Habla con la voz trémula
de los seres dañados,
la memoria se desliza
por el brillo del escalpelo
que insiste en la mente,
enseña una fotografía de años atrás
con olor a cerrado,
descubro la ciudad en su explicación,
el mundo retumba,
pero no es el mismo lugar,
un fragmento de fachada cae
y tiembla la vida,
a sorbos bebe la rosa
de los degollados,
el miedo se sube a la corriente,
debajo de los puentes,
junto a los márgenes
donde se estanca el vacío,
la pulpa de cereza se amontona
en la piel,
dentro cabe la voz del poeta
que todo lo vio
conozco el significado de sus palabras,
decir granate es decir espanto,
decir perturbación,
decir la mala suerte
en el vuelo de una sonrisa,
confieso que permanece debajo del puente,
festina lente,
aumenta el desconchado de la pared
mientras todos fuman la colilla
de la traición,
la lámpara azul de Bosnia
es una gota de sangre
pegajosa
suena el violín en los cafés,
veo pasar el entierro
de la palabra prohibida,
una estrella se hace trizas
frente al mercado,
nadie camina
sin pisar el odio,
una nota almizclada
se retuerce en el aire
cierra las persianas
de la habitación,
trae olor a cevapcici en los dedos,
enjabona el cuerpo
para subir la complicidad,
cómo morder carne adorada,
mastico las partes blandas,
arrugo la frente
y arrojo el hueso sobre las cúpulas
de la sinagoga,
de noche llueven hojas doradas de abedul
que proponen un acertijo,
salta más allá del tiempo,
es una pregunta imposible,
un lirio habla de obstinación
en el huerto del cocinero,
se apoya en la empuñadura,
anuncia que se derrama
y grita benditos sean,
una flor del revés
en el plato de la cena
me exige que escriba,
dame una pluma,
la dicha avanza entre espinas
y se muere en este hotel,
quiere una confesión
en el café turco,
descifra el porvenir,
pide
huir,
escapar
una rosa, una flor,
el viento carga
su signo, se reduce
a la esencia,
nada es igual después de tocarla,
se inclina y ora
frente a la belleza
del fragmento,
rebuscando el aire caliente,
en la clave musical,
se apodera de mí
y me mareo mientras visito el museo,
viajo en un renqueante tranvía amarillo,
a mi lado Lucky Joe
me habla del milagro de la sangre,
de la rosa de sangre
en el juego de la vida,
la forma de un caracol
donde escuchar atentamente
la luz del cuerpo,
repito mi bautismo
en la fuente de la ceniza ,
baila sin parar,
un lápiz inclinado
llena la página en blanco,
se agria el pan, se oscurece el té,
veo tirar de la punta
del hilo que más aprieta
esparce las esporas de la metralla,
pétalos que se pegan a la frente,
al caer la tarde duermes
a la intemperie del cementerio
y se juntan todas las rosas,
la rosa sin dueño de Celan,
la rosa sellada del desierto
que muerde la claridad de la noche,
la indestructible rosa geométrica
del jardín de Leminski,
la rosa sefardita plantada en los Balcanes,
el hueco bajo el sol donde arden las palabras, el cáliz
de la embriaguez, lo bebes al despertar mientras todos huyen
al otro lado de las montañas siguiendo el recorrido del viento,
verde oro de un día en el intestino de la patria,
para sentir la floración de la primavera, cadena cotidiana de trabajo y placer,
ascender y tocar la nieve, pero solo existe la visión de la sangre,
corazón que late en cada enterramiento, en el turbante
de piedra, en la memoria de un verso que se mete en la niebla
para dar luz a los almendros,
el fruto blanco como el mazapán,
y visitar al poeta Izet Sarajlic
sentado ante su minúscula taza
consumiendo la flor, repite
sea esta la ciudad en la que moriré,
almendro,
ortiga,
la rosa
seca sobre el asfalto
un golpe en el ojo,
me tambaleo
y caigo en el charco,
el líquido fuerte me baña por completo,
un accidente para sentir la ciudad,
la luna se ha juntado
en la taberna donde beben agua de fuego,
en mi torpeza bebo de la botella
y descubro una ciruela azul
como las que maduran en el jardín de al lado,
varias lunas iluminan
los paseos nocturnos
contando los pequeños mercurios
que rematan las fachadas,
cuántas señales deshabitadas
copio al carboncillo de mi cuaderno,
los perros flacos
que ocupan los zaguanes
de la ciudad que tantas veces me ha hecho
aullar como un perro,
sin corazón sin aliento
en vilo por dar en la diana
siempre así
suelo resbaladizo,
el charco de sangre negra,
rosa negra
de
la
completa
abyección.
Rodolfo Häsler nació en Santiago de Cuba en 1958. Sus últimos libros de poemas publicados son Cabeza de ébano (2007), Diario de la urraca (Huerga & Fierro, Madrid, 2015) y Cabeza de lobo (Hiperión, Madrid, 2019), al que pertenece este poema. Ha traducido la poesía completa de Novalis y los relatos breves de Franz Kafka.