Cuando Madeline Cámara me pidió un comentario al poema "Rueda del exiliado" de Nivaria Tejera, le envié a Tampa una rara aceptación: las señas parisinas para llegar a la casa de Nivaria y Antón, tras el patio, en el 44 de la avenida Jean Maulin, después de tomar el metro Chatelet, dirección D'Orleans, aquella tarde de 1983 bajo las nostalgias de ayer y de hoy. Este es mi homenaje, desde que entonces regresé a La Habana con la edición príncipe del cuaderno homónimo, impreso en Lisboa.
Y de ahí el título de mi recensión, un verso —el octavo— que completo dice: "De tanta vigilia se nos ha ido vaciando el rostro del cielo"; para simbolizar y contar la "Rueda del exiliado", las sensaciones del extraño —no necesariamente extranjero— que ella coloca en el epígrafe de John Ashbery cuando reproduce: "it is ever/ a stranger who walks beside me".
¿Cuál cielo es el que ya no existe en el poema, tal vez el de su Cienfuegos natal o el de La Habana de principios de los años 50, cuando se casa con Fayad Jamís, antes de irse la pareja a París? ¿Qué rueda del exilio lo ha ido vaciando despiadadamente hasta que no se puede identificar? ¿Cuánto ha pagado por esa vigilia interminable, insoportable ya a principios de los años 80? Y sin saber cuando lo escribe que la acompañaría hasta su muerte, el pasado 5 de enero de este 2016, a unos 86 años cuyas cuatro quintas partes los vivió fuera del país natal. Con 13 años decisivos para su formación en Tenerife, desde los dos años (1931) hasta los 15 (1944), cuando regresa a Cuba tras la liberación de su padre de la cárcel franquista. De ahí que el tema del retornotenga en el poema una connotación e intensidad distintas, menos asociada a la filosofía romántica con sus ideas de "patria", "país" y "nación", cuya vigencia —aunque muchos políticos se opongan— va en franco retroceso.
Precisamente de este sesgo parte mi lectura de "Rueda del exiliado". Porque ella no fue exactamente una exiliada sino una extranjera; lo que no edulcora su destierro ni empequeñece su rechazo a la dictadura de los Castro en Cuba, desde que renuncia a su puesto diplomático y opta por quedarse en Europa, a mediados de los años 60, hace medio siglo, con triple nacionalidad cultural: cubana, española y desde luego que francesa.
Me explico. Y lo hago a través de un poema que ella conocía, pero cuya alusión en "Rueda del exiliado" parece tangencial. Es decir, de significado periférico pero efectivo. Me refiero a "El extranjero" de Charles Baudelaire, poema recogido póstumamente en Le Spleen de París (1869), que responde precisamente a esa mezcla de melancolía y nostalgia que caracteriza el de Nivaria Tejera, donde también es tópico, lugar común de la poesía romántica y simbolista.
Recuerdo que estuve pensando en "Rueda del exiliado" cuando lo traduje en 2012 —"El extranjero. Una poética política, más bien ética", Leer por gusto (Pluvia, Houston, 2016)—. Sobre todo cuando Baudelaire responde a la pregunta de si quiere a la patria. Y se desentiende de ese concepto al decir: "Ignoro en cuál latitud está". Para en los dos versos finales confesar que apenas quiere a las nubes: "Quiero a las nubes. A las nubes que pasan por allá. A las maravillosas nubes".
Las nubes de Baudelaire también cubren la rueda de Nivaria Tejera, cercana en su juego del tiempo y del espacio a los presocráticos, según el epígrafe de Heráclito que acompaña al poema. Las preguntas iniciales que lo caracterizan son precisamente las hermanas de la confesión de Baudelaire. Coinciden en confesar la ignorancia, en no ver bien los caminos como centro temático de ambos poemas. ¿O acaso el polvo no es nube?
La intensidad de "Rueda del exiliado" parte de ahí, del spleen romántico que forma —como ella dice— "un sostenido desvelo", "el bosque de piedra de este laberinto"; desde donde se lanzan las preguntas y comienzan a girar los estremecidos versos en las cinco secciones que componen el exilio interior y exterior de la desterrada. Una desterrada que no deja de guiñarle un ojo al rumano Emil Cioran —el exiliado que también habitara y muriera en París—, cuya idea de que la ausencia de nacionalidad es "el mejor estatus posible para un intelectual", de alguna manera mitiga el golpe del sectarismo político que le impide a ella el regreso libre a Cuba desde 1965; que en cierta forma modula —por lo menos para mí— el fenómeno represivo del exilio que se extiende hasta hoy.
Pero la novelista de El barranco y de Sonámbulo del sol logra en este poema algo más que un desvío o clinamen de la caudalosa tradición del spleen en la poesía occidental a partir del siglo XIX. Su ruedarecorre —y muy bien— otros territorios. Consecutivamente la voz desde que la autora narra —un plural de participación— trata de implicarnos. Y casi siempre obtiene los resultados que busca en el lector. Entre ellos resaltan la reflexión antitética, que nos hace pensar que nadie "nos aguarda al final de nuestro tiempo" —segundo verso—, porque las preguntas iniciales han cerrado cualquier final feliz. También —en la misma dirección de la rueda— se halla otro tópico que el poema recrea: el de los espejos, rotos aquí, aunque en la desolación que transmite no se identifique con el regreso imposible sino con la misma existencia en cualquier parte. Así como dos versos que evitan cualquier superficialidad política en la clasificación del poema, pues su esencia es ontológica. Y que señalan "Cuando el denso horror de vivir inunda/ como una proa de apartar horizontes".
La autora —que en los primeros años 80 traspasa el medio siglo de vida— se asoma a las cercanías de la vejez cuando está escribiendo, elucubrando el poema que de pronto vive su exilio, su extranjería del tiempo y del espacio sugerida en las preguntas del verso inicial. A lo que se añade como tinte la siempre alejada isla, de la que también se extraña cuando en la penúltima zona dice: "Y que una isla escapa con el mar al encierro/ y que es inútil!"
El entramado de "Rueda del exiliado" entrecruza alusiones. De no hacerlo carecería de la intensidad que transmite. Hasta la insinuación de la muerte, que no cesa de rondar como una nube otra, cuando revolotea sobre la zona V para que, "pesadamente", "la rueda de exiliados" avance... Y diga: "La muerte acaso nos devuelva/ en una marea templada".
Es esa invocación de la muerte la que detiene la rueda, porque es el exilio del fin desde una óptica agnóstica el que no admite oscuridades —según paráfrasis de los versos finales— sino deslumbramientos, cegueras ante las preguntas al alba. De ahí que el tono melancólico no desaparece, mezclado con la nostalgia de la isla de Cuba y de la isla de Tenerife, pero sobre todo mezclado con sus 53 o 54 años en París cerca del Sena —mencionado en el poema—; a la entrada de sus reflexiones sobre la vejez y la muerte.
En el prólogo a Katábasis (La Mirada, Las Cruces, EEUU, 2014), donde compila siete poemas largos escritos por cubanos bajo el motivo del exilio o viaje sobre el camino, Jesús Barquet nos recuerda la distinción entre anábasis como ascenso y katábasis como descenso, retirada bajo la experiencia del destierro que se convierte en lejanía espiritual, no meramente física. Precisamente es la lejaníauno de las cauces que Cintio Vitier señalara en 1956 como signos de lo que con más deseos que argumentos llamó "lo cubano", desde una teleología martiana poco convincente, sin capacidad para establecer deslindes con otros países de la cuenca caribeña y de América Latina, pues la lejanía—aun como "lejanización" o como "nostalgia desde fuera"— para nada es privativa de Cuba, de los cubanos. Aunque sí sirve para caracterizar esta zona de poemas escritos por cubanos, como también lo fuera —por ejemplo— para poemas escritos por chilenos o argentinos cuando las dictaduras militares.
Polémicas sobre lo cubano a un lado tal vez obsoleto, hizo muy bien Barquet en inaugurar su Katábasis con "Rueda del exiliado" y recordar las conferencias de Cintio Vitier. Porque al re-crear Nivaria Tejera la nostalgia se adentró en las lejanías, como formas de lo extranjero: sensaciones dispares y angustiosas desde cualquier sociología y ontología de estirpe existencial.
La mixtura de "Rueda del exiliado" lo hace un poema fuerte entre los de habla hispana del pasado siglo cuyo leitmotives sentirse descender, experimentar la caída y el destierro. Su fuerza expresiva —"fija en ninguna parte", como su último verso— apunta hacia una mirada convertida en grupo de preguntas dirigidas por un enorme qué: "Qué cuando qué dónde qué cómo que quién". Desde ellos Nivaria Tejera recuerda Cienfuegos y el pueblecito de La Laguna en Tenerife, La Habana del reparto Almendares antes de cruzar de nuevo los puentes del Sena, los puentes que nunca supo —que nunca sabemos— a dónde van.
Este texto fue leído ayer jueves en el homenaje a Nivaria Tejera organizado por Madeline Cámara en la Feria del Libro de Miami.