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Crítica

'La lengua suelta': nueva historia cultural de la Revolú

'La función intelectual de Ponte no es otra que vigilar minuciosamente a la ciudad letrada revolucionaria, denunciar sus mecanismos de legitimación y, sobre todo, arrebatarle su solemnidad.'

Chicago
Antonio José Ponte.
Antonio José Ponte. Cuadernos Hispanoamericanos

Miente quien diga nunca haber bebido con gusto de las aguas, reposadas o vertiginosas, de alguna chismografía. Así que no negaré el morbo plácido que me guió a leer La lengua suelta (Editorial Renacimiento, Sevilla, 2020) de Fermín Gabor, editado por Antonio José Ponte.

De 2001 a 2010, la revista digital La Habana Elegante publicó regularmente una columna de opinión titulada "La lengua suelta" escrita por Fermín Gabor, un seudónimo. Antes de aparecer de forma exclusiva en tal revista, los textos de Gabor habían circulado a través de una lista de correos electrónicos. Fermín Gabor publicó un total de 60 entradas. Estas controvertían, con saña y humor, las políticas culturales de la Revolución cubana, sus instituciones, sus escritores, sus premios, sus publicaciones, sus blogs, etc. Todo, casi todo el quehacer cultural de la Isla durante esa década fue comentado por Gabor.

Antonio José Ponte recopila estas 60 entradas y agrega un Diccionario de la lengua suelta. Este opera como una extensión del proyecto intelectual de Fermín Gabor, en tanto que actualiza y expande su horizonte crítico. "Las entradas de ese diccionario dialogan con episodios de La lengua suelta, constituyen una colección de lápidas, y aspiro a que sean entendidas como continuación del trabajo de lapidario de Gabor", apunta Ponte en su prólogo. La lengua suelta de 2020 es entonces un libro con dos libros: las columnas de Gabor y el diccionario de Ponte.    

La escritura de Gabor/Ponte es una refinada andanada de improperios contra las vacas sagradas de la Revolución: Abel Prieto, Miguel Barnet, Roberto Fernández Retamar, Senel Paz, Pablo Armando Fernández, Ambrosio Fornet, entre otros. Parapetado en su anonimato, Gabor dispara sin tregua contra la caterva sexagenaria que representa la intelligentsia revolucionaria. Desde un punto de vista bibliográfico, La lengua suelta es una chismografía muy rigurosa. Su objetivo, amén de reprimenda ideológica, es enciclopédico. Porque a través suyo se puede reconstruir el mapa de la literatura cubana de comienzos de siglo XXI. Es decir, las columnas y el diccionario de Gabor y Ponte, ceñidas al molde cáustico del humor, fungen como un análisis crítico de buena parte de la producción cultural de la Isla. El estilo de La lengua suelta es entonces una suerte de textualidad a medio camino entre la erudición crítica del Borges de las Inquisiciones y el tono burlón de las crónicas semanales de Daniel Samper Ospina.

Pero La lengua suelta no se ocupa solo del campo literario (en sus acepciones de poesía, novela, periodismo, teatro o ensayo). Sus intereses (su encono) se extienden también a la Nueva Trova, a la televisión y a la blogosfera cubana. Algunos de sus leitmotivs son: la Generación del 50; la apropiación cultural de Lezama Lima; los premios nacionales de literatura; la Guerrita de los Emails.

Hasta cierto punto, La lengua suelta recorre el mismo derrotero, el mismo barrido temático, que Ponte desarrollara en La fiesta vigilada (Anagrama, Barcelona, 2007), su libro más mentado. De hecho, lo que en La lengua suelta parece simple desparpajo es un acendrado ejercicio estético en La fiesta vigilada. Esto, desde luego, supone que Gabor y Ponte son lo mismo. Y si bien no seré yo quien se oponga al juego de máscaras, en ese carnaval de sátira política que es La lengua suelta, tampoco puedo dejar de apuntar que la máscara de Gabor, por sobreuso, se transparentó. Lo que me recuerda la anécdota de Louis C.K. sobre su hija, que le exige caprichosamente suponer su invisibilidad "and I got to walk like an asshole: 'Where is she? I have no idea. Where could she be?'".

Es preciso atribuirle a La lengua suelta una sugestiva proliferación de conceptos. Destaco entre ellos: "jiribilliñángara", referido a La Jiribilla (revista de cultura cubana) y ñangara (izquiedista); "castrorigenismo", que alude a la apropiación cultural del grupo Orígenes dentro del castrismo; "oprobiografía", a propósito de la semblanza de Cintio Vitier (a quien Ponte acusa de ser el ideólogo del castrorigenismo). Se podrá entonces tildar a La lengua suelta de muchas cosas, pero nunca de no auxiliarnos con una funcional plataforma de neologismos. Pero además de ese florido glosario, el texto también construye unas cuantas imágenes perdurables. Por ejemplo, la de un Pablo Milanés cuya música es la banda sonora del oprobio; la de un Silvio Rodríguez que antes que poeta es "un señor con el pelo teñido"; la de un Miguel Barnet "criador de chihuahuas"; o la de un Retamar, cuyo mérito es ser "el único escritor cubano firmante de una sentencia de muerte".  

A lo largo del texto aparecen todo tipo de personajes y anécdotas, pero hay ciertas fijaciones. Gabriel García Márquez es una de ellas. La lengua suelta reactiva la controversia entre Susan Sontag y García Márquez (Sontag acusó de deshonestidad intelectual a García Márquez por su apoyo irrestricto al Gobierno cubano). Ponte ordena la polémica así: "Cuando Susan Sontag lo emplazó por el silencio guardado mientras Fidel Castro cometía sus crímenes, él se excusó con la cantidad de gente que había sacado de las mazmorras cubanas gracias a aquella amistad". Y agrega: "De profesión salvavidas, orillaba tan encrespado mar para arrebatarle humanos a la doble hilera de dientes de los tiburones. García Márquez intentó venderle a Sontag un subproducto de su zafra como si se tratara del rubro principal. Elevó el bagazo al valor de azúcar refino".

La presencia de García Márquez también es objeto de atención y de humor, cuando el texto narra un cumpleaños de Fidel Castro celebrado en casa del poeta Pablo Armando Fernández. Durante la fiesta, Castro se antoja de ver el noticiero y "preguntó dónde podría verlo. Narciso pedía espejo. [Y] Ordenó a García Márquez que subiera también". Ya frente al televisor, "Fidel Castro fue feliz de ver a Fidel Castro en la pantalla. Gabriel García Márquez miró a uno y al otro como si tuviera delante a dos gemelos jugando ping-pong. Aquello lo condujo a un estado hipnótico, y las solapas mamey corrieron peligro de terminar babeadas". Anécdotas como esta también abundan sobre Graham Greene. Es más, Greene y García Márquez aparecen interconectados, en tanto que ambos "estaban encantados de ser un par de celestinas políticas alrededor de un general y un comandante en jefe".

Si bien el Diccionario de la lengua suelta es riguroso y abarcador, en modo alguno es exhaustivo (ningún diccionario lo es). Quise ver una entrada referida a Roberto Zurbano y no la hallé. Tampoco hay algo escrito sobre Reinaldo Montero. La lengua suelta, por tal, es un libro proyectado hacia ciertos afectos. Pero esto no significa que sea un texto dedicado exclusivamente a sus malquerencias. En la reseña de Francisco García González: "¿Qué mató a Fermín Gabor?", el autor apunta que "Demasiado ejercicio de chisme y maledicencia no evitan que Gabor, y su roomate de trabuco, gasten lengua en hablar bien de algún que otro autor". Entre ellos, García menciona a los poetas Rafael Alcides y Manuel Díaz Martínez. A esa lista habría que sumarle también las entradas dedicadas a Reinaldo Arenas, Abilio Estévez, Lorenzo García Vega, Juana Bacallao y Virgilio Piñera. Y, sobre todo, la admiración intelectual que refleja la entrada referida a José Kozer. (Ah, y también está el panegírico sobre Rafael Rojas, quien sin duda es un historiador de valía, pero ¿era para tanto?)  

Haber leído La lengua suelta, en su versión digital, espaciada a lo largo de nueve años, debió ser una experiencia de lectura exultante (me refiero a la expectativa del público de entrega en entrega). Leerlas ahora, recopiladas en esta edición, puede resultar una experiencia fatigosa. No solo por las 727 páginas del volumen en sí, sino por el tipo de circulación y lectura que el formato libro connota. De algún modo, con este gesto libresco Ponte formaliza la naturaleza profana, errática, de la escritura de Gabor. Además, la publicación digital de La lengua suelta en La Habana Elegante (aún disponible en línea y gratis) contiene un nutrido acompañamiento de imágenes (caricaturas, fotos, afiches, portadas, etc.). Es una pena que La lengua suelta, versión libro, haya desatendido por completo esa dimensión visual que proponía su versión digital. Sin duda, la armadura de su sátira política venía mejor ataviada con ellas. Incluso valdría la pena pensar la carencia de imágenes también en el Diccionario de la lengua suelta, en tanto que este dialoga con el libro de Manuel de la Cruz Cromitos cubanos (1892), cuya edición incluía un retrato grabado para cada uno de los perfiles literarios del volumen.

Por último, asistir a la prosa de Antonio José Ponte es siempre una empresa estimulante. De su escritura admiro, como lo hace Enrique del Risco, "esa soltura con la que pasa de Proust al bistec de claria" (Brioso). Y creo que es justamente en ese doble registro referencial donde La lengua suelta halla su mejor tino para suscitar la risa, la risa crítica. La función intelectual de Ponte no es otra que vigilar minuciosamente a la ciudad letrada revolucionaria, denunciar sus mecanismos de legitimación y, sobre todo, arrebatarle su solemnidad. Si su escritura rezuma resentimiento es porque cada frase representa un ajuste de cuentas personal con la Revolución. No en vano, hace algún tiempo Ponte decía: "Puede que el tiempo decretado por la revolución se haya hecho ya mi tiempo personal" ("La viga maestra, el tiempo"). Pero este ajuste de cuentas pontiano, creo yo (o quiero creer), se desmarca del sirili anticastrista del exilio cubano de Miami —republicanos febriles por demás— que abunda en fórmulas tan obsoletas como el mismo castrismo.

La lengua suelta, en últimas, con sus lúcidas permutaciones entre chisme literario y escarnio ornamentado, hace del bicéfalo Gabor/Ponte una voz señera dentro de la intelectualidad cubana contemporánea. A no dudarlo.
      

Moorhead, Minnesota / Agosto de 2020


La lengua suelta, seguido del Diccionario de la lengua suelta, de Fermín Gabor y Antonio José Ponte (Renacimiento, Sevilla, 2020).

Héctor A. Melo Ruiz es doctor en Literatura Latinoamericana de la University of Notre Dame (EEUU). Actualmente escribe un libro sobre la representación cultural de revueltas populares en América Latina.

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5 comentarios

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Padre Ignacio, lee bien el libro de Ponte, si habla de la china calva de Paris, termina (después de decir que convierte toda victoria en revés) que vendera las cortinas de casa para poder comer...algo que ya esta ocurriendo: nadie compra sus libritos, imita a Alexis Valdés y después lo ataca, y lo mismo con la Hola de Otaola. La china calva de Paris esta comiéndose un cable tan grande que se metio agosto en su casa con Félix el gato y su gata. A los cuales, ademas, tiene que mantener...joder

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Profile picture for user padre Ignacio

Hablar de el diccionario de La Lengua Suelta y no hablar del fuego a la ballena calva de Paris es un sacrilegio y de cuando esta le bañaba el perrito a Alfredo Guevara o de cuando logro sacar a la hija de Cuba gracias a que tocaron La Macarena en Rancho Bolleros. Ni hablar de el rapto de Wally por la comandancia sandinista.

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Un intelectual "progre" no pierde la oportunidad de echar lodo sobre el exilio cubano de Miami.
La Lengua Suelta no necesita el reconocimiento de tal intelectual.

Al exilio de Miami ya no hay más cómo echarle lodo. Está completamente enlodado. Habría que tirarle ladrillos, a la cabeza, mejor. Y, anda, pídele a Ponte que le haga un panegirico a Marco Rubio entonces.