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Urbanismo

Hombres de honor en las calles de La Habana

Entre los monumentos ignorados de la capital cubana, hay dos figuras históricas a rescatar.

Madrid
Monumento a Miguel Coyula, Parque de 19 y 30, Marianao.
Monumento a Miguel Coyula, Parque de 19 y 30, Marianao. Malaletra

Cuando a una persona se le dedica un monumento, el objetivo más poderoso es el de su recordación. El homenaje va implícito, pero la voluntad de no olvidar su historia, su huella, es definitiva. La historia puede ilustrar ejemplos positivos de gente común que invitan a reflexionar e inspiran. Aunque parezca que aquellos inmortalizados en bronce o en piedra pertenecieron a otro mundo, también formaron parte de la ciudad que habitamos, enfrentaron retos y vicisitudes en su día a día; en cambio, su postura ante la adversidad y la voluntad de cambiar las cosas les mereció monumento.

Se conoce que, durante la República, en casi todos los pueblos de Cuba se hicieron esculturas de mambises y personalidades que contribuyeron a la lucha independentista. En los primeros años sus nombres también sustituyeron con afán antiguas nomenclaturas de calles, plazas y avenidas, ocasionando cierto trastorno urbano. Muchos de estos homenajes se hicieron por iniciativa y contribución popular.

En La Habana perviven las esculturas dedicadas a José Martí (1905), Antonio Maceo (1916), Máximo Gómez (1919-35), Emilia de Córdoba (1928), Mariana Grajales (1931), José Miguel Gómez (1936), Quintín Banderas (1953), Bartolomé Masó (1953), Carlos Manuel de Céspedes (1955) y Calixto García (1957). Algunas como la de José Miguel Gómez fueron muy polémicas, por el rechazo que imprimía su trayectoria política, empañados los honores alcanzados en su participación en las tres guerras. Algo similar sucedió con Tomás Estrada Palma y Mario García-Menocal, cuyas imágenes situadas en El Vedado fueron retiradas después de 1959.

Todas estas esculturas han sido muy conocidas y forman parte sustancial de su entorno, donde suelen constituir el elemento de mayor realce. No obstante, algunas fueron criticadas por su concepción artística, como la de Quintín Banderas del escultor Florencio Gelabert, situada en 1948 en el Parque Trillo. A este artista dedicó Gastón Baquero una carta abierta en Diario de la Marina, tres meses después de la inauguración, pidiéndole retirara personalmente la obra por considerarla muy desfavorecida. Entendía el poeta que Banderas merecía una representación más adecuada que no trasmitía aquella especie de "monigote". Entonces desde el respeto, se opinaba en la prensa sobre cualquier intervención urbana, a veces con efecto reparador. La actual escultura de Banderas del parque Trillo no es aquella, sino otra inaugurada en 1953. Algo similar debería ocurrir con la de Camilo Cienfuegos de la Plaza de la Revolución.  

En La Habana existieron otras dos personalidades nunca más mencionadas, cuyos monumentos llaman a rescatar su memoria. Ambos encarnaron en su más alto grado los conceptos de honor, integridad y civismo, y así lo manifestaron en su vida personal y como funcionarios públicos.

El primero de ellos, Miguel Coyula Llaguno (1876-1948), también fue mambí. Siendo adolescente se incorporó a la Guerra de 1895, donde alcanzó el grado de comandante. Luchó junto a las fuerzas de José Maceo y bajo las órdenes de Calixto García y Mario García-Menocal. En la manigua inició la carrera de Periodismo, profesión que desarrolló a lo largo de toda su vida. De procedencia humilde, este periodista autodidacta creyó en el poder de la palabra y en el valor de la prensa para comunicar la verdad. Según afirmó su nieto, el arquitecto Mario Coyula quien le dedicó un valioso texto biográfico, Miguel "nunca dudó en atacar públicamente lo que consideraba equivocado, especialmente cuando veía tras ello intereses mezquinos, pero lo hacía sin ofender, amparado en la fuerza de sus ideas y de su autoridad moral". Entre sus reclamos más sonados estuvo la carta abierta publicada en 1933 en Bohemia, donde pedía la renuncia del presidente de la República Gerardo Machado.

Su prestigio como periodista le llevó a presidir los congresos cubano y panamericano celebrados en Cuba en 1941 y 1943; y a ser electo presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa en 1943. Tras la guerra ocupó algunos cargos políticos. Fue director general de Comunicaciones durante el Gobierno de Estrada Palma; representante de la Cámara en 1905, 1911, 1915 y 1919, y su presidente en 1917. También presidió varias veces la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución de 1940. Fue muy respetado por su recta honestidad y sentido de la justicia, conocido por no cesar a los empleados de partidos contrarios y por rechazar continuamente prebendas y pensiones vitalicias.

Su nieto resumió en pocas palabras el carácter de este hombre íntegro y modelo moral de funcionario público: "Coyula fue un ejemplo siempre válido de que aún en el medio menos propicio una persona puede vivir con dignidad y, sin alardes demagógicos, ganar incluso el respeto de sus oponentes políticos. Tres años de peligros y penalidades en la manigua se engrandecieron con medio siglo de resistir tentaciones en la paz que él ayudó a conquistar, y en la que tantos otros mancharon antiguas glorias de guerras o ideales de juventud".

Coyula supo de manera magistral conciliar su trabajo como periodista y político, contribuyendo desde ambos espacios al progreso social. Por ello un espontáneo duelo multitudinario le acompañó desde el Capitolio hasta el cementerio. El 23 de noviembre, día de su muerte, fue declarado Día de la Probidad y celebrado hasta 1959. Su nombre fue dado a la Calle 19, en Playa (hasta 1957), y a la vía que une la Calzada de Guanabacoa con la de Santa María del Rosario. También nombra el Parque de 19 y 30, donde el Club de Leones de Marianao le dedicó en 1949 un monumento. En 1941, los Leones le habían conferido el título de "Ciudadano ejemplar".

Lamentablemente, este monumento fue durante años vandalizado, perdió las inscripciones de bronce y la máscara mortuoria. En 2012, fue restaurado y un busto suyo incorporado por gestiones realizadas por su nieto arquitecto. En el Parque Guaicanamar, de su Regla natal, tiene otro busto en mármol erigido durante la República por contribución ciudadana. Hubo un tercer busto suyo en el vestíbulo del periódico El Mundo, y una tarja de bronce en el hemiciclo de la Cámara de Representantes del Capitolio Nacional, ambos elementos han desaparecido.

La segunda figura a rescatar de los monumentos ignorados de La Habana es quien fuera su alcalde en 1946, Manuel Fernández Supervielle (1894-1947). De familia pobre, logró con esfuerzo titularse abogado y desarrollar una carrera exitosa. En 1937, fue nombrado presidente del Colegio de Abogados de La Habana y en 1940 de la Federación Interamericana de Abogados. Era muy respetado por su honradez, ética inquebrantable y severa disciplina, atributos que consideraba debían acompañar su oficio. En su discurso de toma de posesión de la Presidencia del Colegio manifestó: "Abogado no es, en suma, todo el que viste toga, sino el que la viste con dignidad, con honor y con decoro, con amor a la justicia y con respeto a la clase a que pertenece".

Entre otros cargos importantes fue miembro de la Cámara de Representantes y ministro de Hacienda en 1944, durante el Gobierno de Ramón Grau. A este último trabajo renunció para asumir la alcaldía de La Habana, convirtiéndose en el político más importante de la capital. Para ella prometió resolver la escasez de agua con la ampliación del Acueducto de Albear. Sin embargo, el proyecto no podía acometerse de manera inmediata y no contaba con el apoyo del Gobierno nacional. Abrumado ante esta realidad que sobrepasaba sus esfuerzos y le llevaba a incumplir su principal promesa electoral, se suicidó.

Aunque su respuesta fue extrema, expresa el altísimo grado de compromiso que consideraba tener como cabeza del Gobierno municipal para con sus conciudadanos. En su nota de suicidio escribió: "Me privo de la vida porque a pesar de los esfuerzos que he realizado por resolver el problema del agua en La Habana, por múltiples inconvenientes y obstáculos que se me presentaron, me ha sido imposible, lo que implica para mí un fracaso político y el incumplimiento de la palabra que di al pueblo".

Así, asumiendo toda la responsabilidad, se despidió y La Habana le rindió homenaje con un gran sepelio. Tiene Supervielle desde 1951 un monumento en el parquecito de Monserrate y San Juan de Dios, que lamentablemente ignoramos e irreverentemente permanece sin agua.

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1 comentario

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Si los manganzones panzudos de guayaberas y guerreras verdeolivos tuviesen el honor de estos ilustres cubanos la isla no estuviera así.Es más si tuviesen coj....para suicidarse cuando no pudieron cumplir sus vacías promesas .Imagínense los apagones,la termonuclear de Cienfuegos,Zafra de los 10 Millones,Ríos de Leche y abundancia de carne el " oro rojo" .Si le sumamos que la isla sería un país desarrollado después del triunfo del susodicho " profeta" ya saben ....