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Poesía

La caminata

'Entonces hacemos las dos silencio. O hacemos el arroz con mango, la comida del hambre nacional.'

Isla Negra
Maleta y silla.
Maleta y silla. Freepik

Me voy recostando a las paredes del pueblo sin portales, me voy calcinando al sol, mientras camino al cementerio, me voy arrancando yerbas, porque no veo ni una flor en el camino y los bicitaxis pasan y las carretas, con los caballos, y yo me hago a un lado, y sigo caminando, mi caminata fúnebre hasta el cementerio.

Este pueblo, que tiene el nombre de un árbol, no da sombra. En este pueblo, crecí, recortándome.

En este pueblo, no se acostumbra visitar a los muertos, guardar posesiones, memorias.

Voy sola, a pie, por vergüenza, y por expiación.

En este pueblo la vida de mi madre y la tuya, la muerte de mi madre y la tuya, al fin descansan en espacios separados. Tú estás enterrado en un nicho de los caídos por la patria, pero tu nombre no se lee en ninguna parte, mi hermana tuvo que indicarme que estabas aquí. Y está bien, así te entregaste a algo que creíste más grande que tú, de forma anónima. Soy tu hija y me recuesto a una columna y trato de tocarte a través del cemento. Soy tu hija y me parezco a ti más de lo que quisiera. Soy tu hija y no llegué a tiempo. Me mandaron fotos: mi hermana sentada en un sillón, mi madre sentada en un sillón, dos soldados en atención, velándote. Y yo, del otro lado, el traidor.

Cuando llego con las maletas, todos me rodean. Cuando las maletas, se vacían, a nadie le importo. A ti, sí, que te quedas al lado mío, pidiéndome que te cuente. Y cómo te voy a poder contar. Entonces hacemos las dos silencio. O hacemos el arroz con mango, la comida del hambre nacional.

Me gusta el puerco. Y la harina de maíz. Pero no me puede gustar la harina ( y no me va a gustar) porque tú te partiste el lomo para que tus hijas no tuvieran que volver a comer un plato de harina, como tú. Entonces mi abuelo va al patio y agarra al puerco y le busca el corazón y le hunde el cuchillo. Y el puerco se pone a gritar y yo me pongo a gritar y las hojas del patio se ponen rojas, con el reguero de sangre.

Y las ranas, también las comemos, sí. Y el cobo, el caracol, el calamar, la claria, la jutía, el cocodrilo, la carne de majá, de  conejo, de gato, de caballo, lo que se ponga por delante. Pero lo que más nos gusta, por puerco, es el puerco.

Tus manos  cogen la comida con la mano, y me dices que la carne se come así, y mi abuela hace la aguja del puerco, las patas, en salsa; frituritas, con los sesos del puerco, morcilla; globos, con las tripas del puerco, dulce de sangre, con la dulce sangre del puerco.

Entonces pienso que la vida es una gran boca, que se lo traga todo. Y la muerte, otra gran boca, un agujero, que también se lo traga todo.


Damaris Calderón Campos nació en La Habana, en 1967. Entre sus libros de poesía publicados: Las pulsaciones de la derrota (Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2013), La soñante (Efory Atocha Ediciones, Madrid, 2014) y Entresijo (Bokeh, Leiden, 2017), ¿Y qué? (Ediciones Las Dos Fridas, Isla Negra, Chile, 2018). Este texto pertenece al libro inédito Mi memoria es un perro obstinado.

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