Se sienta en el andén
se fuma un tabaco interminable (…)
y día a día espera la llegada del tren
que se lo lleve.
"Ulises", Solitar, Ena.
Una lámpara que parte la tiniebla
con su cántaro de luz y medianoche
regalando unos libros una mesa cansada
un desnudo que cuelga en la pared
crucificado en la espesa contrasombra
unas manos que buscan otro símbolo
en la costra de todas las heridas
y una procesión de muertos que regresan
a patear el silencio de la página en blanco
para que sean trazados
los primeros caligramas y el poema.
Caligramas dibujados con sangre
en el paño que recoge las horas
en elogios tardíos a la espera
en palabras que nunca se dijeron
en soledades que ya no tienen sombra
en un fardo de noticias maltrechas
que va dejando caer en las esquinas
en breviarios del hombre que se pierde
entre los pasos gastados de una plaza
y la costumbre de todos los discursos.
Caligramas robados al insomnio
donde ardieron las naves y los puertos
palabras que niegan y confirman
el tratado del vuelo de los pájaros
y una carta que siempre es despedida.
Caligramas abiertos como vientres
en los tatuajes que levantan la noche
caligramas abiertos como espigas
como gritos como rosas de barro
en los cadáveres que trae la madrugada
y convierten la ciudad en camposanto.
Caligramas abiertos como diástoles
en los golpes que derrumban el pecho
en las columnas de los puentes rotos
esos puentes que atraviesan los años
y no dejan partir rumbo al desierto
donde se calma la sed del caminante
y es legal el abrazo en los parques
el pan de la mañana y la eutanasia.
Caligramas escritos en el aire
en el último paso del equilibrista
abrasado por las voces del viento
con los ojos y las alas ardiendo
y un cartel martillado en el pecho
donde pide minutos y silencios.
Caligramas de un canto inacabado
que ya pierde la luz de cada verso
y una biblioteca interminable
a punto de caer en el abismo.
Caligrama tatuado en las aceras
a golpe de otro salto al vacío
caligrama dibujado con sangre
al borde de un rostro en el espejo
que es el rostro del padre de mi hijo
el que espera en una vieja esquina
de la ciudad que no le pertenece
el que olvida sus calles y su nombre
y los rostros que no le pertenecen.
Una lámpara que parte la tiniebla
palabras que niegan y confirman
caligramas que no nos pertenecen
ciudades que no nos pertenecen
y un hombre que decide partir
un minuto en los ojos de la muerte
y se sienta en un banco del andén
a fumarse un tabaco interminable
y a esperar el tren que se lo lleve.
Germán Guerra nació en Guantánamo en 1966. Sus últimos libros de poemas publicados son Oficio de tinieblas (Aduana Vieja, Valencia, 2014), Nadie ante el espejo (Bokeh, Leiden, 2017) e Hijos (AlphaBeta, Miami, 2018). Este poema pertenece a un libro inédito.