Con la misma vehemencia con la que en 1993 organizó una serie de homenajes por el centenario de la muerte de Julián del Casal, de cuya misa en la Iglesia de la Merced, en la Habana Vieja, fuimos prácticamente expulsados, Francisco Morán, 20 años después, ha acometido una enjundiosa y no menos desacralizadora investigación sobre la vida de José Martí.
Provocador de iras y criterios encontrados, a su último libro, Martí, la justicia infinita (Verbum, Madrid, 2014), de casi 700 páginas, habrá ya que buscarle a partir de estos momentos un espacio obligado en cualquier biblioteca que se respete sobre la complejísima obra del autor de Escenas norteamericanas.
Con él hablamos sobre ese libro y su tema.
Está el cuadro de Arche en el que Martí se coloca solemnemente la mano en el pecho; está también el óleo que lo representa cayendo del caballo, pero en este libro te detienes únicamente en una tercera imagen: la del joven preso recostado a una columna, acompañado por su grillete. Si sumamos esto a lo que se relata en El presidio político en Cuba, tendremos que Martí mismo nunca fue ajeno a un proyecto de reificación de su figura: mártir y héroe a la vez, engrosamiento de un prestigio político, de una autoridad moral. Martí, afirmas, "se proyecta como personaje de un drama de honor calderoniano".
Es lo que sostengo: el involucramiento del propio Martí, desde muy temprano, en su propia reificación: mártir, héroe, y añadiría, en significante mismo de la comunidad nacional. Me alegra que menciones el cuadro de Arche, porque se trata de una imagen que no falla en evocar la del Sagrado Corazón, un cuadro que era muy común encontrar en los hogares cubanos. Ese Martí-Jesús emblematiza la de Jesús-hijo de Dios, supuestamente enviado a la tierra a redimir a los hombres con su sacrificio.
Martí se representó obsesivamente como Cristo, y las referencias crísticas abundan, empezando por El presidio político en Cuba: "todas las grandes ideas tienen su Nazareno" (cito de memoria). Ya Freud veía una ironía en el sacrificio del hijo que, por esta vía, intenta superar el impulso parricida, puesto que a pesar de su inmolación, es Jesús quien termina reemplazando al Padre en la devoción de los cristianos. Esto habría que pensarlo mejor en el contexto de la compleja relación de Martí con su propio hijo, tal como lo demuestran Ismaelillo y Versos sencillos.
Esa relación podría a su vez reflejar la de Martí con su padre, tan bien captada por Fernando Pérez en el filme El ojo del canario. El Martí preso, el del grillete y la cantera es, en gran medida, otra proyección —la primera— de la Pasión, y anuncia por lo mismo el Martí-Jesús de Arche. Martí también explotó la narrativa del presidio para asegurar su autoridad moral, que llega a identificarse para mí con la del superyo, y cuyas demandas son tanto morales como sádicas. Porque como el de Jesús, el sacrificio de Martí resulta a la postre impagable, y por tanto resulta también el significante de una deuda que nos esclaviza.
El Martí de Arche me evoca también El caballero de la mano al pecho, de El Greco. Esto nos lleva al barroco y a la honra. Aunque se ha reconocido la huella de los místicos españoles en Martí, y aunque Juan Marinello dedicó un ensayo a su españolidad literaria, que yo sepa, nadie ha reparado hasta ahora cuán españolizante sería Martí.
En este sentido, siempre me ha llamado la atención su obsesión con la honra, muy cercano al concepto español, específicamente calderoniano, de la honra. Es, diría, una de las notas de la Colonia más audibles en la escritura y el pensamiento martiano.
Aquí te escuchamos acusar el fenómeno de que tanto los American Studies, como los Post-Colonial Studies en la academia norteamericana "se han subido al carro martiano con una rapidez sorprendente". Martí, pues, como una mina apenas descubierta por estas "escuelas"…
No solo los American Studies y los Post-Colonial Studies se han interesado últimamente. Es el caso de los llamados Hemispheric Studies y de los estudios comparatistas. Creo que estos campos del saber pueden contribuir sustancialmente al estudio de un Martí no limitado a la cuestión latinoamericanista o cubana. En el único caso que tengo mis reservas es en los Post-Colonial Studies, puesto que ahí podría estar siempre la tentación de afirmar a un Martí fuera, y más allá, superador del status colonial. Y esto me parece absurdo.
Ahora, ninguno de estos campos inauguró el interés de la academia norteamericana por Martí. Particularmente, en lo que respecta a los American Studies, se trata del descubrimiento, bastante tardío, de la importancia de Martí para los estudios americanos de fines del siglo XIX.
No veo cómo podría justificarse la no inclusión de las Escenas norteamericanas en la literatura, y en general la cultura estadounidense que va desde 1880 hasta 1892. Igualmente, no es posible calibrar ni la prosa, ni las ideas de dichas Escenas, sin tener en cuenta su contexto norteamericano, particularmente neoyorkino.
Es decir, los American Studies —hasta donde me consta— han "descubierto" a Martí al margen al periodismo de la época, y de su intervención en sus debates políticos y sociales; a pesar de que uno halla en las crónicas martianas claras huellas, referencias a lo que leía o había leído al escribir este o aquel texto.
Un ejemplo es la crónica "Un drama terrible". Que los estudiosos hayan llegado a afirmar que esa crónica muestra la radicalización de la crítica martiana a los Estados Unidos, y hasta un cambio de actitud hacia los anarquistas, solo se explica porque la han leído sin estudiar cómo se habían debatido ambos asuntos en los Estados Unidos.
A lo largo de todo el libro señalas a Paul Estrade y a Gayatri Spivak, a Caridad Atencio, a Toledo Sande y sobre todo a Laura Lomas, estudiosos que no pueden permitirse "salpicar la estatua" de José Martí. Hasta Carlos Ripoll, "quien más consistentemente denunció y cuestionó la apropiación marxista de Martí", suele, según tus palabras, caer en "la trampa del culto".
Me preocupa que se crea la impresión de que yo los combato. Hay que hacer importantes distinciones. No es lo mismo Laura Lomas que Julio Ramos, ni Spivak que Ripoll, o incluso Santí, Estrade y Martínez Estrada. Lomas, como demuestro, no leyó a Martí; e incluso lo inventó. Solo a ella podía ocurrírsele la peregrina idea de atribuirle un "proyecto postcolonial". Llega incluso a atribuirle palabras que nunca dijo. Igualmente descalifica en bloque a un buen número de estudios a los que ni siquiera menciona.
Ese no es el caso de Ramos, con quien, si mantengo desacuerdos, también coincido en algunas de sus conclusiones. Ramos es un excelente lector, alguien a quien personalmente admiro. Estrade es otro de los estudiosos más importantes, y sin su artículo sobre Martí en México no puedo decir cuánto tiempo me habría llevado trabajar los capítulos que le dedico. Es un ejemplo de investigador que sí contextualiza la lectura y va a las fuentes. Al mismo tiempo, vio cosas que prefirió no indagar a fondo, precisamente porque Martí debía salir inmaculado del examen, o más bien eximido de él.
En cuanto a Luis Toledo Sande, afirmo que su artículo "A Very Fresh Spaniard: un personaje literario de José Martí" es de referencia obligada para quien comente el texto aludido en el título. Demuestro que Sande basa sus conclusiones no en generalizaciones vagas, sino poniendo atención a lo que dice Martí. Toledo lee con ojo agudo, atendiendo a los detalles. Pero eso no me impide: 1) señalar los límites de ese análisis, que son los de siempre: no enfrentar los problemas que presenta ese texto; 2) rechazar el calificativo de asalariados —obviamente del imperialismo— que les asigna a algunos "que siguen optando [por] endilgarle [a Martí] una actitud presuntamente deslumbrada ante los Estados Unidos". Se trata, no de una crítica, sino de un ataque soez que ignora su propio salario como funcionario de una institución del Estado cubano que no aceptaría siquiera considerar la publicación de una lectura diferente de la que él defiende.
En cuanto a Carlos Ripoll, resulta imposible subestimar mis deudas con sus investigaciones, aparte de que no creo que haya recibido todavía todo el reconocimiento que merece, salvo en el caso de contados colegas como Enrico Mario Santí.
En todos los casos mencionados, el límite que entorpece la lectura crítica es el culto, la devoción. ¿A qué se debe esto? No creo que haya una sola manera de responder la pregunta. Y es que si Martí se cae del caballo —si de verdad una lectura crítica a fondo cuando menos hace que se tambalee— los cubanos perderían el último referente de la república ideal que ningún gobierno ha conseguido realizar.
Los latinoamericanistas —quienes por tanto tiempo han jugado las cartas del antimperialismo de Martí— perderían la última, la más preciosa. Se trataría del Apocalipsis simbólico para dos identidades que han sido pensadas como frentes de batalla: la de Cuba y la de Nuestra América.
En 1935, Juan Marinello nos dijo que había que darle la espalda a Martí y a sus doctrinas. No sé si esto es posible o incluso deseable. Pero hay que preguntarse también para qué hay que seguir buscando refugio y respuestas en Martí. Ya la sola mención de "doctrinas" en este contexto merecería un comentario aparte; no olvidar que la Iglesia de Martí ha sido eso: dogma y doctrina; y por tanto contubernio de fieles y excomunión.
Las ideas de Cuba y de patria han estado siempre ligadas al exilio y al destierro, a eso que Reina María Rodríguez llamó "la desbandada". Los últimos 55 años de la historia de Cuba han exacerbado esta experiencia, el pathos, el dolor del arranque de raíz a un nivel que no tiene precedente, ni siquiera en las dictaduras de tan mala memoria como las de Machado y Batista. Nadie que levante las Obras Completas de Martí como exorcismo de ese pasado y de este presente puede llevarnos a otro lugar que no sea el mismo en el que estamos, si es que no peor. Digo esto porque me sobra imaginación para pensar que siempre es posible un poco más de horror…
En contraposición al culto que le han profesado estudiosos de diferentes tendencias políticas, tú propones una crítica "atravesada por la sospecha"; un término que empleas a menudo. Entonces: "tensar la cuerda", partir de la sospecha, "darle el relieve que merecen a los vacíos y espacios neblinosos en la conducta pública de Martí", "acercársele sin miedo y sin aquiescencia".
En Cuba no leí mucho a Martí; apenas lo que me dieron en la escuela: "Nuestra América", algunos poemas de Versos sencillos y de Versos libres, algo de La Edad de Oro, la carta de despedida a Mercado... Seguramente conoces el repertorio. Aparte de eso, estaban las citas que todavía uno puede leer en cada uno de los bustos que están esparcidos por todo el país. Y esas citas, en su mayor parte, no hacen sino exigir sacrificio y deber. Un escritor así —al menos para mí— es de temer.
En 1991, apenas llegué a Caracas, lo primero que pedí fue que me llevaran a la estatua de Bolívar. Al pie alguien había dejado una corona de flores y corrí a retratarme junto a ella. Cuando me iba noté que la estatua estaba toda cagada de pájaros. No pude dejar de pensar en la de Martí del Parque Central: siempre impoluta, blanca, sin una sola mancha.
Años más tarde, ya en Estados Unidos, un amigo me dijo que había oído decir que cada día, en La Habana, muy temprano, antes del amanecer, limpiaban la estatua con una manguera. En 2013 asistí a la conferencia "Cuba Trasatlántica" que se celebró en La Habana. Fui designado moderador de la mesa dedicada a Martí. El único trabajo que se leyó allí con una mirada crítica fue el de un colega de California quien, con toda humildad, empezó expresando que él no era un experto, y que el trabajo que leería comentaba algunas ideas problemáticas, "pero no se preocupen —cito textualmente— porque al final yo lavo a Martí".
A pesar de la humildad de su autopresentación, el suyo fue el único trabajo que desafiaba, al menos parcialmente, las ideas más extendidas sobre Martí y la cuestión racial; pero, a través de su exposición, no dejó de recordarnos que al final "lavaría" a Martí.
Lo importante no es si es verídico que cada día la estatua del Parque Central sea limpiada con una manguera. Se trata de que para sus creyentes —y Martí es una creencia, una fe— él es la pureza hecha hombre, y desde luego mármol. La sola idea de que alguien pueda dudar de ello no puede significar sino traición, ingratitud, deslealtad, y sobre todo una mancha tan indeleble como la pureza y la blancura de la estatua. Pero hay manchas. Y todas las mangueras de la ciudad no podrían lavarlas.
Tal es el estigma que pesa sobre ese sacrilegio que no podía dejar de suscitar mi sospecha. ¿No habría ahí alguna cagada que nos han ocultado? Advierto que no hablo de algo que haya que limitar al caso de Martí. La crítica consiste en eso: en entrar en un texto con dudas y sospechas.
Así fue como me acerqué a Casal. También en Casal tuve la sospecha de que había que leer al revés. Se trata de leer preparados para encontrar lo que aparezca, y no lo que nos han enseñado a ver y a buscar.
Fueron cuatro años de agotadoras lecturas, de escribir, tachar, desechar, volver a empezar, atascarme en el estilo de Martí, salir del atolladero y recomenzar. Me hice martiano leyendo a Martí. Pude comprender por qué es fácil y natural deslumbrarse con él. Y por qué hay que resistir a ese deslumbramiento.
Te has detenido en la figura de Juan Marinello, a quien consideras uno de "los más sagaces" críticos de Martí, por su pertinente alerta, por su oposición a asumirlo como él mismo lo llamó: un "oráculo incambiable". De ahí que lo consideres "una alternativa de crítica enérgica de Martí desde la izquierda".
Marinello publicó "Martí y Lenin" en la revista costarricense Repertorio Americano, en 1935. Mi universidad tiene la colección completa en microfilm, que he revisado. Es una joya. Resultó que este artículo había dado lugar a una fuerte polémica que se desarrolló en varios números de la revista. No solo guardé esos trabajos, sino que comencé a perseguir las obras de Marinello sobre Martí. Fue fácil encontrar, claro, los 18 ensayos martianos (Unión, La Habana, 1998), con prólogo de Fernández Retamar.
Solo después de haber leído lo que no entró ahí se comprende mejor lo que allí se nos escamotea. Y conste que no se trata de que no se sepa nada de los textos que se hallan dispersos en revistas y prólogos de libros. En 1973, María Luisa Antuña y Josefina García Carranza publicaron la Bibliografía martiana de Juan Marinello en el Anuario Martiano no. 6, donde pueden encontrarse esos trabajos, que también aparecieron en la bibliografía que Losada Aldana incluyó en el volumen de la editorial venezolana Ayacucho.
Advierto que aunque posiblemente Marinello no volvió a publicar un trabajo tan radical como "Martí y Lenin", lo esencial de lo que dijo —que Martí pertenecía al pasado— lo encontramos en los textos posteriores, incluso en "Actualidad de José Martí. Martí, maestro de unidad", de 1943, como en el prólogo que escribió para Glosando los pensamientos de José Martí (1941), de Julio Antonio Mella.
Marinello empezó temprano a desarrollar una visión personal, más crítica y menos complaciente, en 1928, en "Estudio preliminar, compilación y notas" a las Poesías de José Martí, de la Colección de Libros Cubanos dirigida por Fernando Ortiz. Estamos hablando de 13 años de una lectura de Martí muy diferente de la que le conocemos.
El gran viraje se produce, no a partir de 1959, sino un año antes, cuando publica José Martí, escritor americano. Aquí aparece sólidamente planteada la oposición maniquea entre Martí y el modernismo. Este importante libro no se ha publicado en Cuba, algo que nunca he podido explicarme. ¿Cómo se produjo un cambio tan radical en su lectura? ¿Sería posible que hubiera borrado hasta el último rastro de sus primeras interpretaciones de Martí?
Entre febrero de 1875 y diciembre de 1876, Martí se instala en Ciudad de México. Allí, con el seudónimo de Orestes, publica una serie de textos en donde apoya a medias una huelga y fustiga duramente otra. Su toma de partido no estará precisamente junto a los más desfavorecidos. Nada más lejano del cliché-Martí con que se nos ha educado que aquella línea en la que tilda de "opresoras" a las huelgas "cuando las mueve un odio injusto al capital y una exigencia extemporánea e inmotivada".
Primero hay que aclarar que incluso lo del apoyo "a medias" es menos a medias de lo que parece. He tratado de demostrar que en el caso de México, Martí se alinea de una manera bastante inequívoca con los capitalistas contra los trabajadores. Esto se vuelve más evidente porque, afortunadamente, hay una antología de textos publicados en México sobre la huelga de sombrereros. Los artículos que ahí se recogen muestran un apoyo total, no a las huelgas —esto es importante— sino solo a la de sombrereros.
Es decir, se trata mayormente de acercamientos reformistas, aunque hay unos cuantos más radicales. Lo importante es que ninguno de ellos critica a los huelguistas. El único artículo que gasta sus salvas en criticarlos es el de Orestes. Juan E. Mestas observó antes que yo que el artículo de Martí se enfoca fundamentalmente en censurar a los huelguistas, pero siguió de largo. Y prácticamente repite lo que otros autores habían dicho.
Por otra parte, Orestes defiende la huelga de sombrereros, pero ¿por qué? Porque utiliza su "apoyo" a los sombrereros para justificar su censura a la supuesta huelga de los impresores, y justificar que se les expulsara de Revista Universal, la misma revista que le pagaba su salario. Digo "supuesta" porque él es el único que habla de ella, y porque su artículo "La huelga de impresores" fue enérgicamente desmentido desde El Socialista —órgano del Gran Círculo Obrero de México— en varios artículos que Martí simplemente ignoró.
En este libro he incluido un dossier sobre trabajos publicados respecto a esta huelga. Y tu observación es importante. En México, Martí comienza a desarrollar una estrategia retórica que no abandonará, que consiste en que para él los oprimidos se convierten fácilmente en opresores, los que tienen la justicia de su lado son precisamente los que también resultan injustos. Nunca he creído que exista una diferencia cristalina, absoluta, entre estos y otros términos afines. Y en los contados casos en que tuvo razón, lo reconozco. De lo que se trata es de qué es lo que quiere ver Martí y a qué intereses sirve esa mirada.
Si bien en México, Martí instaba al Gobierno a regular la entrada de extranjeros, en función del aprovechamiento de la fuerza bruta de trabajo, y prevenía del peligro de la "raza extraña", de "las inteligencias desesperadas y perturbadoras", a partir de 1880, ya desde Nueva York, no son pocos los textos donde insta a las autoridades a resguardarse "del vulgar asedio de la inmigración". Este es un tema en el que has abundado en tu libro.
Aprecio la manera en que planteas la continuidad de "instar al Gobierno" (México) y "a las autoridades" (Estados Unidos) a regular e incluso legislar el cierre de la entrada a los inmigrantes, porque esto es crucial en mi estudio y constituye uno de mis desacuerdos con Julio Ramos.
Por otra parte, Rafael Rojas, en lo que juzgo una explicación simplificadora, rechaza mi argumento de que en Martí hay un racismo de Estado "por la sencilla razón de que Martí no fue nunca el jefe de un Estado". Lo cierto es, sin embargo, que Martí, en México y en Estados Unidos, apoyó y promovió políticas de Estado específicamente contra los inmigrantes. De modo que alguien tiene que explicarme si esto no tenía por fuerza que arrastrar su escritura, insertarla, en el territorio de las leyes, y por lo tanto en la órbita intelectual de Sarmiento y Bello.
Y conste que incluso aquello que parece irrebatible —Martí no fue jefe de Estado— resulta para mí discutible. Antes de salir hacia Cuba, ya en muchos periódicos se le llamaba "presidente", además de que puede decirse, sin necesidad de estirar mucho las cosas, que ese era precisamente el significado de "Delegado", puesto que el PRC era Cuba, y Martí era el PRC. También, una vez en Cuba, Martí fue llamado "presidente".
Recuérdese lo que apunta al respecto en su diario: "'No me le digan a Martí presidente: díganle general: él viene aquí como general: no me le digan presidente.' '¿Y quién contiene el impulso de la gente, general?', le dice Masó [a Gómez]: 'eso les nace del corazón a todos'. 'Bueno, pero él no es presidente todavía: es el delegado.' Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el agravio".
La anécdota es reveladora. Advirtamos que Martí, al ser llamado presidente, muestra su repulsa públicamente, tal como era de esperar de quien trabajó arduamente en la construcción de su persona pública como hombre humilde. Sin embargo, cuando en privado —o en un escenario menos público— un hombre le llama presidente, no solo no le causa repulsa, sino que le sonríe.
Si en realidad el título le repugna, ¿por qué le causa malestar la intervención de Gómez? Hay que preguntarse, además, cómo es que "las fuerzas todas" (Martí) y a todos "les nace del corazón" (Masó) llamarlo presidente. ¿Conocían tan bien a Martí todos los mambises, o incluso la mayoría de ellos? ¿Cuántos de ellos lo habían visto o leído algo suyo, o lo habían escuchado, antes de su desembarco en Playitas? ¿Cómo se había plantado —qué mano(s) plantó o plantaron la semilla del "impulso de la gente"— en el corazón de todos?
Martí menciona su proverbial sencillez, pero el resquemor que le causa lo sucedido no apunta en esa dirección. Además, ¿por qué le causaría repulsa que lo llamaran presidente en público y no que llamaran con su nombre a una ciudad —Martí City— a la que además visita, y en la que encomia el patriotismo de sus habitantes?
En sus funciones como Delegado, y desde la dirección de Patria, tanto como a través de sus viajes para recaudar fondos para la guerra, y como organizador de la guerra, Martí actuó como presidente de facto, sobre todo por el hecho indiscutible, documentado, del autoritarismo —político y moral— que ejerció entre los cubanos de la emigración.
Y puesto que instó a las autoridades mexicanas, y luego a las norteamericanas, a regular —a partir de principios racistas y eugenésicos— la inmigración, ¿podría alguien dudar de que de haber sido nombrado presidente de la República en 1902, Martí habría él mismo tomado cartas en el asunto?
Para mí lo decisivo es que Martí se involucrara activamente en la promoción de políticas antinmigrantes y francamente racistas. En un artículo que saldrá en el dossier de La Habana Elegante en el próximo número, voy a ofrecer otra prueba de lo que digo.
¿Sería que Martí no se consideraba un inmigrante, y quizás tampoco un extranjero en Nueva York? Pues aquí lo vemos situarse por encima de "esas bandadas de lobos hambrientos y sedientos, esas excrecencias de países viejos y pobres". ¿Cómo es posible que en su crónica "Elecciones" critique al inmigrante que asiste a votar mientras no conoce la lengua de su país de asilo?
¿Cómo puede alguien que veía como lo hizo él a los inmigrantes, considerarse inmigrante, o migrante, o sujeto subalterno? La crónica sobre las elecciones resulta particularmente reveladora de esto, pues hay un momento en que Martí utiliza el apóstrofe para increpar a los inmigrantes que esperan en fila para votar. Así, al dirigirse a ellos como "tú", se separa de esa gente. Esa separación es la clave para comprender desde qué lugar habla Martí con harta frecuencia en las Escenas norteamericanas.
Ya en su primer viaje a Nueva York, en el Celtic, se produce esa separación. Incluso debe observarse que en los casos en que muestra alguna simpatía por los inmigrantes, o por los pobres y los trabajadores, casi siempre ocurre desde la piedad (típicamente burguesa). Y aun así, muestra que es capaz de desentenderse de cualquier gesto piadoso, como cuando concluye —comentando precisamente la inmigración— que el "pensador clemente" debe dejar su sitio al "economista" y al "Fundador de Estado".
Alguien tiene que explicar por otra parte si en este mismo análisis Martí no está pensando ya como fundador de Estado. Después de todo, ¿qué otra cosa sino un Estado era lo que iba a fundarse con la República? No hay que engañarse. Su no disimulado desdén, la manera en que lo vemos desvalorizar las vidas de tanta gente, junto a la admiración que descubrimos en él por los capitalistas como Delmonico, o con el gozo con que describe el baile de disfraces en la mansión de William Vanderbilt en Quinta Avenida, nos dicen a las claras lo que pensaba de sí mismo.
Y no solo los inmigrantes. El dato sobre el baile cierra la crónica en la que comenta los honores a Marx en Cooper Union, y donde compara a los trabajadores europeos con los norteamericanos y comenta el entierro de un boxeador irlandés. Léase esa crónica completa, descúbranse las conexiones, la solidaridad de sentido de todas sus partes, y se verá de manera concisa el Martí que he presentado en mi estudio.
¿Cómo es posible que uno tras otro, los críticos hayan insistido en el sujeto desclasado, marginado, proletarizado, inmigrante latino, etc? Solo se me ocurren dos posibles respuestas: 1) la casi absoluta falta de atención crítica (en Cuba y en todas partes) a lo que constituye el corpus más extenso e importante de su prosa: las Escenas norteamericanas. Los críticos se han limitado por lo general a un repertorio muy reducido de ellas, y nunca las han estudiado en detalle, a fondo. Uno de los ejemplos es el de "Un drama terrible". Hay buenos artículos sobre esta crónica, pero no llegan al fondo de la cuestión, en primer lugar porque esto no puede llevarse a cabo sin estudiar también en detalle las crónicas de Martí sobre la cuestión obrera y el anarquismo que le preceden. Y 2) La falta de disposición de interrogar críticamente a Martí y de ir más allá de las casi siempre mencionadas de paso, y como corriendo, "ambivalencias" suyas.
Si se quiere un ejemplo de cómo el estudio detenido y no complaciente representa la única manera de estudiar a Martí que puede conducir a iluminar los aspectos espinosos de su obra, véase el estudio de Jorge Camacho publicado el año pasado: Etnografía, política y poder a finales del siglo XIX: José Martí y la cuestión indígena. Comprendo que la extensión no solo de la escritura de Martí, sino también, sobre todo en lo que respecta a sus Escenas norteamericanas —a lo que hay que añadir su heterogeneidad temática y las dificultades del estilo— pueden desalentar al estudioso más decidido.
Sin embargo, no es solo posible acometer este trabajo: es necesario. Lo ideal sería crear grupos de estudio, de colaboración, que reuniera a estudiosos de la obra de Martí, tanto de Cuba, como de América Latina, Estados Unidos y Europa. Pero para que esto rinda frutos, estos estudiosos tendrían que tener libertad para disentir unos de otros sin que por ello tengan que verse como enemigos.
Pero esto es la utopía, y no me hago ilusiones. Nada de esto podrá ocurrir mientras Martí siga siendo una Iglesia. Me gustaría que mi libro se publicara en Cuba y que se debatiera, que se cuestionara, pero que se le concediera el derecho a existir y a llegar a todos los lectores. Sé que no será así. Entonces, lo único que nos queda es seguir trabajando de la única manera que vale la pena hacerlo: a conciencia.
Has notado la peculiar fijación de Martí con los italianos, a quienes ve como una invasión de "perezosos y labriegos"; aunque su ojo de "celador ético", como le llamas, abarca con visión negativa a casi todos los europeos. Sin embargo, no te has referido a la crónica sobre el puente de Brooklyn, publicada en La América en junio de 1883, donde alude a aquellos "hebreos de perfil agudo y ojos ávidos".
Se me quedaron fuera los judíos, aunque no del todo —recuerda el ramalazo, de pasada, en la crónica sobre las elecciones— y se me quedaron fuera los chinos. Hay toda una humanidad pisoteada y desechada en esas crónicas, en esas escenas, que uno no puede sino preguntarse en nombre de qué puede justificarse eso. Solo si hay alguien que esté dispuesto a afirmar que la carne de Martí tiene más valor que la de toda esa gente, simplemente porque no sabemos quiénes eran, ni cómo malvivieron o murieron.
En 1980, un documental realizado por Santiago Álvarez sobre los sucesos del Mariel incluye la frase: "Hay que cargar los barcos con los insectos que le roen el hueso a la patria que los nutre". Es de Martí y viene de "Nuestra América", de 1891. Pero en 1883, en su nota "Sobre la inmigración", a partir de la enorme entrada de italianos a Buenos Aires, ya recordaba que en todos los Estados Unidos "echan hoy a páuperos ruines que, como insectos enojosos, suelen sacudir sobre América los pueblos de Europa". ¿Gusanos quienes llegan de Europa, masa anarquizante que incomoda al devenir de la República, concebida como comunidad ética? ¿Gusanos también quienes salen de Cuba, quienes abandonan el proyecto colectivo mesiánico, la nación de virtuosos que se quiere edificar a partir de 1959?
Por eso comento que la frase martiana en el documental de Santiago Álvarez no es una distorsión de lo expresado por Martí en "Nuestra América". En primer lugar porque el "hay que cargar" tiene todos los visos de un pronunciamiento legislativo —volvemos a lo del Estado—, y en segundo lugar porque la metáfora eugenésica deja en las manos del Fundador de Estado y del Economista —no en las del "pensador clemente"— la decisión de quiénes serán considerados insectos enojosos, gusanos, y en el caso específico de Cuba, cubanos impuros; que "impuros" fue como llamó Martí a Ramón Roa y a otros veteranos de la primera guerra.
Es por esta razón que, contrario a lo que podrían pensar muchos, a todos debe importarnos la postura de Martí sobre la inmigración, puesto que en última instancia se trata de cualquier sujeto que sea percibido como inadecuado, fuera de lugar, en el proyecto de la comunidad ética. Cualquiera de nosotros es susceptible —en la apuesta por la república "de todos, con todos y para el bien de todos"— de quedar fuera de ella.
En 2010 el Centro de Estudios Martianos, en La Habana, publicó la compilación Aproximaciones a las Escenas norteamericanas que presumía de "inaugurar" algo con relación "a la menos conocida selva del corpus que integran las Escenas norteamericanas de José Martí…"
Pero estas Aproximaciones no inauguran una lectura que se aparte un ápice de lo que ya ha se ha dicho tantas veces. Habría que preguntarse cuánto se aproximan críticamente esas Aproximaciones a los problemas que presentan las Escenas norteamericanas. La falta de atención a estos textos demuestra el total desinterés en reconocer las fallas morales y políticas de Martí y, con ello, la poca o ninguna importancia que tienen para los estudiosos todas esas cabezas que Martí, desde el sol de su mundo moral, se permitió pisotear.
Esto ocurre en una nación que se jacta de haber hecho una revolución socialista y que persiste en aferrarse a ello. Estamos ante supuestas lecturas de izquierda de Martí que —en lo que ocultan y evitan— revelan el más inquietante contubernio con la represión, la discriminación. Por eso Martí tenía que prestarle su concurso a Santiago Álvarez: para la revolución cubana había llegado la hora de reconocerse en el espejo de Martí. Lo preocupante es que la tentación de Martí no haya hecho sino ganar fuerza.
Dices que has visto a Martí en Nueva York oscilar "entre el deseo y el rechazo". Definitivamente, los 15 años en Nueva York le han marcado la piel. ¿Se pudiera hablar de una real historia de amor con esa ciudad?
Si uno está consciente que no hay historias de amor sin tensiones, sin discusiones y hasta peleas, aunque luego siga la reconciliación… Sí pienso que Nueva York se le metió a Martí en los huesos. No olvides que cuando escribe "Impressions of America (by a very fresh Spaniard)", acabado de llegar en 1880, canta su "yo me quedo" con bastante claridad: "me detuve, miré respetuosamente a este pueblo, y dije adiós para siempre a aquella perezosa vida y poética inutilidad de nuestros países europeos".
En 1894, un año antes de irse a Cuba, le había escrito la famosa carta a Valdés Domínguez en la que se refiere a Nueva York como "su casa". Luego, al desembarcar, había declarado en el "Manifest of Passengers" que era ciudadano de los Estados Unidos, y su profesión "library", es decir, biblioteca. Debió tratarse de un error, pues seguramente declaró bibliotecario. Para mí —y este es uno de los argumentos de mi estudio— Martí llegó a verse implícitamente como ciudadano estadounidense; y esto se revela precisamente en su postura hacia el inmigrante, en quien no puede reconocerse.
Advierto que no se me escapa que alguien podría encontrar en la selva de su obra alguna cita que desafíe lo que digo. Pero habría que hallar mucho más, para desechar mi argumento, pues me cuidé de sustentarlo en un análisis que sigue cuidadosamente los pasos de Martí desde 1875 hasta 1894.
Y luego está la comunidad de cubanos en el exilio, sus viajes a Tampa, a Cayo Hueso, a Ocala; la fundación de Martí City (esa especie de gueto virtuoso, exclusivo para cubanos, en plena Florida), las recaudaciones de fondos para la lucha en Cuba, para las cuales El Delegado no tuvo reparos en acudir a los magnates cubanos de la industria tabacalera.
No solo eso. Está también el constante cortejo de las bolsas de los capitalistas americanos de Ocala, el entusiasmo con que le comenta a Gonzalo de Quesada el agasajo que le brindaron, al mismo tiempo que la incomodidad que le produjeron ciertas ideas anarquistas que halló.
El estudio se completa en Martí City con dos momentos importantes. El contraste de las posturas de Martí ante dos periódicos de trabajadores de idéntico nombre —El Proletario—, uno en México y el otro en Cayo Hueso, trae a la luz las trampas de la comunidad ética. Defiende al primero porque le enseña al trabajador a no oponerse a los capitalistas y predica la conciliación. En cuanto al segundo: "el periódico de Cayo Hueso que lleva un nombre que enluta el pensamiento y apena el corazón, porque en nuestra patria generosa y abundante no podrá existir causa para él…"
Hay que aclarar que Martí está hablando de censura. Él lo tenía muy claro y no lo oculta: "¡Ya vemos en nuestro pueblo la casita limpia, el ajuste equitativo de los intereses encontrados y la razón que ha de venir a los arreglos económicos entre los factores de la producción, cuando la aspiración legítima del obrero al trato respetuoso y a la paga justa no se exacerbe…"
¡Ya vemos!, dice entusiasmado ante la visión del Estado cubano —que él llama casita limpia— y es de advertir que en esa casita donde no habrá lugar para El Proletario, se producirá el "ajuste equitativo" de "intereses encontrados", y donde lo que de hecho se les promete a los trabajadores es la "aspiración legítima" al "trato respetuoso y a la paga justa", pero siempre que esa aspiración no se exacerbe. Es decir, siempre que no ensucie la "casita".
La advertencia es válida porque, como dice, "no hay campo, ni nuestro campo cubano siquiera, libre de la serpiente". Por lo que en realidad el Estado, la República, "la casita", no sería nunca una casita limpia, sino una que habría que limpiar constantemente de serpientes, perseguirlas, echarlas, destruirlas. ¡Y pensar que Martí fue capaz de arrancarles sus ahorros a los trabajadores con la promesa de semejante República!
Ángel Rama expresa en la entrada del 16 de diciembre de 1974 de su diario que Roberto Fernández Retamar está físicamente mejor, "aunque ya ha atravesado la línea de sombra". Rama continúa: "Pero desalienta verlo transformado en el funcionario […], y me acuerdo de aquel día (¿cuándo? ¿en 1967?) en que vino a verme al hotel, no bien llegado a La Habana y en mi habitación, paseando nervioso y fumando, me dijo: 'Tú comprendes, llega un momento en que se produce, se triunfa, ahora lo hemos logrado, somos el gobierno'". Había llegado la hora también de limpiar "la casita".
Mi estudio cierra su círculo en Martí City con otro segundo momento importante: el juego de pelota que se celebró para festejar el 10 de octubre. Ahí se enfrentaron los equipos Patria y José Martí. El lector que quiera saber tendrá que leer el libro. Mientras, puede imaginarse en un estadio en el que ese juego está en su momento más reñido. ¿Quién querrá que gane?
Todo lo anterior nos conduce irremediablemente a un juego de hipótesis: de haber quedado con vida tras la independencia, ¿cuál crees que hubiera sido el posicionamiento de Martí de cara a esa República de virtuosos que tanto le obsesionaba?
¿Hablas de su posicionamiento frente a la Revolución Cubana? Porque esa es la realización cabal, fatal, del sueño martiano. Me refiero a lo de la comunidad ética, abocada a exclusiones infinitas: gusanos, lacras sociales, antisociales, contrarrevolucionarios, vendepatrias. Pero solo hasta ahí. Es decir, limito la aceptación de Martí a la noción de mantener limpia "la casita". Sin embargo, todo sugiere que Martí se hubiera opuesto a la eliminación de la propiedad privada. Y en cuanto al comunismo o al socialismo, ni soñarlo.
De manera que Martí también se hubiera virado, más temprano que tarde, contra la revolución cubana. Pasa como con Jesús en los Estados Unidos: que si se aparece ahora a predicar en un mall, lo crucifican. Y hacen de eso un reality show. Si el Martí del Parque Central de pronto empezara a agitar los brazos y a predicar otra revolución, pondrían el mármol con toda su pureza frente al paredón de fusilamiento.
La hipótesis implica que primero la "República de virtuosos" que, como dices, "tanto le obsesionaba", pudiera realizarse no en parte, sino a cabalidad. La tentación de realizar ese sueño podría ser la pesadilla última de la historia de Cuba. Sé que alguien dirá: "pero si ya llegamos". No, la revolución cubana es lo más cerca que hemos estado de realizar ese sueño. Pero todavía podemos llegar más lejos.
El problema es no hacer de la tragedia de Martí, de su pathos, una farsa. Porque en Martí hay una tragedia real, espantosa, atroz, que tiene consecuencias políticas no menos atroces. Pero no se puede negar la cesura, la fragmentación que —no tengo la menor duda— se originó en la relación con el padre. No considero a Martí un villano o un malvado al calco de los comics. Si se repasa lo privado, lo que no publicó en vida —los Versos libres, sobre todo— se verá que hay lugar para la duda, e incluso para el autoescarnecimiento.
Por eso la película de Fernando Pérez es, al mismo tiempo, dolorosa de mirar y perturbadora para el pensamiento. De ese Martí de mirada oblicua, sesgada, desgarrado entre Mariano y Mendive, zarandeado por violencias que se las daban de justas, ¿qué podía salir? No estoy diciendo que puede justificarse lo que encontré, pero tampoco quiero que se piense que yo mismo me siento moralmente por encima de él o de nadie.
Creo que lo mejor sería cambiar nuestra relación con él. Si se lo compadece —sin sentirnos por ello superiores, es decir, al tiempo que nos compadecemos a nosotros mismos— podríamos tener otro tipo de conversación con él. Todo, absolutamente todo, menos la culpa. No más deudas. En todo caso, nuestra deuda, más que con Martí, es con aquellos que pisoteó. Nos debemos más cariño y menos rencores.
Por eso creo posible una reconciliación, solo que no basada en el olvido. A lo que hay que renunciar es a la viabilidad política de Martí que solo puede llevarnos a más dolor y a otros desahucios. Porque "la casita" nunca estará definitivamente limpia. La Cuba que llevaba en el dedo estaba hecha con la cadena del presidio. Eso lo dice todo. No; sufrir no es gozar. Es sufrir. Y que sufra el que quiera, y a su placer, pero que no se lo imponga a nadie.
Francisco Morán, Martí, la justicia infinita. Notas sobre ética y otredad en la escritura martiana (1875-1894) (Verbum, Madrid, 2014).