Recuerdo cuando era estudiante cuánto se intentaba remarcar que tal escritor, más cual inventor u hombre de ciencia, fueron personas adelantadas a su época. Pregunto si algún ser humano promedio hoy en día puede pertenecer cabalmente a esta época. ¿No estamos casi todos muy lejos del molde que se pretende? ¿Demasiado lentos, demasiado torpes, demasiado humanos aún? Unas pocas décadas y no ha habido mucho tiempo para la adaptación, algo que el mismo Freud reconociera como causa esencial de todas las neurosis. Y eso que aquella Viena dista bastante de esta Matrix seudocavernícola que se nos encima.
Damaris y yo somos contemporáneas; nacimos en aquellos tiempos en que la Guerra Fría se puso bien caliente, Vietnam ardía y John Fogerty se preparaba para cantar "Fortunate Son". Las injusticias y crímenes de nuestra época son más o menos los mismos de siempre, aunque las sofisticaciones de recursos como misiles, drones, ojivas nucleares, bombas en racimo, convierten en cuentos de hadas las visiones de Ezequiel o de Isaías. Nos fuerzan a aprender a convivir con nuevas desazones, algunas apenas bautizadas, como esta última de la que acabo de enterarme: "ansiedad climatológica". "Y la muerte filetea/ las agallas de los hombres." Y lo hace de maneras muy distintas, de uno a uno, o muchos a la vez.
Cuando Damaris Calderón Campos venía al mundo, se acuñaba el término collateral damage, a raíz de ese gran campo de experimentaciones bélicas que fue la guerra de Vietnam. El término es un eufemismo para hablar de crímenes, de daños que no se buscaban, pero se infligieron a víctimas inocentes. ¿Recuerdan aquello de que fue peor el remedio que la enfermedad? De algunos de estos daños nos habla Damaris en los poemas de su libro Daño colateral, acabado de publicar por la editorial Casa Vacía.
Las imágenes iniciales tienen un poder que paraliza: "Los traían en un ataúd sellado./ Flores rojas y un agua verde acuosa./ El fuselaje del avión/ como una estrella caída del cielo./ Vivos y muertos simultáneamente/ en una caja/ los niños de Aleppo".
¡Cuánto tiene que haber crecido aquella muchachita que a los 15 años leía a Gabriela Mistral en un tren por las llanuras cubanas y se extasiaba con esos versos donde dice que su madre es pequeñita como la menta o la hierba! ¡Cuánta actualidad dolorosa tiene que habérsele mostrado en esas atalayas electrónicas que nos permiten ver hoy día de norte a sur, de diestra y sobre todo a siniestra! "Los hombres viven encallan se pudren." Y mientras los hombres matan en nombre de tercas creencias, "El Presidente de la Standard Oil/ y la Reina crían sus caballos juntos". ¿Y los pobres? "Tienen el hambre (la reivindicación del hambre) universal/ desde la pieza sanguinolenta de las cavernas."
Nuestra poeta cubano-chilena, nació en 1967, el mismo año que la antropóloga argentina Paula Sibilia, de quien tuve referencia por un artículo de una investigadora mexicana, Lilia Leticia García Peña, titulado "La soledad contemporánea desde la obra de pensadores esenciales: análisis y perspectivas". Sibilia se ha referido a cómo los cuerpos y las almas son bioprogramadas y formateadas aceleradamente en medio de las revoluciones informática y biotecnológica, y creo que vale la pena citarla: "La ética capitalista fundamentada en el principio de 'El tiempo es dinero' sigue siendo la misma, pero el tiempo del hombre postorgánico ha pasado de ser analógico a un continuo digital y ondulante".
En su poema "Tabla Periódica", Damaris dice: "De estas selfies/ De estas fotos/ Estos versos/ Estos posteos/ Estas noticias/ No quedará ni un megabait./ Nada para el gusano/ Ni el carbono catorce". El hombre postorgánico, que es como define la estudiosa argentina al hombre de hoy día, se desliza en un tiempo que busca la memoria instantánea, la evasión de los actos que involucren lo conciente, la real interconectividad. "La soledad postorgánica es la que olvida la dimensión humana del cuerpo, la necesidad de la proximidad de los seres, la comunicación que solo surge entre lo más plenamente humano más allá de cifras y datos. Las personas aturdidas y exhaustas por intercambios veloces y superficiales apenas tienen tiempo y espacio para una auténtica intimidad consigo mismos y con los otros."
¿Daños colaterales de un mundo más interconectado en la red pero desconectado en lo esencial? Reboto ahora a un poema de Damaris: "Una aplicación, Alexa,/ me grita, como una esposa/ que no vaya por otro trago./ A mi casa no llegan amigos/ sino drones".
Susan Sontag fue una de los primeros intelectuales contemporáneos en advertir del efecto de insensibilidad que puede resultar de exponerrnos constante y abrumadoramente al bombardeo de imágenes, evidencias, eso que llamó "ante el dolor de los demás". "La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita", también anotó. La poesía puede ser una de esas acciones para trasponer la realidad esquizofrénica que generó una tecnología que supuestamente acercaría a los hombres, pero ha refinado los modos de matar,que van desde el aislamiento hasta la verdadera aniquilación.
La poesía pudiera seguir siendo una de las últimas maneras de ejercitar la compasión. Y por esa vía, llegaría a instalarse la conciencia de ese ejercicio que no es pasivo sino transformador. Y eso los poetas lo saben desde siempre: la poesía religa como pocas cosas en este mundo logran hacerlo. La gente necesita menos daños colaterales y más beneficios expansivos. Según Damaris Calderón Campos ha dicho en una entrevista hablando sobre la poesía: "Se la debería enseñar en la casa, en los colegios, en la sociedad, a libro abierto, a cielo abierto". Me gusta creer que en esto nuestra poeta es una adelantada a su época y que su nuevo libro circulará pronto de mano en mano, de boca en boca.
Damaris Calderón Campos, Daño colateral (Casa Vacía, College Station, 2021)