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Opinión

Los afrocubanos tontos y Martí

Contrario a lo sostenido por un sector de la academia estadounidense, el autor defiende la comprensión que tuvo José Martí del tema del negro en Cuba.

Santiago de Chile

A mediados de los 90 un sector de la academia estadounidense —cubanos incluidos— comenzó un nuevo ciclo de lo que se convertiría en corriente o tendencia que llega hasta hoy. En los primeros momentos parecía combatir una hagiografía que no redondeaba a un Martí cercano a su régimen de verdad, sino que lo desfiguraba y muchas veces lo convertía en una momia metafísica. Nos referiremos aquí exclusivamente a las nociones y prácticas sobre Martí y los negros.

Como la corriente fue añadiendo temas y apilando crítica sobre crítica y paliza sobre paliza, Emilio Ichikawa terminó por denominarla "desguace de Martí". Ha influido incluso entre relevantes intelectuales de raza negra, a pesar de postulados más de una vez sumamente problemáticos.

Creer en un Martí que no muestre ambivalencias y errores es sencillamente encarnar lo peor de la crítica tradicional, que la iniciada a mediados de los 90 busca a toda costa decapitar. Un poeta que, como suerte de dios griego parecía nacer desde la cabeza del mundo pero con todos sus saberes hechos, no es más que una entelequia, un sofisma y una construcción irremediablemente fallida.

Pero anotemos un asunto de primera magnitud: la academia estadounidense suele centrarse en los errores y pespuntear apenas, desconocer o silenciar el avance, la dinámica interna y los adelantos, en suma, provocados por las discusiones de Martí contra el discurso dominante, un conocimiento buscado que, en no pocos segmentos, se tornan nociones metamodernas, o sea, más allá de la llamada modernidad.

El sustrato de muerte que Martí palpó en la esclavitud, sus contrapuntos y, en particular, sus ascensos en torno a la antropología anterior y coetánea, las recepciones entre Martí y los afrocubanos, las nociones que prevé sobre la desobediencia civil en la república democrática, que es el sentido final de su guerra, así como la articulación de concepciones acerca de lo que llamó vigilancia, previa a la intervención política y social de los oprimidos, son asuntos que apenas se mencionan o no existen en la bibliografía pasiva martiana.

La vigencia de sus incursiones sobre el cuerpo del negro constituye otro ángulo ausente en muchos estudios. Interpretaciones ajustadas contextualmente y la literalidad de sus posturas permiten probar que hacia finales de los años 80 Martí va dejando atrás, con celeridad mayor, sentidos conservadores en su obra.

El contexto y el texto

El tema del negro parece explicarse únicamente dentro de la obra martiana y sus exégetas. Sin embargo, la respuesta a la siguiente pregunta sobre lo extradiscursivo, a lo que se ubica más allá de la escritura, no debe ser silenciada. ¿Por qué no se ha publicado antes un libro que cuestione  a esta corriente si sabemos que más de un académico en EEUU no está en gran medida de acuerdo con ella?

Aquí se involucra un interés insoslayable. Sin contar lógicos vínculos de amistad propios en cualquier área de labor, por la situación cambiante del mercado de trabajo en la academia, que varía como otros, choca con el interés individual el criticar a muchos autores —y no a uno o dos— que mañana pueden transformarse en apoyo para alcanzar un necesario nuevo empleo. Este dejar pasar entre los estudiosos cubanos de la Isla está envuelto en una obviedad: podrían perder invitaciones a cónclaves y cursos del gremio.

La mencionada circunstancia no es patrimonio de EEUU, pero como anotamos el contexto del discurso y esta crítica raya la piel, mi libro recién publicado ¿Fue José Martí racista? Perspectiva sobre los negros en Cuba y Estados Unidos (Una crítica a la Academia norteamericana) ha sido posible no porque yo actuara de forma diferente, sino porque soy cubano que vive en Chile y no guardo especial interés por pertenecer a la academia norteña.

Si efectivamente algunas posiciones han sido criticadas, el grueso de la tendencia goza de una suerte de impunidad crítica que se suma a la hegemonía de divulgación y alcance que esa academia significa, a la envergadura de su marca institucional y simbólica desde el país más poderoso del planeta. Tal poder se constituye en una autoridad en el campo intelectual y la esfera pública. Este es un dato exterior al discurso pero, al mismo tiempo, una presión, una potenciación, una realidad inocultable.

Los negros tontos

Si en sus desarrollos en relación con el indígena en el continente hay en la obra martiana espacios ambivalentes que no alcanzan a desaparecer, en el camino hacia el negro se lee una profundización mucho mayor y la cifra de posturas problemáticas enseñan una reducción con difícil paralelo en el siglo XIX, y en particular cuando él solamente vivió 42 años.

No únicamente en la interpretación de concepciones válidas en el corpus martiano, también en torno al sujeto hallamos deficiencias dignas de registro en la academia estadounidense. Lógicamente uno esperaría aquí el grito del negro, la demanda de intereses ante un Martí que presuntamente los escamotea o inculca los dispositivos de un letrado fundacional hegemónico, como se ha prescrito. Pero esos gritos no están, porque sencillamente no los hubo.

¿Fueron tontos los afrocubanos al aliarse con un líder político blanco que no representa sus anhelos de siglos, sus sueños de usufructuar derechos, sus necesidades sociales más perentorias? Y recuérdese que el poeta antes de 1890 mantiene relaciones personales y abundante correspondencia, ambas prácticamente diarias, con compatriotas de ascendencia africana, y en ella no escasean incursiones en la racialidad cubana. No hubo protestas ni tampoco polémica, según los documentos conocidos.

Si Martí fue tan conservador como indican no pocos, se nos antoja por lo menos extraño tener que admitir que Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez, Rafael Serra y Manuel de Jesús González, para no mencionar a otros camaradas en la sociedad de instrucción La Liga, en vez de criticarlo lo elogiaron. En La Liga, Martí trabajó gratuitamente como profesor y de acuerdo con sus textos allí se discutió el racismo muchas veces. La academia, en fin, nos propone afrocubanos definitivamente tontos, que ensalzaron a quien debieron detestar.  

Son muy conocidas las frases de Gómez respecto al bardo y los negros, pero el folleto La república posible, escrito por Serra y publicado luego de su muerte en 1909, constituye prueba muy significativa de lo que realmente representó el liderazgo del poeta.

Serra, por cierto el más cercano de los amigos negros del Delegado, se convertiría a la vez en el activista afrocubano más radical contra la discriminación desde finales del XIX hasta el ocaso de la primera década republicana. Dentro de sus propios textos en Patria, Martí le cedió espacio a Serra, y eran espacios ocupados por un radical. Por su parte, Maceo dijo en una entrevista refiriéndose a Martí: "con su cerebro iluminador despeja las sombras que dejó la esclavitud a nuestro pueblo". ¿Fue tonto Antonio Maceo?

Entre los mencionados, Gómez se erigió en testigo de su escasez de prejuicios personales (1879) y conoció los avances de Martí en el tema. No fue casual que reprodujera en sus periódicos textos martianos sobre incursiones raciales, como mismo hizo Patria, por ejemplo, con La Igualdad. En  la Isla se interpretaron artículos del poeta.

Un cálculo del volumen de las referencias a los negros en el corpus martiano refleja que muy pocos, pero muy pocos intelectuales de la raza, y desde luego blanco alguno ha ofrecido, hasta hoy, la visibilidad general que le ofreció Martí. Legará asimismo una clara conciencia de la invisibilidad contra el afrocubano en el discurso prevaleciente, e incluso en una ocasión llegó a darle primacía a la racialidad respecto a los vínculos cubano-norteamericanos. Afirmar que este hombre vio a las razas trascendidas es una de las invenciones más estrafalarias que se hayan publicado sobre la historia de Cuba.

No solo discurso, sino hechos palpables y realizaciones convencieron a los negros para seguirlo. Indiquemos unos pocos elementos:

1.- Como detalla Gerald E. Poyo, hombres y mujeres de la raza accedieron a posiciones de poder y laboraron e influyeron en la estructura del Partido Revolucionario Cubano (PRC). Al mismo tiempo, varios en Nueva York estaban muy presentes en el periódico vocero de su lucha, o lo que es lo mismo, manifestaron sus intereses y no únicamente fueron pensados por la hegemonía, según suele afirmase. Además, Martí abogó públicamente por el poder político para representantes negros una vez ganada la república.

2.– Martí condenó insistentemente la situación de mayor pobreza del negro y abogó por su ascenso educacional, que acusó gratuito y considerado en nuestros días herramienta crucial contra la desigualdad.

3.- Este es el punto más trascendental, pues todo lo anterior podía ser traicionado por el poder a establecerse en la república, como anunció el poeta enfáticamente. La república democrática sería escenario de luchas pacíficas en pro de los derechos de los afrocubanos y el resto de los oprimidos. Lo anterior se lee en muchas metáforas martianas, pero también lo inscribe literal y conceptualmente en sus páginas. De tal manera, precedió a Mahatma Gandhi, quien generó las nociones que transformará en método de lucha a partir de la discriminación de los indios en Sudáfrica.

El negro vigilante

A pesar de la objetividad presumible del sector académico mencionado, este admite claramente que la palabra de Martí tuvo los superpoderes que la tradición le atribuyó. Es decir, la academia decapita a la tradición pero conversa con su cabeza. Si no es así, cómo engañó el poeta a los negros, cómo los drogó si no eran un atajo de tontos que luego de la abolición poseían anchos espacios de maniobra.

Gómez, Serra y el mulato puertorriqueño Sotero Figueroa, entre otros, eran intelectuales que publicaban ensayos y artículos, hacían discursos y llevaban a cabo un activismo antirracista que Martí impulsó y elogió. Precisamente por su radicalismo, el político invitaba a hablar a Serra en los actos que organizaba y el matancero se zambullía invariablemente en el tema que más le preocupaba.

En La Liga se produjo un incidente que denota la atención que ponían los negros a sus relaciones con líderes blancos, y Martí es el principal involucrado. Años después, refiriéndose a Martí, Manuel de Jesús aludiría al engaño que intentaron otros: "Erraría el que figurase que iba él, con frases calculadoras, a halagarnos, para por este medio ganarse nuestro afecto. De hombre a hombre hablaba…". Y a continuación plasma el  antirracismo en La Liga. Precisamente en este proceso de esclarecimientos mutuos entre el artista y sus amigos nacerán convicciones que ayudarán a la fundación del Partido Independiente de Color.

Recordar a Serra no resulta un ejercicio baldío: "Nos enseñó [Martí] a ser indóciles contra toda forma de tiranía, contra toda soberbia", con lo cual apuró el estallido del dispositivo que grafica al poeta apadrinando a negros sumisos, otro punto de la susodicha academia. Pero semejante indocilidad tuvo sentido pacífico, como subrayó Serra en numerosas ocasiones siguiendo explícitamente al Delegado. Fue el rumbo que el intelectual y obrero del tabaco mostró al partido de composición uniracial que cuajaba y a otros descendientes de África. El sesgo violento que adoptó a la postre la organización, fallecido para entonces Serra, fue en contra de las nociones de desobediencia civil de Martí, recogidas ejemplarmente por el tabaquero y activista. 

La indocilidad citada por este último ofrece una idea sobre cuáles fueron los argumentos del poeta —orales y en cartas— ante sus compatriotas de la raza, que suscribe para blancos y negros en Patria. Se ha dicho con razón —y lo pruebo en el libro citado— que el artista ayudó a crear sujetos contra el racismo en La Liga, algo que corroboraron alumnos como Manuel de Jesús y el mismo Serra, dos de los que estuvieron al lado de Martí en Nueva York y se involucraron posteriormente con el Partido Independiente de Color.

El autor de La republica posible fue una suerte de ideólogo de la entidad  —según el The New York Times de la época— y viajó en 1905 a EEUU en compañía nada menos que de Evaristo Estenoz, quien se convertirá en líder de la organización y será asesinado a la postre. Es falso, pues, el muro erigido por la academia estadounidense entre Martí y el partido masacrado por el poder en 1912, crimen calculado desde varios centenares hasta los 6.000. El discurso martiano estuvo presente en la organización política a través de documentos oficiales y de su propaganda, posibilitada por las libertades entonces prevalecientes.

Los negros y el poder

Penetremos sucintamente —los argumentos abundan— en el poder político que para la raza discriminada puso Martí en su obra y vale sostener  que comunicó o reflexionó con sus amigos. Él no se limitó a sugerir públicamente el acceso a dicho poder para Antonio Maceo, sino que además lo marcó concretamente en Juan Gualberto Gómez. Además, este recuerda en texto imprescindible que él y Martí participarían en la "gobernación de la revolución", o sea, en el liderazgo político previo a la república. De no ir preso y de vivir Martí, con seguridad habría sido Juan Gualberto Gómez el primer negro en esta instancia.

Si los afrocubanos tienen en el PRC presencia práctica en cuanto a poder e influencia y voz propia, en sus apuntes Martí creó un tipo de gobierno colegiado que fue meditado con un objetivo primordial: que los negros no quedaran fuera de los más elevados puestos políticos en la república, y en este gobierno, por cierto, se favorece la posibilidad de que un afrocubano ocupara la presidencia del gobierno. Y no por mero entretenimiento al final de la disquisición precisa: "Garantía para todos. Poder para todos".

Sobre activistas como Henry H. Garnet y Frederick Douglass, entre muchos abordajes, Martí se refirió a los derechos del negro al poder en EEUU y encomió, también entre otros, a John Mercer Langston, con asiento en el Congreso. Du Bois, el activista e intelectual paradigmático, no se oculta al investigador paciente cuando Martí destaca el premio obtenido por un afronorteamericano en Harvard.

Porque está en sus letras resulta imposible dudar de los avances y continuas arremetidas en favor de los afronorteamericanos. Que yo sepa, y salvo en mi libro mencionado, no hay traza de un estudio que, desde la historiografía contemporánea centrada en el afronorteamericano, se proyecten significaciones en las páginas del político habanero. 

Los negros y el dilema social

Como a José Martí se le exige todo —hasta el haber nacido con conocimientos de nuestro tiempo—, no faltan los que han dicho que su obra social con respecto a los negros es vacía o nula. Apenas tienen en cuenta la virtual inexistencia de estadísticas en la época, que el poeta vivía en EEUU y que la Cuba que piensa es de posguerra, una guerra que podía ser, como fue, devastadora. Por otro lado, desde la antesala de un conflicto bélico donde la unión resulta vital, era prácticamente imposible —salvo que quisiera realmente engañar— incluso esbozar un plan o programa social para la raza. Y excluimos a los numerosos efectivos y líderes racistas comprometidos en acudir al campo de combate que se hubieran opuesto a cualquier programa de este tipo.

Uno de los fundamentos en el corpus martiano al respecto fue la reiteración de que los negros eran los cubanos más pobres, fruto también en buena parte de la discriminación. Él bregó por generar no el conocimiento de lo obvio, sino conciencia colectiva al respecto, y al hablar de la precaria situación económica del país especifica al afrocubano: "en su familia insegura y en su vida entera siente él el oprobio y exterminio de la vida cubana", a lo que añadiría, con harta frecuencia, la noción que señala a los negros como "los cubanos más oprimidos". La opresión y vulnerabilidad más dolorosa son dos concepciones intrínsecamente encadenadas en sus escritos.

La ciencia social establece hoy que únicamente con la conciencia general de que existe una parte de la población discriminada y en mayor pobreza se asientan las bases para llevar a cabo estrategias de carácter social. Estamos ante una carencia que, superada en la obra martiana, persiste todavía.

Teniendo en cuenta lo anterior ¿podría afirmarse que Martí tuvo vislumbres de lo que hoy llamamos acción afirmativa y que cuestionó la concepción de igualdad que prevalecería hasta después de mediado el siglo XX, cuando comenzará a hablarse en Estados Unidos contra el slogan de la igualdad? Esto está en su obra y, junto con otros desarrollos, dedico un capítulo completo de mi libro a su visión social sobre los negros.

La concepción y decisión de ayudar a su compatriota se le ha escurrido a más de un académico, porque han traducido por cháchara o moralina lo que contiene muy sustanciosos pareceres. Cuando Martí vuelve a exhortar en "Nuestra América" a "¡bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos!", está diciendo que a los pobres hay que ayudarlos a salir de su situación. Serra, por cierto, captó el propósito del amigo y al criticar al Partido Autonomista  subrayó el "poco o ningún interés que se ha tomado ese partido en ayudar a levantarlos [a los negros]".

Ese esfuerzo por sacar al afrocubano de su circunstancia y cooperar en el ascenso social provendrá en las páginas martianas tanto de particulares como del Estado. Apelará a la clase adinerada cuyo patriotismo debía ostentar como "primera cualidad" "el desistimiento de sí propio; la desaparición de las pasiones o preferencias personales ante la realidad pública", a lo que denominó "el ideal de la justicia". De ello no falta en la acción afirmativa actual.

No hay en estos planteos idealizaciones vacuas. Recuérdese que para Martí la miseria no es desgracia personal sino "delito público", "deber del Estado", escribe el poeta tan temprano como en septiembre de 1884, según anota Carlos Ripoll. En sus crónicas norteamericanas, Martí divulga a su admirado Henry George, quien alude a los derechos del más pobre de los niños negros por el solo hecho de nacer.  Era pues esperable algún tipo de política pública.

Límites espaciales nos obligan a no mencionar un puñado de asuntos y pasar volando por dos relevantes:

1.- Martí fue uno de los pioneros en defender una recompensa por los sufrimientos de la esclavitud, tanto en Cuba como en EEUU.

2.- Como consecuencia de la ayuda de la sociedad, el Estado y el esfuerzo propio, que Martí encomió, el descendiente de África debía convertirse en "creador de sí", carestía en nuestra historia que se acentúo después de 1959.

¿Afrocubanos tontos?

Si aceptamos que la lucha de los negros era principalmente contra el racista cubano, veamos qué epítetos les lanzó Martí, sin que intentemos ser exhaustivos. En épocas distintas le llama "ignorante", "incauto", "suspicaz", "duro", "desdeñoso", "incapaz", "pecador", "imprevisor", "serpiente", "gente mala", "mentiroso", "injusto", "cobarde", "necio" y en estado de "sincera imbecilidad".

Martí distingue además al racista como "temeroso muchas veces, aunque por pura ignorancia y sin razón, del adelanto de la raza negra". A los prejuiciosos educados los calimba de "soberbios letrados de cultura inútil". Atacará también a los racistas llamándolos "asustadizos", y alude a la "rudeza y necedad del blanco criollo" y objeta el "inhumano desdén y suspicacia fingida" de los criollos blancos.

 


Todo el aparato bibliográfico de este artículo puede consultarse en mi libro  ¿Fue José Martí racista? Perspectiva sobre los negros en Cuba y Estados Unidos. (Una crítica a la Academia norteamericana) (Betania, Madrid, 2014).

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