Gatopardo y yo
somos del sesenta y tres,
(gracias Visconti);
ahora tengo toda la noche
para pensar
a donde iré.
¿Qué evento de los micros
me tienen reservado?
Lo que abre la imagen,
los planos increíbles
se llaman sendero;
estoy en el sendero
en la noche
bajo la sombra
de un pájaro
que en su retraso
se ha hecho mi cómplice.
Me siento en desventaja
pero no vencido,
nada intercede, me retan
a crecer
tras leve ruido
de un escarabajo
sobre ramas secas
y partidas;
interviene el poder del arácnido
una música que renga
los instintos
estimula avanzar
hacia lo desconocido.
¿Cómo estar en armonía
con lo que no es confortable?
Inca e inca otra vez
recurva en zigzag,
ya entiendo,
no puedo acomodar mis órganos,
entra lo que joroba
mi forma de pensar
y dice :
no renuncies,
recuerda que Gatopardo
ya no tiene edad
aunque ustedes sean
del sesenta y tres
y de pronto
les silbe
el espíritu
de lo mitológico,
un rastrojo
separado del todo
deambulando
los instantes exactos
en que puedes quebrar.
¿Ya no tiene edad?
Bueno, yo arrastro con un agua
que me cae y no veo,
germen de las trasparencias,
tiendo hacia lo obeso
pero vuelvo a estar
ligero porque la idea
transgrede cualquier pulpa
me deja alcanzar la luz,
el sonido necesario,
música que heredo
del que ha nacido
próximo a mí y no se deja
pronunciar
por cualquier lengua.
Voy a las redes
rastreo la imagen
de La muerte del justo
de Greuze,
sabanas tan pulcras
no me convienen,
tierra del nordeste
echo sobre ellas.
Ricardo Alberto Pérez nació en Arroyo Naranjo en 1963. Sus libros de poemas más recientes son ¿Para qué el cine? (Unión, La Habana, 2011) y Vengan a ver las palomas de Varsovia (Letras Cubanas, La Habana, 2013). Publicó una antología personal, Los tuberculosos y otros poemas (Torre de Letras, La Habana, 2008). Ha traducido a Paulo Leminski y otros poetas brasileños. Este poema pertenece a su libro en preparación Distintas maneras de esperar la muerte.