en tu sed de antaño
Friedrich Nietzsche
Danubio
tajazo
que haces crisis
en la memoria,
con navaja y corcheas.
¿En qué parte de la noche
la cicatriz pierde
su identidad?
Antes se dispara la señal
y una ardua metáfora
hace enclave en la piel.
Se activan los guerreros
(microscópicos),
en el lugar del combate
es drástico
como muda el paisaje.
Maneras de sanar,
sutiles fantasías
procesos de equilibrio
y ruptura,
danzas siempre
con un rictus diferente;
ir al tronco,
allí el espasmo
deja luz
la energía
que se dice voluntad,
una especie de hongo
corona rojiza,
como la ayahuasca
estimula a la mente,
la pone crear
soluciones contra las heridas.
No estás en un tablero,
el horizonte es otra cosa,
epitelio desplegado
para que la mirada tenga
variantes infinitas,
pocetas a la lanzadera,
no se hunde, se sumerge
entonces agranda todo eso
capaz de tragarse
la ingenuidad del otro,
lo que hace que los
órganos te dejen ir
un poco más lejos,
el lenguaje agradece
aunque parezca una mueca
lo que hace,
retado buscará mostrar
el diente como si fuera rosa,
pero que venga
el diente,
con su filo
de melodía folclórica,
si le apetece que venga,
deje
una nueva huella
en nuestro cuello.
Recta agravada,
violeta que ofrece ritmo
y testimonio.
Se pierde Danubio
cuando la intensidad
de una idea
confina su morbo;
veo como de yeso algo
donde el drama
desbordó sus dimensiones,
dos bichos
en pugna por el color,
madera, hueso y tempestad,
formas de querer comentar
la posible seducción
en lo dañado.
¿Y estos insectos
invadiendo la línea de Michaux?
Ajedrezado su dominio,
pero recuerdas que no estamos
en un tablero
que la flema que ahora tengo
atravesada en la garganta
no me deja escribir
lo que quisiera,
raro efecto del virus
en el lenguaje
cuando este intenta
como la piel
manifestarse en forma
de horizonte.
Ya vi ácaros de todo tipo,
o los imaginé
con una intensidad
que los hace reales,
irreformables,
palanqueando en los sueños
para que una boca inestable
los vuelva cautivantes.
También el brillo
de los escarabajos me acelera,
deja ráfagas
de la tentación
en su fractura.
Michaux, zona inmune
por el propio calor
generado en sus ideas,
si quieres puedes traer
la mocha
de la zafra
hundirla sin piedad
sobres esos ideogramas,
quizás una resina bronceada
te sorprenda,
una expresión que pasma
al incrédulo,
lo coloca en emergencia
mientras la rueda de la fortuna
hace de las suyas.
Ricardo Alberto Pérez nació en Arroyo Naranjo en 1963. Sus libros de poemas más recientes son ¿Para qué el cine? (Unión, La Habana, 2011) y Vengan a ver las palomas de Varsovia (Letras Cubanas, La Habana, 2013). Publicó una antología personal, Los tuberculosos y otros poemas (Torre de Letras, La Habana, 2008). Ha traducido a Paulo Leminski y otros poetas brasileños. Este poema pertenece a su libro en preparación Distintas maneras de esperar la muerte.