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Crítica

Volpi contra los emblemas

'¿Acaso es este un libro moral? ¿Un libro de un escritor azorado por la deriva de la izquierda mundial y por el estado actual de las cosas? Pudiera serlo.'

Miami

Muy al inicio del cuaderno de apuntes que llevara durante su viaje a la India en 1961, Pier Paolo Pasolini relata su asistencia a una recepción ofrecida por la embajada cubana en Nueva Delhi con motivo del segundo aniversario de la revolución de Fidel Castro. Allí, entre diplomáticos y acompañantes de gala, el italiano sucumbe a "una especie de espejismo absurdo", cuando no le queda más remedio que hacerle frente a la imagen de dos sacerdotes católicos "delgados como espadas, ceñidos por una franja roja en la cintura y con solideos rojos sobre la nuca".

Entre el hieratismo de esa nación de 400 millones de almas, a la que acaba de llegar, y la efervescencia de la reciente revolución caribeña, allí, donde menos se lo hubiera imaginado el cineasta friulano, entre charlas y vasos chatos para el whisky, reaparecen dos símbolos animados de una vieja época de la que Pasolini quiere a toda costa desprenderse, eso que llama, "emblemas candentes de todo un mundo".

Al desnudamiento y derribo de ciertos "emblemas candentes" de esta época que nos ha tocado vivir, ha dedicado el escritor mexicano Jorge Volpi (1968) varias docenas de artículos, crónicas, reseñas de libros, publicados en medios de prensa mexicanos y españoles, ahora reunidos en libro con el título Ficciones criminales. Estampas de la crisis (2008-2014), publicado en Miami por La Pereza Ediciones.

No se trata, como era de esperar, de un libro "redondo", de un ensayo pensado desde un punto cero, sino de la comunión en un mismo tomo de las disquisiciones, los devaneos, los motivos de desvelo y las señales de alarma lanzadas por un escritor importunado por su realidad más inmediata, por un creador de ficciones rotundas, como En busca de Klingsor y La tejedora de sombras, entre otras, que es espoleado también por pensamientos puramente políticos.

Que Volpi se atreva incluso a esbozar propuestas muy concretas (legalizar totalmente la droga, controlar la venta de armas de fuego en Estados Unidos, "convertir a Europa en una auténtica federación", "contrarrestar la violencia [en EEUU] con una educación humanista", promover el laicismo o suprimir la asignatura de Literatura, impartida a la usanza del siglo XIX, para sustituirla por una Clase de Ficción, que incluya un acercamiento más potable a las letras a través del audiovisual e incluso de los videojuegos), propias más bien de un parlamentario de izquierda, es la medida de hasta dónde se implica este escritor como homo politicus.

Y ya que el mexicano es un hombre de letras particularmente vinculado a las redes sociales y a los usos de la web, bien podríamos aplicarle a este libro esa herramienta tan utilizada cinco minutos después del discurso de cualquier presidente o candidato a serlo, gracias a la cual quedan establecidos, a modo de trending topics, los términos más utilizados, de manera a que sean colocados a la vista de todos sus propios "emblemas candentes", esos que en 1961 hicieron que los párpados de Pier Paolo Pasolini se abrieran de golpe más de lo habitual y que sus magros músculos se contrajeran.

Porque con esas palabras-clave quedaría armada una idea medular que se impone tras la lectura de estos textos breves, subtitulados como "estampas de la crisis": que tras la implosión del comunismo soviético y en medio de la esperanza por un mundo mejor, terminó imponiéndose "la utopía neoliberal", de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y, junto a una "brutal desconfianza hacia el Estado", las democracias liberales se desentendieron de las "conquistas sociales", proliferó el libre mercado, se relajaron las regulaciones a las instituciones financieras, se infló la burbuja económica y —acota Volpi— "un buen día el capitalismo no toleró más sus contradicciones"… Tras todo esto, cayó Lehman Brothers, se acrecentó la desigualdad, emergieron los peores nacionalismos, "a fin de cuentas ficciones al servicio de unos cuantos", y con ellos el fanatismo islamista.

El balance de Jorge Volpi para esta crisis que ahora mismo iría por unos siete años es más que desalentador. "Al parecer —sentencia al final de una de sus crónicas— nos ha tocado vivir en el peor de los tiempos, en la edad de la locura, en la época de la incredulidad, en la era de las tinieblas y en el invierno de la desesperación."

¿Acaso es este un libro moral? ¿Un libro de un escritor azorado por la deriva de la izquierda mundial y por el estado actual de las cosas? Pudiera serlo. Pero es que ya Ezra Pound habló pestes de su tiempo, y antes Nietzsche, y luego Cioran anatematizó el suyo, y Josep Pla, quejándose de que los cafés estaban vacíos porque todo el mundo se la pasaba, con la boca abierta, viendo novelas en la televisión…; e incluso Clifford, un siglo antes, aquel personaje de Hawthorne en La casa de los siete tejados, horrorizado por su presente, como mismo lo hiciera Julián del Casal, en 1890, cansado de "presenciar el contagioso e incesante descontento de la humanidad"...

¿Revelará entonces este libro que, además de como agudo observador de los diversos mecanismos de la Polis, Jorge Volpi debería ser leído como un "pesimista cultural", según uno de los paradigmas establecidos por Arthur Herman en La idea de decadencia en la historia occidental?

"Como su predecesor [de derecha], el pesimismo cultural de izquierda —recuerda Herman— sostenía que el Occidente moderno estaba en crisis y a punto de destruirse, creando la posibilidad de que algo nuevo lo reemplazara."

Habría que profundizar en lo que propone el mexicano como "algo nuevo", como reemplazo de la realidad o resultado histórico, cuando este hermaniano "ciclo de desilusión" haya pasado.

Por ahora destacamos dos de sus reacciones.

La primera ha sido esbozada en su texto "¿Alguien nos representa?", de 2011, en el que Volpi coloca en la platina del microscopio a los jóvenes indignados de medio mundo, analiza las causas de su tardía aparición y al acto ve en ellos, "si se mantienen y proliferan", un factor determinante, de cara a "la derrota definitiva de la ideología neoliberal vigente en el mundo desde 1991".

Las últimas líneas de este análisis son categóricas: "Esperemos que el espíritu de estos jóvenes permanezca en nuestras calles…"; aunque tal vez a estas alturas de 2016 el intelectual mexicano ya haya constatado que estos movimientos tan heterodoxos —a pesar de la ingenuidad y la iconografía guevariana que los unificaba—, terminaron diluyéndose precisamente cuando fueron ignorados por las autoridades, víctimas de la banalización, el esnobismo propio y el muy cruel paso del tiempo, y se convirtieron, como Volpi mismo avistó en otro de sus textos, en "un parque temático de la contracultura, tan sorpresivo o incómodo como un mercadillo ambulante".

La segunda solución para el supuesto cierre de este ciclo político marcado por "la avaricia propia del capitalismo avanzado" estaría en las líneas finales del artículo titulado "El nuevo Tercer Mundo", en el que Volpi, al retratar a la Europa de hoy, no esconde su palpable nostalgia por la socialdemocracia exitosa de los años 80 del siglo XX: "Si Europa se convirtió en un ejemplo para el mundo, fue en buena medida gracias a la visión de figuras como Delors, Mitterrand, Kohl o González. Frente a ellos, sus sucesores parecen enanos concentrados en tapar los agujeros desmantelando el estado de bienestar".

Y como cierre de esta evidente toma de partido, en su texto "Marx, superventas", Volpi reseña el exitoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, y se suma a la crítica contra el dueto neoliberal Reagan-Thatcher, a la par que considera indispensable "la instauración de un impuesto progresivo sobre el capital a nivel global", en un claro guiño a los pilares de la socialdemocracia.

No cabe duda de que Jorge Volpi ha resumido en estas crónicas un peculiar Zeitgeist, cierto espíritu de nuestra época, determinado por el fin de la bipolaridad política, la injerencia de las instituciones y de la tecnología en la vida del ser humano, así como la irrupción de brotes de pervertida ideologización a través del fundamentalismo religioso, no obligatoriamente limitado a las fronteras del Islam, sino vigente, y de qué maneras, en el espíritu católico conservador norteamericano.

Y por qué no detenernos en un elemento distintivo de estas reflexiones políticas, el que provoca que unas crónicas, que por sí solas deberían despedir el olor ocre de la vida efímera, pues han sido escritas, por ejemplo, la víspera de unas elecciones —en México, en España, en Francia—, y que por tanto muy poco aportarían cinco años después, cuando muchos de los rostros señalados ya se han visto deslavados, se destaquen por el toque de ficción que algunas de ellas exhalan. Como en aquella nota que imagina, "viejo y achacoso", al fugitivo Osama Bin Laden en su refugio paquistaní, con "la barba rala, las ojeras negrísimas", definitivamente humano, para disgusto de algunos…; o esa otra que retrata a Luis Bárcenas, célebre tesorero del Partido Popular español, con "el mismo traje gris rata que lo distinguió en sus anteriores comparecencias", afanado en su propia defensa ante los jueces que le imputan varios cargos por corrupción.

Hace apenas cuatro años, Jorge Volpi llamaba la atención en la prensa sobre la "terrible ficción" de los sicarios al servicio de los carteles de la droga, para quienes sería más excitante asumir "una vida intensa y arriesgada", aunque fuera breve, en lugar de respetar la vida de los otros.

"Hay ficciones criminales —acotaba en una entrevista para la agencia EFE— (...) El racismo, la xenofobia, la homofobia, la violencia, también son ideas que se puede convertir en ficciones. Y cuando esas ficciones predominan, ciertamente pueden ser terribles las consecuencias sociales".

Desde entonces, como parece indicar, ha quedado fijado el sintagma que da título a esta compilación: de la obsesión del autor por descubrir la ficción (lo impostado, la pose, la estratagema, el storyboard) tras el más irrelevante de los gestos políticos con los que desayunamos a diario.

Es esta línea de ficción que enlaza no pocos de sus crónicas y artículos, la que provoca que Ficciones criminales no sea una compilación de ocasión, sino uno de esos documentos que dicen mucho sobre la vinculación menos evidente (la del observador) del novelista, del homme des lettres, con la política; como cuando Borges y Sábato se dejaron retratar con los generales y García Márquez intentaba en vano pescar más que Castro, o como cuando John Cheever le confesaba a su diario íntimo haber soñado que tenía "una aventura homosexual, no consumada", precisamente con Ronald Reagan.

En otros tiempos, los escritores morían y dejaban a sus herederos, en maletas de lona firme con esquinas de cuero lastimadas por el tiempo y en cajones de cartón donde antes hubo latas de conserva o rollos de hilo, el detritus de su largo bregar. Allí, en aquellas minas afortunadas, aparecía un diario íntimo, esbozos para cuentos que nunca llegaron a ser, fotos que revelan sorpresivas relaciones, una flor seca, cartas varias, cuentas de bodeguero, un almanaque de 50 años atrás (nada tan generador de misterios como ese pasado encapsulado en un grupo de números uniformes, como soldados en sus pelotones vistos a vuelo de pájaro) y recortes de periódicos, que el hagiógrafo de turno o el buen arqueólogo terminarán, con suerte, compilando en un libro que demostrará, una vez más, que el escritor no es un bloque de novelas o un bloque de poemas interminables, sino también un embrollo de chismes, deslices puntuales, tartamudeos y opiniones sobre política.

Pero eso era antes. Cuando el escritor de hoy muera, malamente habrá dejado la contraseña de su Hotmail y el acceso a un buzón frío, sin manchas de tinta, aunque no menos revelador. Todo lo demás habrá sido devorado por Facebook, Twitter o Instagram. En ese sentido, ya no habrá misterio.

Felizmente esta realidad no lo habría convertido en mejor o peor escritor —aunque muchos de los alcanzados por la mediopatía piensen que sí—, sino tan solo en un ser de estos tiempos. Jorge Volpi no ha querido hacernos esperar otro medio siglo: Ficciones criminales habla de fantasmas, de escenarios rocambolescos, de ilusiones perdidas, de muertes y de territorios dominados por la ira; de soledad y de la felicidad que no llega. Todo un acto de novela.


Jorge Volpi, Ficciones criminales. Estampas de la crisis (2008-2014) (La Pereza Ediciones, Miami, 2015).

Esta reseña apareció en Cuadernos Hispanoamericanos. Se reproduce con autorización del autor.

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