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Crítica

'Persona non grata'

El libro de Jorge Edwards, uno de los documentos fundamentales del siglo XX para nuestro universo referencial, devela en esta edición todas sus interrogantes.

Ciudad de México

La canónica colección Letras Hispánicas de la editorial española Cátedra acaba de publicar la que no dudo en calificar como la edición más cercana a la definitiva de la polémica novela-testimonial de Jorge Edwards, preparada por los especialistas Ángel Esteban y Yannelys Aparicio.

Provisto de una documentada introducción, donde se recogen y comentan distintas propuestas teóricas sobre el llamado género testimonial, los editores han esclarecido con oportunas notas propias, y otras necesarias acotaciones personales del autor, este texto fundamental en la literatura hispanoamericana del siglo XX, el cual es una muestra de ese "testimonio otro", que ha sido negado por algunas visiones afectas a mirar solo con un ojo, el izquierdo de preferencia, que pretenden apropiarse con exclusividad del género. Precisamente por esto, con sana ironía, los editores abren su "Introducción" con el acápite "El mundo (narrativo) es ancho y ajeno", que reseña distintas opiniones críticas y fija conceptos teóricos necesarios.

Desde 1973, cuando fue publicada por vez primera en  Barcelona por Carlos Barral, han aparecido sucesivas ediciones, pero es en esta donde, por primera vez, el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) devela todas las interrogantes que por diversos motivos —entre ellos, de modo principal, evitarle problemas con la represión a sus testimoniantes— decidió asumir al dar a conocer originalmente este documento literario inscrito por derecho propio como un clásico de la literatura hispanoamericana contemporánea.

Las enigmáticas letras que aparecían en las anteriores impresiones, sustituyendo los nombres de personas con el prudente anonimato, ahora son finalmente resueltas, y ya con eso bastaría para poder afirmar que esta edición constituye, dentro de los méritos de una obra especial, una edición especialísima. Pero sobran razones para apoyar esta aseveración.

Su autor, ahora con 84 años de edad, da cuenta de sus tres y medio apasionantes —y  conflictivos— meses (7 de diciembre de 1970 al 22 de marzo de 1971) en la Cuba de Castro, cumpliendo la delicada misión de ser el Encargado de Negocios enviado por el presidente chileno Salvador Allende a la Isla para reanudar las relaciones entre ambos países, como paso previo al intercambio de embajadores entre ambos países.

Edwards contaba con un viaje anterior a la Isla, en 1968, como jurado del Premio Casa de las Américas, y una amistad que supuso le abriría puertas con los comunistas cubanos: la de Pablo Neruda. Pero ocurrió todo lo contrario. Sin buscarlo, con confesa candidez, se vio sumergido hasta el cuello en las intrigas culturales y políticas de Cuba, para su pesar.

En el caso de Edwards, le corresponde una privilegiada situación como "testimoniante": miembro de la clase alta chilena, siente desde temprano simpatías por las causas de mejoramiento popular que se simplifican con la cómoda etiqueta "de izquierda" y es, de alguna forma, "la oveja negra" de su poderosa familia "de derechas". Además, para colmo, es desde muy joven escritor y amigo cercano de personajes tan contradictorios como Pablo Neruda. Es, pues, un ser predestinado al conflicto.

La decisión del presidente Allende de enviarlo a La Habana lo convierte, sin buscarlo, en un "cronista del poder", ubicado en las entrañas del impenetrable régimen cubano y bajo condiciones hasta un cierto punto privilegiadas, pero también comprometedoras: así dará cuenta de lo que vive, ve y escucha desde la cocina del sistema.

Es, evidentemente, un escritor infiltrado en el poder, un espía curioso y asombrado, aunque ligeramente ingenuo para sus ya 40 años de movida vida. La Cuba de esa época, épica y voluntariosa, con un líder aún juvenil y atarantado, era todavía un espectáculo grandioso y motivador, pero repleto de asechanzas y trampas. El carácter engañosamente ligero, despreocupado y risueño que falsamente proyecta el cubano en su primera impresión, escondía muchas motivaciones inconfesadas y grandes abismos, a los que Edwards sucumbe tan gozosa como irresponsablemente, pagando con puntualidad las consecuencias.

El gran valor literario y documental de esta obra es que retrata desde muy adentro los entresijos del poder, pero también incorpora la visión de la calle, al nivel de la acera, del ambiente cubano en las semanas anteriores al apresamiento del poeta Heberto Padilla, hasta ese momento un  "consentido" del Gobierno, y la confesión —más del régimen que del propio encarcelado— de un cambio sustantivo en la forma descarnada en que el poder se relacionaría con el saber de entonces en adelante, y que llega hasta nuestros días, con leves matices de diferencia acordados tácitamente entre las partes actuantes. El libro es la crónica desconcertada del fin de la luna de miel entre los intelectuales —cubanos y extranjeros— con la "revolución" cubana.

La Casa de las Américas en esa época era la trinchera cultural por excelencia del régimen (mucho más por su proyección internacional que la UNEAC, aldeana, "espesa y municipal"), y algo así como un Ministerio de RelacionesExteriores en paralelo con el oficial. Allí se incuba, germina y se sustenta teóricamente el llamado género testimonial, tan consustancial a la revolución cubana y latinoamericana, como "lo real maravilloso" a la teoría literaria y artística continental, ambas devenidas casi en una política cultural de Estado.

Con su Alfita (así le decía cariñosamente al coche que le facilitaron, el Alfa Romeo que marcaba una situación de status superior en la Cuba de la época[1]), Edwards disfrutó —y padeció— breve pero intensamente unas vivencias que lo marcaron para el resto de su vida. Además de su trato cercano en varias ocasiones con Fidel Castro hubo dos personajes con los cuales tropezó insistentemente: Manuel Piñeiro Losada, "Barbarroja", quien fue el temido creador del aparato de espionaje cubano y preparador de los guerrilleros de muchas nacionalidades que se entrenaban en Cuba para después ser enviados a sus países con la misión de "crear dos, tres, muchos Viet Nam" (como exigía el mensaje guevariano a la Tricontinental), y "Meléndez", quien en realidad era Ernesto Meléndez Bachs, poderoso Jefe de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores cubano en la época de Raúl Roa. Ambos personajes resultarían claves en la estancia cubana de Edwards.

Piñeiro, casado durante muchos años con Marta Harnecker —y con quien procreó una hija— era el "estratega designado" por "El Comandante" para su campaña guerrillera transnacional. Su esposa de entonces, titulada como "teórica marxista", fue mucho más que eso y resultó una formidable activista y movilizadora, pasando "de la teoría a la praxis", y eso continúa haciendo hoy en la Venezuela de Maduro. Fue, por así decirlo, una pareja de pares...

Teniendo en cuenta su formación y compulsando sus circunstancias, el empeño de Edwards en la Cuba vitalista de los años 70, es la crónica de un fracaso anunciado. Lo interesante y trascendente es la forma en que el testimonialista reúne los trozos de su recuerdo y los va enhebrando para brindar un documento vívido y ágil, donde se percibe siempre una latente y opresiva atmósfera de temor y sospechas.

Además de testimonio, la obra de Edward ha sido calificada de muchos modos, pero especialmente perceptiva es la opinión de Christopher Domínguez Michael, quien con buen olfato la denomina como "el arte de la casi novela", por su  indefinición entre el ensayo y la narración, de tal suerte que además de ser una "página de historia" y el "fragmento de un diario íntimo", logra también "pasar por ser una novela".[2]

Es igualmente, supongo, un informe diplomático en tono casi confidencial, escrito por un literato en la antigua tradición de Talleyrand y Metternich. Los editores del volumen resumen el punto afirmando que "podría definirse como novela sin ficción, pero el término 'novela testimonial' parece mucho más adecuado".

Es una expresión de valiente justicia crítica de Ediciones Cátedra incluir en su colección más canónica esta obra tan vapuleada por los exquisitos críticos de la "academia imperante". Como valor agregado, además de ser la primera en contar con un estudio crítico y la corrección completa de variantes y erratas, así como las notas académicas al pie de página que se entrelazan con las del autor, incluye el nuevo prólogo titulado "Cuarenta y tantos años", donde el autor hace el balance de los sucesos a la distancia del tiempo, lo que padeció y la repercusión que tuvo esta aventura en su vida, y lo actualiza hasta la alusión al encuentro de Barack Obama y Raúl Castro en la ciudad de Panamá en abril de este 2015.

También incluye esta edición la carta, hasta ahora inédita, que Guillermo Cabrera Infante le dirige a Jorge Edwards ya desde su exilio londinense, fechada el 4 de febrero de 1974, donde simpáticamente confiesa que al leerlo ha "caído presa de un ataque de paranoia aguda; ya casi se me había olvidado la técnica castrista para curarla: no hay posible delirio de persecución allí donde la persecución es un delirio..."

Lamentablemente, y contra todo posible intento edulcorante de la realidad cubana actual, siguen siendo justas y apropiadas estas palabras a más de 40 años, de lo que pueden "dar testimonio" los valientes opositores disidentes quienes padecen hoy, en las calles y en sus mismas casas, la opresión de un régimen condenado hace rato por la historia.

Además de la de Cabrera Infante, se incluyen cartas al autor de Arthur Miller, Graham Greene y Carlos Prats. De la de Miller, firmada el 23 de junio de 1988, escojo y traduzco unos párrafos:

"I found your book fascinating, especially the picture of Fidel. I must confess that the very idea of one man being the sole of overwhelming authority for everything seems so out-dated, so slightly laughable in its presumptuousness that I felt I was reading some ancient text at times. And that the self-proclaimed architects of the future should support such a nonsense is really awesome at this date. And I guess it makes me angrier than when the Fascists do the same because it is done in the name of human values, the future, science, etc. It is a bit like when the Jews act badly, they who are supposed to be carrying the most ancient of the flames..."

"Its hard to understand why your book found no US publisher, although by this time I suposse it must be too late. I hope it wasn’t due to reverence for F among the editors here."

"Encontré fascinante su libro, especialmente el retrato de Fidel. Debo confesar que la simple idea de que un solo hombre reúna la exclusiva y apabullante autoridad sobre cualquier asunto, me parece tan anticuada y es tan despreciablemente ridícula en su presuntuosidad, que sentí que estaba leyendo algún texto de épocas remotas. Y que los autoproclamados arquitectos del futuro deban aceptar esa estupidez es realmente asombroso en estos tiempos. Y supongo que esto me molesta más porque los fascistas hicieron lo mismo en el nombre de los valores humanos, el futuro, la ciencia, etc... Esto es un poco como los judíos que actuaron mal, pues aceptaron enviar los más viejos a las llamas... Es difícil  entender por qué su libro no ha encontrado editor en EEUU, aunque supongo que ahora quizá ya sea demasiado tarde. Espero que no se deba a la reverencia hacia 'F' [¿Fidel?] entre los editores aquí..."

La ironía final de Miller es muy elocuente. Arthur Miller, sin duda, nunca creyó en los cantos de sirenas provenientes de una soleada islita tropical...

Edwards cierra su prólogo de 2015, declarando: "Me hicieron toda suerte de advertencias en los días de su salida. Me auguraron desgracias que caerían sobre mi casa, sobre mi cabeza y hasta sobre mi sombra. No faltaron los oprobios, sin duda, pero miro las cosas, hoy, y llego a la conclusión de que no me arrepiento de haberlo escrito, y de haberlo publicado a su debido destiempo".

Es algo para agradecer —literaria e históricamente— que Edwards se haya sobrepuesto a su natural temor. Persona non grata es, sin duda, uno de los documentos fundamentales del siglo XX para nuestro universo referencial.

Ya saliendo de estas cuartillas desbordadas, quizá debo ofrecer un leve aporte testimonial  y una mínima precisión para este libro. Menciona Edwards, al reseñar la importante y simbólica visita del buque insignia de la Armada chilena "Esmeralda" a La Habana: "En el despacho del alcalde también nos hablarían de historia, aunque de una etapa menos reciente que la expedición del Granma. Junto al alcalde se hallaba el joven historiador de la ciudad, que lo sabía todo y que despertó gran simpatía en Jobet, en quien apreció la manía histórica común a gran parte de la burguesía y de la pequeña burguesía chilenas...".

El "joven historiador que lo sabía todo", se llamaba Eusebio Leal Spengler. Y el encuentro no fue en el "despacho" de Óscar Fernández Mell, entonces "alcalde" de La Habana, sino en el cascarón semivacío del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, que aún no era el museo que es hoy, y no fue de día, sino en la tarde. El testimonio de estas precisiones proviene de una joven pareja de enamorados —estudiantes de una vecina escuela en la Plaza de Armas— quienes se asomaron a la abierta puerta del edificio, y con la curiosidad temeraria que justifican los escasos 17 años, entraron y encontraron al grupo de oficiales chilenos, rodeando al "joven historiador", que los invitó gentilmente para incorporarse al grupo, en un invernal febrero habanero de 1971, perfumado con todo el aroma salobre de la bahía vecina.

Los jóvenes enamorados tuvieron así, tangencial y fugazmente, un ligero roce con la historia de Persona non grata, sin saberlo. Muy lejos estaba de suponer en aquel momento el entonces muchacho de la pareja, que 44 años después estaría escribiendo esta página.

 

[1] La mayor parte de estos autos fueron comprados por el Gobierno cubano gracias a la mediación de una exmillonaria  residente en la Isla, Laura "Chini" Gómez Tarafa, a cuyo nombre se pusieron las acciones de la firma italiana que en realidad compró el Estado cubano dirigido por Castro. Como parte de un surrealismo tropical en franca expansión, los autos policiales cubanos —así como los de los más altos dirigentes comunistas— eran refinados Alfa Romeo de lujo. Y dos personajes muy destacados de la cultura nacional, recibieron el "obsequio personal del Comandante" en su versión deportiva (con dos plazas): Manolo Ortega (el locutor oficial de los discursos de Fidel Castro) y Enrique González Mantici (director de la Orquesta Sinfónica Nacional). Estos dos autos de  modelos deportivos eran los únicos en toda la Isla de esa marca italiana. Edwards menciona en su testimonio el de Manolo Ortega y sus veloces travesías por la Quinta Avenida de Miramar.

[2] Christopher Domínguez Michael, "Jorge Edwards o el arte de la casi novela", Letras Libres, Ciudad de México, junio de 2012.


Jorge Edwards, Persona non grata (edición de Ángel Esteban y Yannelys Aparicio, Cátedra, Madrid, 2015).

 

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