Sin mar y en una ciudad reconstruida
de la Baja Sajonia nos citamos.
Stuttgart estaba bien
para pasear por sus calles estrechas
y de paso, la gran fuga:
abrazar árboles
en la Selva Negra
y visitar museos donde
se cuenta de la guerra.
Toda Baviera es buen lugar
para bailar y cantar
tomar cervezas con fajitas
(algo que fue consecuencia
de no encontrar sushi a la redonda).
Pero nosotros queríamos
rompernos la vida,
caernos arriba por última vez
con todo.
Así que nos citamos en la roída
y vieja Suabia, donde tres guerras
habían dejado rastro amargo
en los corazones
y donde habían nacido: un filósofo,
un ingeniero, un sabio,
unos cuantos reyes
y sus vástagos
y muchas prostitutas.
Paseamos bajo llovizna
de anochecida
y qué luz inundado toda la ciudad
hundida como si nada
(el hoyo que recuerda)
llena de escalinatas
la honda ciudad altiva
circundada de selva
(negra) célebre por autopistas
extra rápidas
por museo del auto
(también extra rápido)
y menos recordada ya
por el dialéctico
y su verdad.
Hegel acabó siendo
el héroe (anónimo) de una noche
en que me negaste
(y te negué)
como los hijos niegan a los padres
y las ciudades
a sus hijos más ilustres
como los amores se niegan a sí mismos
y la selva niega (negra de celos)
al árbol que abrazan los amantes
y solo el tronco recuerda
bien dentro y sin gritarlo
que siempre (aún) te sueño.
Aleisa Ribalta nació en La Habana en 1971. Ha publicado los libros de poemas Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018) y Tablero (Editorial Verbo Desnudo, Santiago de Chile, 2019). Este poema pertenece a un libro inédito.