Desde 1959 el panorama cultural cubano ha estado constantemente salpicado por episodios que pueden visualizarze como si se tratase de un siniestro largometraje: desde la censura del cortometraje PM al cierre de Ediciones El Puente, de las UMAP a la autocrítica de Heberto Padilla. Pasando de la prisión política de Reinaldo Arenas a la Carta de los Diez, con María Elena Cruz Varela y Manuel Díaz Martínez (entre otros firmantes) y la Primavera Negra con la condena a 20 años de prisión de Raúl Rivero junto a un nutrido grupo de pacíficos opositores, hasta el más reciente caso del excelente narrador Ángel Santiesteban Prats.
En el libro El caso PM: Cine, poder y censura de Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas se abordan las causas y circunstancias que llevaron a la prohibición de un sencillo cortometraje de dos jóvenes realizadores (el citado Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante) en la Cuba revolucionaria de 1961; censura gubernamental que dio inicio a toda la represión posterior a lo largo de estas cinco décadas.
El volumen citado comienza con dos aportaciones vitales para el tema, como la reseña cinematográfica "Pasado Meridiano" de Néstor Almendros (publicada originalmente en la revista Bohemia) y el trabajo "En defensa de PM" de Bob Taber, periodista norteamericano de la CBS, que jamás se publicó en Cuba, aunque Guillermo Cabrera Infante lo leyó en unas de sus intervenciones en las reuniones de la Biblioteca Nacional.
Después se suceden una serie de ensayos que tratan dicha problemática, como: "De La fiesta vigilada"de Antonio José Ponte, "El comienzo del fin" de Fausto Canel, "Conversaciones en la Biblioteca" de Orlando Jiménez Leal, "Censura y cine en Cuba: el caso PM" de Emmanuel Vicenot, "Post Mortem" de Néstor Díaz Villegas, "La política de los gestos: la actualidad de PM" de Gerardo Muñoz, "La palabra opresora", de Vicente Echerri, "Lunas de Revolución: Cuba y la izquierda neoyorkina" de Rafael Rojas y "Una noche rigurosamente retratada" de Manuel Zayas.
A estos trabajos le siguen dos entrevistas a Orlando Jiménez Leal: "Revolución y censura: el affaire PM" de Fausto Canel y "Un baile de fantasmas" de Manuel Zayas. El libro concluye con tres aportes significativos: el primero, dos extensos fragmentos de las grabaciones originales de las discusiones sostenidas entre el poder político-cultural (Fidel Castro, Osvaldo Dorticós, Carlos Rafael Rodríguez, Edith García Buchaca, Alfredo Guevara, Carlos Franqui, Guillermo Cabrera Infante, entre otros) y el resto de los asistentes: escritores y artistas cubanos, en junio de 1961 en la Biblioteca Nacional de La Habana. El segundo aporte, el texto íntegro de la Ley 589. (Creación de la Comisión de Estudio y Clarificación de Películas). Y el tercero, el acta de censura de PM.
De todos estos artículos hay que resaltar que los más esclarecedores son los de Antonio José Ponte, Emmanuel Vincenot y Gerardo Muñoz. Por otra parte, más que los interesantes fragmentos de las discusiones de la Biblioteca Nacional echamos de menos una versión íntegra de las mismas, pues es donde, indudablemente, el lector actual puede comprender a cabalidad la problemática planteada y hasta el ambiente entusiasta a favor de la Revolución que se respiraba en esos días en las filas de la intelectualidad cubana (revolucionaria) reunida en esa sede, en contraste con una Cuba ya dividida, con miles de presos políticos, con fusilamientos diarios, con un exilio de cientos de miles de cubanos, con un resistencia urbana organizada en las ciudades, con miles de alzados en cuanta loma había en la Isla y con cientos de miles de familias y ciudadanos de a pie que solo esperaban el dichoso momento de emigrar del país.
Represores y víctimas
Tras finalizar la lectura del libro, surgen dos preguntas inevitables: la primera, ¿cuál es el argumento de ese cortometraje?
Para responder a esta cuestión recurro a la novela Calembour (Pliegos, Madrid, 1988, pg. 150) del escritor cubano César Leante, donde uno de los personajes sintetiza el asunto de PM de esta sencilla manera: "un individuo vive en Regla y viene a divertirse a La Habana un sábado por la noche. Se toma una cerveza o un ron en algún bar de la Avenida del Puerto, se da una vuelta por el Prado y luego coge una guagua para venir a la playa de Marianao. Aquí se mete en el Coney Island, se pone a ver bailar junto a las parejas de Mi Bohío, juega al tiro al blanco y por fin viene aquí, al Chori, donde pasa el resto de la noche. Esta sería la secuencia más larga y la aprovecharía para filmar al Chori: tocando sus botellas, sus sartenes, sacando la lengua y tirándole trompetillas al público, en fin, trataría de captar todo el ambiente que hay aquí. La película terminaría con el individuo regresando a Regla en la lancha que se aleja por la bahía ya casi amaneciendo". Como vemos, la sencillez de la trama debe avergonzar a los mojigatos censores de entonces.
Y una segunda interrogación sería: ¿por qué se prohibió el hoy famoso cortometraje PM, que entonces no era más que un documental de apenas quince minutos, realizado por dos jóvenes artistas que trabajaban en la Isla y que trataba concretamente del ambiente nocturno de determinadas zonas habaneras?
Esta pregunta merece una respuesta contundente: ese documental no tuvo problemas para exhibirse en Cuba, pues se pasó por el espacio "Lunes en Televisión"a toda la nación. Es decir, se exhibió y el gran público nacional pudo verlo en uno de los espacios más populares de esos años. El problema surgió cuando sus jóvenes creadores quisieron mostrar su obra en los pocos cines privados que todavía quedaban en la capital cubana (que serían intervenidos definitivamente en la Ofensiva Revolucionaria) y para ello necesitaban pasar un trámite con la censura estatal. Es en ese papeleo cuando le niegan el permiso, puesto que se topan con Alfredo Guevara al frente del organismo censor.
Este hecho represor, que levantó críticas y preocupaciones entre los escritores y artistas aún fieles a la Revolución, dio paso a una polémica reunión en la Casa de las Américas para discutir sobre dicho documental y es esa asamblea multitudinaria el precedente inmediato de las reuniones posteriores en la Biblioteca Nacional, donde solo asiste una minoría invitada y donde quedaría marcado —después del discurso de Fidel Castro con su totalitario y excluyente "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada"— el destino del oficialismo cultural cubano de las próximas décadas hasta nuestros días.
A esas reuniones en la Biblioteca Nacional se convocan a los escritores y artistas revolucionarios. Los asistentes a dichas sesiones son fervientes y probados militantes, simpatizantes fieles al rumbo que ya había tomado la Revolución, con dos facciones que predominaban, en esos días, como los estalinistas (Alfredo Guevara en el ICAIC y los dirigentes del para entonces desaparecido PSP: Carlos Rafael Rodríguez, Edith García Buchaca y Mirta Aguirre) y los enfants terribles de Lunes de Revolución (Carlos Franqui, Guillermo Cabrera Infante) como máximos dirigentes del periódico Revolución y de su magacín literario, respectivamente.
Otra cosa muy importante a tener en cuenta es que el caso PM se da en 1961, muy poco tiempo después de la invasión de Bahía de Cochinos (Girón) y la proclamación del carácter socialista de la Revolución cubana. Ya se habían promulgado las leyes más revolucionarias, como: la Reforma Agraria (1959), las leyes de nacionalización de empresas (agosto y octubre de 1960), la Ley de Reforma Urbana (1960) hasta la Ley de nacionalización de la enseñanza (1961).
Todos los medios de comunicación: prensa, radio y televisión habían sido incautados por el Estado cubano, salvo el periódico El Mundo (intervenido en 1968). Solo se permitía la oficial CTCR como sindicato obrero y desde mayo de 1961 el país se regía por un incipiente partido único: las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Es decir, Cuba era una sociedad en transformación, donde se había liquidado a la burguesía nacional (sus propiedades intervenidas, sus partidos prohibidos, sus medios de comunicación en manos del nuevo Estado y todo vestigio burgués había desaparecido) y el país se uniformaba ideológica y militarmente, se estatalizaba toda la estructura productiva del país a marcha forzada bajo la dirección de un centralismo y bajo los caprichos de un Jefe Máximo. Un país, Cuba Socialista , que en 1961 esperaba la definitiva invasión yanqui, que jamás se dio. En este sentido, es paradójico que, después de medio siglo de régimen castrista, es Cuba la que ha invadido —demográficamente hablando— a los Estados Unidos con más de dos millones de cubanos desde 1959.
Lo que sí quedó claro después de las reuniones con los intelectuales (revolucionarios) en la habanera Biblioteca Nacional fue que la más alta dirigencia revolucionaria (léase, Fidel Castro) tomó partido por la facción que más le convenía a sus intereses políticos, a su deseo de perpetuarse en el poder: así apoyó a los dirigentes del ex PSP optando por un camino burocratizador y estatalista de la cultura, donde los más críticos fueron absorbidos por el oficialismo recién creado. Carlos Franqui continúo dirigiendo el periódico Revolución hasta 1968 y Cabrera Infante se dedicó a escribir y ocupó una de las vicepresidencias de la nueva Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), aceptando con posterioridad un cargo diplomático en Europa.
De esta forma, se reestructuró el panorama político-cultural cubano al antojo partidista del castrismo sovietizante: se crea la ya mencionada UNEAC, remedo de la soviética, presidida por Nicolás Guillén, con sus revistas oficiales: primero La Gaceta de Cuba y con posterioridad, en 1962, Unión, como órganos de dicha institución.
Sin embargo, unas de las consecuencias de las reuniones de la Biblioteca Nacional, no solo fue el cierre de casi todos los suplementos literarios que existían en ese momento: Lunes de Revolución, HoyDomingo, Arte y Literatura (del periódico Diario Libre), sino que muchos de sus colaboradores fueron destinados al servicio exterior como agregados culturales, desde Guillermo Cabrera Infante, destinado a Bélgica, hasta Pablo Armando Fernández (subdirector de Lunes) y Heberto Padilla, César Leante y Manuel Díaz Martínez; incluso Oscar Hurtado y Roberto Branly, etc. Con las excepciones de Calvert Casey, que optó por el exilio, suicidándose en Roma en 1969 ante el temor que lo deportaran a Cuba, y de Virgilio Piñera, que decidió quedarse en la Isla, viviendo en carne propia el más triste y desolador oscurantismo. Obviamente, ambos marginados por homosexuales.
Si algo nos trasmite la lectura de El caso PM: Cine, poder y censura es que la polvareda levantada por la prohibición inquisitorial del documental PM por parte de Alfredo Guevara, propició que la dirigencia revolucionaria diera su más letal zarpazo a todo sueño libertario que no condujese al más estricto estatismo, a la más vulgar copia del modelo soviético (por ejemplo, la UNEAC) que representaron esos años iniciales de la década de los 60 con la sovietización de la sociedad cubana y la permanencia, en décadas posteriores, de la hegemonía de un partido de pensamiento único bajo la batuta —ahora bipolar— de los hermanos Castro.
Desde un punto de vista cinematográfico, el castrismo se ha convertido en una siniestra e interminable película, donde sus represores siguen siendo los mismos desde 1959, mientras los reprimidos, las víctimas, han ido constantemente en aumento en este medio siglo de sucesivos atropellos de un régimen ya caduco y casi a punto de fenecer —aunque sea biológicamente—, por lo que no debe extrañarnos que al final de la función la represión sea aún más macabra que en sus inicios. Dios quiera que no.
Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas (coordinadores), El caso PM: Cine, poder y censura (Colibrí, Madrid, 2012).