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Crítica

El placer de leer un libro sólido llamado 'Líquida'

'Si algún día se hiciera una antología de poemas sobre Miami, tampoco debiera faltar el ultimo texto de este libro.'

Miami
Lleny Díaz Valdivia.
Lleny Díaz Valdivia. María Elena Hernández

"A Miami llegamos jugándonos la vida y el recuerdo", dice Lleny Díaz Valdivia en uno de los poemas de su libro Líquida, recién publicado por Ediciones Kyrne, al cuidado del editor Yoandy Cabrera. ¿Qué recuerdos se jugó la poeta, qué recuerdos logró salvar en el tránsito/ asentamiento?

Este no es precisamente un cuaderno de memorias; el pasado de la autora no está aquí, salvo en escasos poemas. Uno de ellos es "Agua de pozo", que así inicia: "Los días de campo resbalan por mi pelo", y termina: "Al final nos quedaremos/ para siempre fracturados/ oliendo a pomarrosas/ compartidos en el iris de las vacas". Las memorias familiares precisas, entrañables, son escasas. Está ese primer poema "1996", año que marca el nacimiento del hijo, el que "…pertenece al campo minado/ al centro del nudo…". Un hijo, "un abuelo que cortaba pedazos de caña/ frijoles tibios, tan humanos", un primo que quería florecer. Esta debe ser la parte bucólica que menciona Cabrera en la introducción de Líquida, cuando enumera diversos matices de la poesía de esta autora cubana nacida en Placetas y asentada en Miami desde hace varios años.

El resto de los textos se van cuajando con estampidas, vómitos, llovizna, sangre, cuchillo, babas, espuma. Acogen un pantano de palabras, lo podrido, las lágrimas, la mugre, las migajas, las costras, las cervezas. Hay un mundo que se enquista en el recuerdo de la persona que emigra. "Nuestra maleta y aquel país/ doblados bajo el brazo,/ ese,/ el de escribir y posponer". Escribir y posponer, la volición y el abandono, hacen de contrapunto al más común de los destinos. El yang que avanza, la ignición que da la chispa; el ying que deja correr, que licúa el empeño. ¿Y qué se escribe, qué se pospone además de la muerte?

"La poesía es un cuerpo que mata", dice Díaz con una certidumbre irrebatible.  Hay mucho de muerte en los espacios textuales de Líquida. En "Los muertos se amparan" está la sombra de Broselianda, la actriz suicida: "Pie grande hasta el fondo/ voz / hasta el fondo del telón". La muerte líquida, la de Ofelia, la de Alfonsina, la de Virginia…, recreada en una playa de Miami, donde debe haber fumado su ultimo cigarro antes de entrar al agua. Unos textos resuenan con otros de poemas vecinos: "Nada nos salva de un electroshock/ Digamos que el suicida/ es uno de nosotros".  Pero no toda muerte es suicida; está el crimen de unos hacia otros, está la muerte a manos de los que deben guardar la justicia, pero en lugar de ello, la profanan. En estos casos, la autora se vuelve conciencia de muchos, como en "Germs", donde sabemos de qué iniquidades habla cuando dice: "Cómo abrazar/ la noche negra de Martin/ de Breona/ de George/ sin respirar humo/ Cómo no vamos a arder".

No puedo dejar de mencionar cierta claustrofobia que por momentos registro en este libro, una sensación de estatismo, de voluntad secuestrada. Voy a citar algunos versos de gran impacto que gravitan alrededor de esta sensación: "Cada día/ mi placenta/ en los rincones de la casa/ amanece negra". Y este otro: "Nada coagula./ La noche entra líquida". No es difícil identificarnos con ciertos estados que se desprenden de las prisiones cotidianas del cuerpo, esas que tienen que ver con la condición de vivir en esta ciudad llamada Miami.

Obligados a pasar largas horas en los autos, no serán pocas las percepciones que tendremos desde esta caja rodante. Las pareidolias en las nubes, los semáforos que duran una eternidad, la compañía de una emisora radial. …una calle que "tiene a veces/ unas ganas/ enormes de llorar".  Posiblemente desde el auto haya visto a ese vendedor callejero que "nunca será un hombre rico". "Las mandarinas son caras" es un poema donde el desarraigo tiene un rostro anónimamente familiar: el rostro del perfecto desconocido cuya vida nos es trasparente de tan expuesta a la luz del sol: "Cinco dólares es mucho/ para alguien/ que no tiene árboles en su patio./ Ni patio./ Ni patria".

Es que Líquida es en buena medida un canto al desencanto, al espejismo de vivir en una ciudad sin asideros, pretendiente y pretenciosa, a la que volvemos (o nos vamos) una y otra vez, como si un encantamiento aciago nos amarrara a sus bordes imprecisos. "Las nubes de Miami/ explotan./ Las cabezas también explotan./ Unos por dos/ cada tres días/ ignoradas/ podridas/ al fondo del río más caro del país." Los versos anteriores pertenecen al poema "Autorretrato". No es el único texto en que encara, desafía, desenmascara a esta ciudad nacida entre mar y pantano, entre buenos augurios y promesas fallidas.

Si algún día se hiciera una antología de poemas sobre Miami, tampoco debiera faltar el ultimo texto de este libro, que Díaz Valdivia ha titulado "Miami no cree en lágrimas". La autora lo tiene claro: "Miami no cree en los muertos/ menos en los poetas que viven muertos/ y se alargan por la cola del mar".  Pocos libros en los últimos tiempos me han hecho tan feliz como este de cubierta azul con una espiga de oro entrando por el flanco derecho.  Un libro al que debiéramos aferrarnos cuando las aguas del mar suban su nivel y comiencen a engullir trocitos de ciudad; o cuando llegue la próxima temporada ciclónica y nos acurruquemos en un rincón, bajo la luz de una vela, mientras llueve copiosamente afuera y tengamos ese caudal de tiempo precioso para leer en abundancia. 


Lleny Díaz Valdivia, Líquida (Kyrne, 2024).
 

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