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Narrativa

Baudelaire en Cape Elizabeth

'Nadie se sorprendió mucho de encontrar cubanos en un sitio tan insólito. Confraternizamos enseguida, la lejanía era parte de la nueva cubanidad.'

Miami
Lápida en la tumba de Marguerite Yourcenar.
Lápida en la tumba de Marguerite Yourcenar. Wikipedia

El pasado julio paseamos por Maine. Ocurrencia improbable en su helado invierno, nos dirigíamos a Mount Desert Island, la casa —Petite Plaisance— y la tumba de Marguerite Yourcenar. En el inolvidable faro de Cape Elizabeth, de encrespado oleaje azul cobalto, encontramos un matrimonio cuyo origen identifiqué al vuelo tras oír un "échate pa'trá" ante el rocoso precipicio.

Me eché a reír. Le había apostado a Pablo que encontraríamos cubanos en Maine y la simpática pareja —residentes en Augusta, capital de aquellos bosques de pinos en la norteña región de Nueva Inglaterra— me acababa de conceder el triunfo. Otra vez, hace años, también gané la misma apuesta, en el fiordo de Bergen, donde un cubano se encargaba de alimentar los pingüinos del acuario.

"¿De qué parte de Cuba son?", les dije. Nadie se sorprendió mucho de encontrar cubanos en un sitio tan insólito. Confraternizamos enseguida, la lejanía era parte de la nueva cubanidad. La tan romántica idea de nación —tan fuerte en los siglos XIX y XX— se mezclaba al pie de la torre que aún advierte contra arrecifes y bajíos. Quizás alumbraba al destierro como único logro de aquella revolución de 1959, que lamentablemente multiplicó la tradición española y republicana de expulsar disidentes.

La pareja, sin preámbulo, se dedicó a averiguar  cuándo habíamos emigrado, qué  fruta extrañábamos, dónde vivíamos…  Aunque —faro al fin— la luz era intermitente. Tan entrecortada como el leitmotiv conductor en The Repeating Island (1992) de Antonio Benítez Rojo; como los procaces y certeros versos de La isla en peso (1943) de Virgilio Piñera, que encendieron y giraron sobre Cuba. Y se pusieron a jugar desde entonces con la otra máscara de la cubanidad, a contestarle a la teleológica "nebulosa violeta"  —así la llamó Reinaldo Arenas— que José Lezama Lima había escrito en el poema "Noche insular, jardines invisibles", publicado cuatro años antes, en 1939, en la revista Espuela de Plata, luego recogido en su libro Enemigo rumor (1941).

Mientras descendíamos por el estrecho costado del faro, cuya baja baranda aumentaba el vértigo y nos hacía mantener un silencio cómplice, pensé en los encuentros de tantos cubanos en parajes lejanos, con la patria en las nubes, muchas veces bajo la melancolía de sentirnos extranjeros. Recordé que unos años atrás había traducido un poema de Baudelaire titulado —muy a propósito— "El extranjero", recogido póstumamente en Le Spleen de París (1869).

Allí Baudelaire confiesa que no sabe dónde está su patria, la identifica con las nubes, parece uno de los millones de cubanos que están o quieren estar en otra latitud… No es casual que sirviera de referencia y alimento a Albert Camus para su novela homóloga El extranjero.

L'étranger dice:
      
—Qui aimes-tu le mieux, homme énigmatique, dis? ton père, ta mère, ta soeur ou ton frère?
—Je n'ai ni père, ni mère, ni soeur, ni frère.
—Tes amis?
—Vous vous servez là d'une parole dont le sens m'est resté jusqu'à ce jour inconnu.
—Ta patrie?
—J'ignore sous quelle latitude elle est située.
—La beauté?
—Je l'aimerais volontiers, déesse et immortelle.
—L'or?
—Je le hais comme vous haïssez Dieu.
—Eh! qu'aimes-tu donc, extraordinaire étranger?
—J'aime les nuages... les nuages qui passent... là-bas... là-bas... les merveilleux nuages!

Mi versión al español dice :

—Dime, hombre enigma, ¿a quién quieres más: a tu padre, a tu madre, a tu
  hermana, a tu hermano?
—No tengo padre, madre, hermana, hermano.
—¿A tus amigos?
—Empleas una palabra sin sentido, hasta hoy no la conozco.
—¿A tu patria?
—Ignoro en cuál latitud está.
—¿A la belleza?
—La querría mucho, es diosa inmortal.
—¿Al oro?
—Lo aborrezco tanto como ustedes a Dios.
—¿Entonces a quién quieres, raro extranjero?
—Quiero a las nubes. A las nubes que pasan por allá. A las maravillosas nubes

Leidy, Rosario, Pablo y yo, tras despedirnos de la pareja, bajamos hacia los acantilados, hacia la lejanía en la que Cuba trata de sobrevivir entre las nubes de una patria cuya latitud ignoramos… Porque algo de cubanidad en 2021 alumbra desde el faro de Cape Elizabeth. Y quizás sea la hora de releer a Charles Baudelaire en un faro donde José Lezama Lima y Virgilio Piñera unan las intermitencias de sus dos poemas, hoy no tan paradójicos como fueron hace ochenta años.

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