Se abren las apuestas sobre cuánto
tardaremos en reencontrarnos esta vez
nosotros mismos con nuestras propias
mejores versiones. Sería ideal si
todo viaje empezara así, en el
transbordador que nos conduce a una
isla, una residencia para mentes
escogidas que se han extraviado en
algún claro y ahora buscan como
narrarlo todo de puntillas con miedo a
despertar al que ocupa el otro lado de
la cama. Te preguntaste si en realidad
valía la pena armar tanto alboroto solo
para atender a esa urgencia de estar
presentes. La última vez que dejaste
olvidadas las gafas de sol sobre un
pedestal alguien creyó que descubría
los restos de un monumento funerario.
Y cómo te hastían ya esos desenterramientos
de media tarde que llegan en oleadas de
euforia a las que ingenuamente
intentaste atribuir peso alguna vez,
reclinado en los muebles del jardín
fingiendo esa expresión receptiva al
llamado de todas las cosas, para
luego solo sentir que atravesabas
la experiencia sosteniendo el leve
consuelo de que todo terminará
por ser encarpetado. Y cuando
piensas que deberás visitar
todos los sitios de interés
prefijados por agenda, te topas
a un estudiante que prepara
su disertación sobre el gran
artista muerto y parece dispuesto
a mostrarte la tumba ilustre,
las playas en que es aún posible
evitar el enjambre de turistas y
sobre todo el lugar donde estuvo
aquella casa que aparece en
la película de marras, y te morías
por conocer, pero en realidad
solo existió una fachada construida
de atrezo y ahora hay un muro
de piedras, un cuadrante relleno
de césped, el mismo punto
cero de la representación.
Aun así, por más que nades en
aguas de anémonas sin veneno
que lanzas como en un juego de
niños que amagan a cambiar
el curso de galaxias, y que te
obligues a mantener los términos
de eso que llamas una existencia
creativa, sabes que no habrá manera
de eludir los viejos pactos y que
eso que contemplas es cómo
prende en llamas la fachada
de un hogar que nunca
fue levantado.
Ibrahim Hernández Oramas nació en Matanzas, en 1988. Es fundador y miembro del equipo del sello editorial cubano con asiento en México Rialta Ediciones. Este poema pertenece a un libro inédito.