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Narrativa

Azadas son la hora y el momento

'...las conversaciones con Günter Grass antes de conocerlo en Lübeck, imaginadas por la ventanilla del avión que lo llevó por primera vez a Frankfurt, a su primer viaje a Europa; los sueños imborrables con Elías Canetti...'

Miami
'El sueño del caballero', de Antonio de Pereda, circa 1650.
'El sueño del caballero', de Antonio de Pereda, circa 1650. Academia de San Fernando

 

                                                                                 ¡Poco antes nada, y poco después humo!
                                                                                                               Francisco de Quevedo
    
Caminaba lo más rápido que la fibrilación auricular y el obstinado almanaque le permitían cada amanecer, con el mar de la bahía de Aventura a su derecha, hoy apenas rizado. Y de pronto una ráfaga de aire desde el sureste tuvo una fuerza inusual, rompió la cadencia de la caminata madrugadora como si fuese la alarma desde un despertador de cuerda, la sirena de la ambulancia, el claxon de uno de los trenes que van bordeando Biscayne Boulevard.

La fuerte ráfaga lo zarandeó levemente hacia el mar, aunque de inmediato Fernando reaccionó con un movimiento de hombros, sacudiéndose las manos, apoyando con fuerza los calcañales para asegurarse de que no le sobreviniera ningún mareo; evitar recostarse a la cadena que de farol en farol adornaba la advertencia contra posibles caídas al agua, a mínimas distancias de los dientes de perro que podrían causar graves lesiones en quien se descuidara.

Pero la extraña ráfaga de aire abrió de inmediato rarezas mucho más fuertes. Los asombros enseguida brincaron en la mente de Fernando. Uno tras otro. Sin casi pausas para asimilarlos. La envidia que cada mañana le suscitaban los paseantes que trotaban sin un esfuerzo demoledor, la falta de aire que le sobrevenía si por casualidad le llegaba la ocurrencia de caminar un poquito más rápido, de pronto desaparecieron. Se dio cuenta no ya de que estaba trotando sino de que corría casi como Alan Sillitoe —el apodo adoptado por el amigo de su condominio de Point East— que le había enseñado en el teléfono un brumoso video en blanco y negro de cuando obtuvo medalla de plata como corredor de fondo, en la Nottingham de su juventud.

El pertinaz calambre en el lado izquierdo —herencia del stroke— había desaparecido. La pesadumbre en el antebrazo derecho tras la infiltración por la bursitis, había desaparecido. Y así cada dolencia, las ligeras y las pesadas, las casuales y las permanentes… Fernando se sintió como una vez en Varadero, cuando trotó por la arena desde el bar-ranchón de guano del hotel Kawama hasta el hotel Internacional. Tan joven que sospechó, al fin, la evidencia: Aquella dicha no solo era anormal sino cara, con un precio. Un precio cuyo pago él no podría rehusar.

Sospechaba, con fatal certeza, que apenas le quedarían dos o tres, tal vez cuatro minutos antes de que el baño de sudor y despedida se encargaran de llevarse la expresión que se iba dibujando, inexorable, entre los surcos de su cara. Sospechaba bien. Serían si acaso tres y un pedacito de segundos, antes de que bajara el telón azul prusia, antes de que los recuerdos fueran machacados, triturados para siempre, como hacen las máquinas de basura, los moledores, las refinerías.

Fernando desechó por demasiado afectivos los recuerdos del corazón. Eligió, sin pensarlo, fragmentos al azar de sus vocación: las conversaciones con Günter Grass antes de conocerlo en Lübeck, imaginadas por la ventanilla del avión que lo llevó por primera vez a Frankfurt, a su primer viaje a Europa; los sueños imborrables con Elías Canetti cuando se quedó dormido en aquel tren a Viena desde Zúrich, tras estar en su piso cercano a la universidad; El último puritano de George Santayana que acababa de colocar en la mesa de noche, tras releerla en La Habana, Puebla, Phoenix, Boston, Miami; los versos al tokonoma que su compadre le leyó una noche en la sala de su casa, mientras tomaban aquel té ruso de los Urales, que él había bautizado "bigote de dragón" para que su sabor se transformara en metáfora, conjurará los ostracismos cotidianos, los sinsabores.

Tras el último recuerdo, Fernando tuvo mayor conciencia de que la arena se le escurría entre los dedos, quizás por coincidir con este raro 8 de septiembre. Poco dudó entre algunos momentos de su vida o decirse dentro de un murmullo el soneto de Quevedo que desde hacía más de medio siglo había logrado memorizar, tal vez preparando una clase; tal vez porque coincidía con la muerte del genial poeta —también un 8 de septiembre— en Villanueva de los Infantes, cerca de Madrid, del mercado que honró con sus versos de cordel.

Sonrió. No conocía un mejor epitafio para sus andares. Volvió a sonreír otros segundos antes de recitarse:
       
      Fue sueño ayer, mañana será tierra.
      ¡Poco antes nada, y poco después humo!
      ¡Y destino ambiciones, y presumo
      apenas punto al cerco que me cierra!
      
      Breve combate de importuna guerra,
      en mi defensa, soy peligro sumo,
      y mientras con mis armas me consumo,
      menos me hospeda el cuerpo que me entierra.
      
      Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
      hoy pasa y es y fue, con movimiento
      que a la muerte me lleva despeñado.
      
      Azadas son la hora y el momento
      que a jornal de mi pena y mi cuidado
      cavan en mi vivir mi monumento.

Pero tras recitarse el soneto tuvo la sorpresa de que el telón azul corría hacia los laterales de sus ojos, se abría al mar violeta del amanecer mientras la respiración se sosegaba, bien acoplada a su vejez. Fernando iniciaba de nuevo un trote que volvía a la calma, al paso cotidiano.

Chasqueó la lengua y esbozó una sonrisa más irónica que la dibujada al empezar el incidente, mientras suponía, con razón, que el poeta madrileño se había estado burlando de sus aprensiones, posponiendo el despeñadero, guardando las azadas hasta más ver.


José Prats Sariol nació en La Habana, en 1946. Ha publicado los libros de cuentos Erótica, Cuentos, Por sí o por no y Delusions, y las novelas Mariel, Las penas de la joven Lila y Guanabo gay (Aduana Vieja, Valencia, 2022).

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