En el texto "Aluros de plata", que escribiera Reina María Rodríguez a propósito de la obra de tres fotógrafas cubanas, la escritora reconoce cuánto le esclareció de su propia obra poética la lectura del libro La cámara lúcida, de Roland Barthes: "todo lo que he querido es fotografiar y revelar, porque lo que se trata es de revelar".
En busca de algunas revelaciones me acerqué noches atrás a la lectura pública de Reina, en el Koubek Center, acá en Miami. Ella habló, entre otras cosas, de la cercana relación entre su escritura y el cine; esos años dorados donde tantos nos iniciamos al cautivante universo de los cines de ensayo. Fotografía o cine, ambas no existirían sin la asistencia puntual de la cámara. ¿Pero qué ocurre cuando solo contamos con la percepción y su conciencia, y con ellas nos adentramos en ese mundo de las imágenes conseguidas a través de las palabras? Reina, quien ha dicho que hubiese querido ser fotógrafa, logra nítidas instantáneas que atestiguan su paso por el mundo; por momentos sus poemas nos recuerdan la técnica de la exposición múltiple, en varios nos suspendemos frente al stillness cinematográfico. La poesía en su caso es un juego entre el reino del yo que se bifurca en las miles de posibilidades de ser otro entre otros, y el minucioso artilugio de construir con imágenes.
No otra palabra sino stillness me sobreviene cuando abro Dársenas, una de las más recientes publicaciones de Ediciones Furtivas, y me recibe un poema llamado "La cabaña" donde se lee:
Junto a los pilotes donde estuvo
la cabaña de Thoreau
hay un vacío
y la laguna azul
es fría.
No me puedo agachar ya,
y haces un cuenco con las manos
para lavar los restos de un helado
que por el sendero avanza
entre mis dedos bajo el sol,
derritiéndolo.
Un guion muy simple, hecho de fijeza y frialdad en la visión de la masa de agua azul contrastando con ese helado que transmuta bajo el sol, y la delicadeza de un cuenco improvisado con un par de manos atentas. Reina es procelosa con los registros mínimos, como una script girl que no puede descuidar detalles o algo se arruinará, caerá en descrédito. ¿Para quién y por qué la autora se esmera en una fidelidad, no tanto a lo vivido, como a lo vívido, a lo que merece transcribirse afuera, de la misma manera que ya se está inscribiendo en el ser?
Más adelante, otro de los textos, me hace regresar a Thoreau, o mejor dicho, al espectro de las tres sillas de Thoreau: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad. No es la autora, sino yo misma quien pregunta: ¿en cuál de ellas se encarama el suicida para patear la vida como quien patea algo inservible? " Abalón", el poema que dedica al amigo poeta Juan Carlos Flores, merecía un libro donde aposentarse, y la autora se lo ha procurado. "una concha de mar rajada/ ¿es o no es la amistad?".
Abalón, el molusco más valioso del mundo. Valioso por lo que cuesta, valioso por lo que representa en el mundo de las metáforas. Un molusco que recuerda la oreja humana y que me lleva a pensar en las voces que deben haber merodeado en la oreja de Juan Carlos antes de trepar a la silla o a lo que fuese con tal de guindarse. Molusco de un hermosísimo color azul, de interior nacarado, se adhiere fuertemente a las rocas, y de ahí que sea tan difícil de desprender, y por tanto de comercializar. Estoy segura que no fue en la silla de la amistad donde se trepara Flores para dar su patada final, de despecho ante una vida que le ponía delante demasiadas miserias.
Nadie hizo nada
para abrir con un contragolpe
la puerta con mil trastos detrás
y recuperada de la abulia
del público que esperaba:
su resurrección
cuando costaba una vida
la de todos,
perderla.
"Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido." Así justifica Thoreau las razones de su alejamiento de la tiranía de la sociedad. Pero, ¿qué pasa con los que, como Juan Carlos Flores, no logran escurrirse a los bosques, ya ni siquiera finalmente a los bosques profundos de la mente y no a sus infiernos? Dice Reina:
Porque todo es verde en algún lugar del pasado
a donde me gustaría llegar
para terminar el tiempo que me dieron
("Verano")
La poeta, a falta de azotea, de cabaña, parece refugiarse en los cafés. Su memoria puede doler, pero no la asfixia. Las muchas soledades son también sus constantes compañías. Hay suicidas, traiciones de familia, amores que fugaron pero no se esfumaron, mas ella encuentra una dársena, un puerto seguro donde fondear, descargar, reponerse. Inquirir la eficacia de los lugares que habitamos, que nos acogen o no, del espacio como aliado o como antagonista.
Porque aunque sea preferible quedarse adentro
solo la vemos gracias al privilegio
de observarla desde afuera
("La jaula y ella")
Soñar con una isla perdida es fácil,
pero no a la que tengas que regresar
por obligación.
("En Storm")
En uno de esos cafés donde ejercita su soledad de manera provechosa, le han salido estos versos de su poema "Inadvertida":
Soy una anciana sola en la mesita
del lobby de un hotel,
tomándose un té de manzanilla sin licor
y ni la música desperdiciada
de la juventud ni la soledad,
acompañan a la mujer que fui.
No se engañen; Reina no es una anciana, al menos no al estilo de las mujeres envejecidas por la esterilidad. Diríase —para usar un lugar común— que se conserva muy bien en el formol de la poesía, que es un darse, una dársena, un trasiego entre tierra y mar, entre lo que recala y lo que lo que se despliega, lo que nos ensancha y lo que se escurre. Entre el límite y la escapada.
No es la cosa, sino su distancia,
y nuestra propia soledad
resultante.
("He visto dársenas")
Barthes observaba que la fotografía excluye la purificación y la catarsis. La quietud, la fijeza y concentración de estos poemas del libro Dársenas son afines con este principio perteneciente a otro tipo de labor creativa, pero que en nuestra poeta no parecen excluirse. Stillness, fijeza, soledad resultante, y distancia prudencial para leer los poemas de Reina María Rodríguez que desembarcan en nuestra orilla.
Porque los puertos permiten
olvidar y recibir: olvidar
y volver.
("Violet Island")
Reina María Rodríguez, Dársenas (Ediciones Furtivas, Miami, 2022).