I
Pocas veces en el caso de Cuba, en las últimas décadas, tiene sentido hablar de "nación", de "mapa insular". El proyecto revolucionario se ha vuelto dispersión, éxodo y abandono. Esas son, precisamente tres características fundamentales de la lírica cubana de cambio de siglo. Algo semejante a un país no existe sino en la metáfora, en unos versos de, por ejemplo, Eduard Encina, en que se mueve el "pobre animal que bojea la isla sin encontrar una imagen donde posarse ni un cuerpo veloz que la bestia no haya marcado" (Leonardo Sarría, compilador, (Des)articulaciones. Premio de Poesía La Gaceta de Cuba (2000-2010), Unión, La Habana, 2012). La historia de la poesía cubana podría resumirse en esa búsqueda agónica de la imago, diversa e inclasificable hasta hoy. Pareciera que la única patria posible para los cubanos está en la palabra, en el lenguaje como habitáculo y campo de batalla. El único espacio de convivencia y franco enfrentamiento parece ser la poesía.
El monográfico que presenta la revista académica norteamericana Aula lírica en su número 8 de 2016 no pretende ser un bojeo total de la poesía cubana. Pero sí persigue una lectura diacrónica de lo que conocemos como lírica cubana contemporánea, que comprende los poemas publicados desde 1959 hasta el presente. Con ese fin, Yumary Alfonso Entralgo analiza la poética de Virgilio Piñera y su relación con la posmodernidad, de modo que el poeta cubano nacido en Cárdenas en 1912 queda como un referente y un visionario de la eclosión de fin de siglo; Milena Rodríguez analiza dos poemas largos de Isel Rivero y Reinaldo Arenas a partir de la relación entre proceso revolucionario y epicidad, pero esta vez desde el reverso negativo iniciado por Piñera; Virgilio López Lemus aborda el conversacionalismo y los modos en que desde los años 70 algunos autores lograron "salirse" de esa corriente; Norge Espinosa hace un balance crítico de la poesía de los años 80; Jorge Luis Arcos propone una lectura personal de la lírica de Antonio José Ponte, una de las poéticas fundamentales de los años 90; René Rubí lleva a cabo un amplio recorrido analítico por la poesía negrista en Cuba desde sus fundadores hasta las tendencias más actuales; y Liuvan Herrera estudia la relación entre la vanguardia y las poéticas de los jóvenes autores Óscar Cruz y Legna Rodríguez.
Las reseñas de Mabel Cuesta sobre el poemario En país extraño de Michael H. Miranda y la de Rick Curry sobre la poesía reunida de Félix Hangelini son parte de este monográfico, y dan cuenta de la poética de dos autores que comenzaron a publicar en los 90 en Cuba y cuyas obras posteriores, publicadas fuera de la Isla, alcanzan el siglo XXI.
El orden que arriba propongo no coincide exactamente con el índice del número, que sigue el orden alfabético de los apellidos de los autores; con esta reorganización intento hacer ciertas conexiones entre los artículos a partir de la cronología de las obras o las promociones analizadas. Una especie de bojeo propio que sirva para presentar el conjunto.
II
El texto de Yumary Alfonso Entralgo sobre Virgilio Piñera y las marcas de posmodernidad en sus poemarios puede ser un buen punto de partida. Como se encargaría de declarar Damaris Calderón en su texto-manifiesto sobre la poesía de los 80 en Cuba, Piñera es un punto de referencia fundamental para la poesía finisecular en la Isla. El proceso de desmitificación, la negación e inversión de los altares de la patria que inicia el autor de La isla en peso anuncian ya el final de siglo, la poética de los 80, como asegura Calderón:
Elementos de la obra de Virgilio (el nuestro, que no el de las Églogas) que nos permiten situarlo como un antecedente para la poética de los años 80: la ironía, el tratamiento (a veces levemente esbozado, otras más explícito) del tema gay, la subversión del mito clásico, la revisión de la épica y el empleo de la parodia (en Electra Garrigó, por ejemplo), el conversacionalismo, el prosaísmo, el carácter narrativo de su poesía (borrándose en ocasiones las fronteras genéricas), la vertiente metafísica y la incidencia en lo histórico inmediato, la incredulidad, la encarnación del vacío, la poética de la negación, el carácter agresivo y polémico de su obra, "la rabia amarilla" que vemos aparecer en sus versos y la desmitificación de lo cubano como emblema de lo paradisíaco.
Con estas características juega Alfonso Entralgo para demostrar que Piñera es preámbulo, pórtico y ascensión de la posmodernidad en Cuba y que su obra responde a los argumentos de Frederic Jameson y algunas ideas de David Harvey sobre los tiempos posmodernos. Al mismo tiempo que Piñera es el reverso origenista, rompe el orden cronológico, se adelanta para atravesar como una flecha incendiaria y parecer hoy uno de los más vivos y contemporáneos poetas cubanos.
La ensayista y profesora Milena Rodríguez aborda a dos autores que también son precursores del complejo final de siglo cubano: Isel Rivero y Reinaldo Arenas, ambos visionarios y exiliados que continuaron en los años 60 y 70 la tradición negativa y del reverso, ese lado oscuro de la cubanidad que fundara Virgilio Piñera. Rodríguez parte de las características del poema largo y de las peculiaridades del subgénero dentro de los autores cubanos que lo han trabajado. De La marcha de los hurones de Rivero pasamos a El central de Arenas para constatar no solo los elementos propios del poema extenso, sino para sistematizar también las formas en que Rivero y Arenas hacen dialogar "revolución" y epicidad, pero esta vez desde el cuestionamiento, el existencialismo, a lo que se suma en Arenas lo paródico y escatológico.
El investigador, profesor y poeta Virgilio López Lemus analiza en "Salidas del coloquialismo en la década del 70 en Cuba" una de las corrientes poéticas más fértiles y polémicas dentro de la Isla. El propio López Lemus ha trabajado previamente en su libro Palabras del trasfondo la poética conversacional cubana. Desde la caracterización del coloquialismo, López Lemus incluye la perspectiva del exilio en dicha corriente, algo que también caracteriza en general a este dossier, ya que se parte de la poesía como espacio común en que la confrontación política es posible y necesaria, pero no como modo de borrar al contrario (como cierto conversacionalismo militante pretendió alguna vez) sino más bien de incluirlo.
López Lemus aborda las características generales del coloquialismo y seguidamente se refiere a la saturación, el agotamiento y a los extremos que dicho discurso llegó a tener en la poesía insular de finales de los 70. El crítico analiza los referentes fundamentales de la estética coloquial así como aquellos que, dentro de los mismos años 70, se desvían de esa corriente predominante.
Yumary Alfonso señala ya en Piñera su tono marcadamente coloquial. Autores como Fina García Marruz, Delfín Prats, Lina de Feria y hasta el mismo José Lezama Lima tienen una impronta coloquial sin la que no podríamos entender sus estilos personales, a pesar de que fueron juzgados, silenciados y marginados en los años 70, por alejarse, supuestamente, de la corriente poética del momento. Lo cierto es que hacer una división entre tropologismo y coloquialismo puede ser a la larga poco producente y engañoso, pues ambas posturas suelen convivir en la mayoría de los poetas cubanos y universales de todos los tiempos, desde Arquíloco (quien escribió unos yambos incendiarios) hasta Magali Alabau, que mezcla en su obra la epicidad griega con la vida cotidiana y más pedestre del exiliado.
Sobre el coloquialismo vale la pena agregar lo que argumenta Reinaldo Arenas en un artículo de La Gaceta de Cuba titulado "El reino de la imagen" (número 88, 1970): Arenas asegura que el único poeta conversacional que había en Cuba por entonces es José Lezama Lima, porque es el único que realmente escribe como habla.
La dispersión y la negación que es anunciada por Piñera en los años 40 es fundamental para entender el modo en que los 80 la emigración aumenta, principalmente con el Mariel en 1980, como apunta López Lemus. De esa dispersión innegable de los 80 señalada por López Lemus se hace cargo, precisamente, Norge Espinosa en su texto "Poesía cubana / años 80/ un vacío en el espejo de la crítica". Consciente de que falta un repaso crítico a fondo de la poética cubana de los años 80 (algo en lo que repara también Liuvan Herrera en su artículo), el autor presenta su propio análisis panorámico de esos años fundamentales para comprender el cambio entre las primeras décadas después del triunfo del 59 y la falta de meridiano y cohesión posterior. Espinosa tiene en cuenta el entorno sociocultural y editorial de esos años y hace un balance entre ejercicio crítico y la obra de esos creadores para terminar aventurándose hacia el futuro posible de la poesía cubana.
El texto de Jorge Luis Arcos sobre la poética de Antonio José Ponte constituye una especie de antología crítica, esa que todo poeta quisiera tener. Arcos analiza una de las voces de la poesía cubana fundamentales de las últimas décadas, que se dio a conocer en los 80 pero cuya obra principal se publicó y circuló en los años 90. Entre la plasticidad y la dimensión filosófica, entre lo exegético y lo biográfico, entre la epifanía y la ruina, el daimon y la decadencia, Arcos antologa y analiza la obra lírica de Ponte en un texto altamente disfrutable por su combinación ensayística y poética.
René Rubí en "Voces trasatlánticas: camino y vigencia de la poesía afrocubana" repite el sentido diacrónico, diaspórico y plural de este monográfico: su análisis de la poesía negra parte de sus fundadores hasta llegar a las tendencias orales más actualizadas de lo afrocubano. Por estas páginas de fino y agudo análisis desfilan autores como Pablo Armando Fernández, Miguel Barnet, Nancy Morejón, Georgina Herrera, Eloy Machado, Soleida Ríos, Pura del Prado, Martínez Furé, entre otros.
Rubí actualiza al lector sobre las inquietudes, los problemas, la sensibilidad y la polifonía del sujeto de la poesía negra en la Cuba de hoy. En su estudio se puede constatar no solo la capacidad analítica del autor, sino también su sensibilidad poética en ciertos juicios y en la agudeza de la mirada, semejante a la afinidad lírica (casi anagnórisis) que leemos en el artículo de Arcos sobre Ponte.
Liuvan Herrera es uno de los jóvenes críticos que con más seriedad y constancia trabajan hoy la poesía cubana. Me atrevería a sumarlo entre los pocos nombres que menciona Norge Espinosa en su texto. En el artículo "Óscar Cruz y Legna Rodríguez: poetas que perdieron la aureola", Herrera lleva a cabo un análisis de dos de los poetas más visibles del más reciente panorama poético del ámbito insular. Pero no se limita a ellos: su tarea es más amplia y ambiciosa, a la par que hace un recorrido dialéctico y fluido entre las distintas etapas de la poesía cubana y universal, también aborda varias posturas críticas (Arturo Arango, Walfrido Dorta...). Su propósito final es establecer un diálogo entre la irreverencia de estos jóvenes autores y las características vanguardistas que regresan, de acuerdo a su lectura y semejante a otras manifestaciones artísticas, de manera cíclica y actualizadas cuando vuelven a ser necesarias.
Si Alfonso Entralgo comienza este número con un Piñera que apunta hacia el futuro y hacia la posmodernidad, Herrera demuestra que Cruz y Rodríguez repiten y actualizan (a partir de su entorno y sus vivencias) ciertos gestos vanguardistas que ya conocíamos: evidencias del eterno reciclaje y del carácter diacrónico y dinámico del ejercicio poético.
III
En este monográfico han participado muchas de las voces críticas y ensayísticas más importantes dentro de los estudios actuales sobre poesía cubana. Por coincidencia, sin premeditación alguna de mi parte al organizar el número, también casi todos los autores de artículos son poetas. Desde Virgilio Piñera como antecedente y precursor de la dispersión y el abandono de fin de siglo, hasta las poéticas ahora mismo en desarrollo de Legna Rodríguez y Óscar Cruz: el propósito sigue siendo, en consonancia con lo que Norge Espinosa propone, no dejar en el vacío lo que a la crítica le compete.
Siguiendo solo el limitado pero representativo número de autores analizados en estas páginas, el mapa poético insular desborda sus fronteras geográficas y políticas para abarcar y abrazar el Madrid de Isel Rivero y Antonio José Ponte, el Miami de Legna Rodríguez, el inquietante Santiago de Cuba de Óscar Cruz, el Nueva York de Reinaldo Arenas, La Habana de Virgilio Piñera... Pensar a Cuba desde la poesía es un modo menos abyecto y asfixiante que el que nos imponen la política y el espacio físico. La dispersión, entonces, parece una ganancia o al menos una salida. Si de Cuba se trata, su lírica es hoy uno de los misterios tangibles, más vivos y heterogéneos a los que nos podemos asomar para poder no solo entender, sino más bien cuestionar los límites de la identidad y lo nacional.
Aula lírica, número 8, 2016: "Poesía cubana contemporánea".