Virgilio Piñera no ha tenido mucha suerte en inglés. Pero, como dice el refrán, "nunca es tarde si la dicha es buena", y la entrada bilingüe del autor de La isla en peso (1943) al lector estadounidense no puede haber sido en un mejor momento, estando este país entre los primeros de habla española en la faz del planeta y con una población latina bicultural que ronda los 55 millones de personas.
¿Qué trae Piñera al panorama literario estadounidenses? De los escritores cubanos del siglo XX quizá sea él que más y mejor empuja la modernidad a sus límites, revelando en el contexto caribeño las luces y sombras del desarrollo en la periferia. No en balde a Piñera se le ha comparado con Baudelaire y Kafka, los dos grades desmitificadores de la utopía moderna y dos de los más acérrimos críticos del orden y el progreso occidental. En ese sentido Piñera, "la oscura cabeza negadora", como le llamó José Lezama Lima, propicia un distanciamiento y una pausa en medio de la euforia del American Way of Life —especialmente en la era Trump— desmontando los biombos y el espejismo del deseo en toda la extensión:
Pero nosotros, en varias camas,
Con mugres y millones de lepras
entre tecnologías dictatoriales,
planes y simulaciones
ya no sufrimos nada.
Nos permiten tomar pastillas
y callar.
En otras palabras, como buen existencialista, gran lector de Sartre, pero sobre todo de Camus, Piñera nos devuelve el reto de la autenticidad cultural frente al laberinto del suburbio y el esplendor de los carteles lumínicos, esos que él conoció en La Habana de los 30 y el Buenos Aires de los 40 y los 50 y que el emigrante recién llegado se encuentra lo mismo en Nueva York que en Los Ángeles o Las Vegas. En ese sentido, Piñera entrega el testimonio de La isla en peso, tal vez el poema más conocido del autor, en el que bucea en la identidad histórica del sujeto colonial al que, con la finura de un bisturí, circuncida la conciencia:
Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,
las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,
las eternas historias de los negros que fueron,
y de los blancos que no fueron,
o al revés o como os parezca mejor.
Las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules,
–toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza en llamas–,
la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo
llegando para apretar las tetas de mi madre.
En Cuba, Piñera fue un apestado antes y después de la revolución; su obra ha tenido que esperar al postsocialismo a partir de los años 90 para que sus conceptos e ideas encarnasen en el trabajo artístico de las nuevas generaciones que, cansadas de los discursos trascendentales del Gobierno, descubrieron en las paradojas piñerianas el llamado a una transformación más realista del mundo, centrada, sobre todo, en la relevancia de la subjetividad. Fue entonces cuando el establishment cultural reconoció que había sido Virgilio Piñera —el amanerado, el miedoso y el frío—, el más revolucionario de los escritores cubanos.
El autor de poemas como "Un duque de Alba" o "En resumen" no solo sobrevivió al escarnio y la censura oficial, sino que logró imponer una manera de ver y sentir la realidad que supera su propia obra, expandiéndose como referencia afectiva hacia el campo cultural.
La dramaturgia, los relatos, las novelas y los ensayos de Piñera hoy no solo se estudian y citan constantemente, sino que él mismo —su biografía, su personalidad— se ha convertido en presencia a través de personajes literarios, teatrales y de cine. Como Lezama o Almódovar, su estilo ha devenido adjetivo popular, resonancia política y hasta profecía si pensamos en un texto como "Isla":
Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.
En la boca las palabras morirán
para que el viento a su deseo pueda ulular.
Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol, la luna,
y lejos ya de la inquietud,
diré muy bajito:
¿así que era verdad?
En este volumen, Pablo Medina traduce 40 poemas de Piñera, algunos de ellos aparecidos con anterioridad en Ezra: An Online Journal of Translation. En Estados Unidos, preceden a este trabajo, la publicación de Cold Tales (1988), traducción de Mark Shafer y prólogo de Guillermo Cabrera Infante; la biografía Virgilio Piñera en persona (2003) de Carlos Espinosa; y el estudio Everything in its Place: The Life and Works of Virgilio Piñera (2005), de Thomas Anderson.
En cuanto a la poesía, existe también la traducción de Mark Weiss de La isla en peso (The Whole Island, Shearsman Book Ltd, 2010).
Fuera de estos intentos, la figura del escritor, más que su obra en sí, se ha presentado en decenas de artículos que reseñan la vida cultural de la revolución en los últimos 50 años. La censura de su persona y de su escritura hicieron de Piñera un ejemplo de intelectual resistente a las políticas totalitarias al convertir la literatura en casi una religión. El propio escritor contó en más de una ocasión su rutina diaria: levantarse a las cinco de la mañana, colar un café y sentarse frente a la máquina de escribir por varias horas. El resultado: uno de los corpus literarios más sorprendentes del idioma español que sólo ahora estamos empezando a conocer en inglés.
The Weight of the Island. Selected Poems of Virgilio Piñera, edición bilingüe y traducción al inglés de Pablo Medina (Diálogos Books, Lexington, KY, 2014).
Este texto apareció originalmente en un dossier "Desafíos de la literatura cubana" de Iowa Literaria. Se reproduce con autorización del autor.
Muy interesante.