechos. El aborto sin tasa es uno de los protagonistas en el torvo escenario.
La Critical Race Theory había asfaltado el camino al globalismo al definir al blanco como esencial y sistemáticamente racista, repetición engañosa hasta para la pupila que evita mirar a la calle. Entretanto, la promoción del holocausto climático, también hecho ficcional y político encumbrado por la prensa con bozal, que ha consumido lustros y antepone a diario la amenaza de que propinará un zarpazo mortal a toda la humanidad. Por este y otros motivos vivimos en el miedo y más que en la inquietud en la zozobra, por ejemplo, de una Covid venidera, siempre de vacunación obligatoria pagada por los estados. Las disquisiciones de Cabrera —lo dice– insurgen desde las trincheras de la batalla cultural, enemiga del globalismo. Los superoligarcas aludidos, sus planes y las instituciones cómplices pretenden, en fin, convertirnos en meros esclavos. Pero en aquella obra de inauguraciones infalibles, Abdala, dio Martí con la voz más rebelde, que tuvo cuartel general en un dístico: "Siempre el esclavo sacudió su yugo/ Y en el pecho del dueño hundió su clava".
Los párrafos anteriores son apenas una síntesis de lo que Cabrera expresa en su "Epílogo".
Creemos haber sintetizado, tal vez con algo de ventura, el obsequio vibrante y más de una vez emotivo que ofrece Miguel Cabrera Peña. Diríamos bien si recomendáramos su lectura, pero un acontecimiento de esta envergadura obliga a afirmar, despojándonos de cualquier vana intención promocional, que quien no lea estás páginas desconocerá vértebras primordiales en el espinazo de la historia de Cuba y no poco de la de EEUU, además de tramos ineludibles de la vida, la obra y el auténtico destino que quiso forjar para los negros José Martí.
Miguel Cabrera Peña, Gargantas sofocadas. La alianza de José Martí con los negros (Alexandria Publishing House, Miami).
Octavio de la Suarée es presidente de la Academia de Historia en el Exilio.