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Crítica

'Hasta donde cabe aspirar a perennidad': Gastón Baquero le escribe a Lydia Cabrera

'Estos veinte años de madrileñización no me han enfriado la criolledad, al extremo de que me siento montuno, con arique y todo', confiesa Baquero a Cabrera en una carta.

La Habana
Gastón Baquero.
Gastón Baquero. El Mundo

En su examen precedente a un libro de cartas famosas escogidas, Alfonso Reyes escribió: "La carta clásica, para serlo de veras, había de venir sollamada en el diario trato y hasta sazonada con indiscreciones y sátiras, confidencias y otros picantes y especias de la humana frecuentación, sin duda por aquello de que el papel no se pone colorado".

Y es que la cuestión inquieta hoy tanto a quien recibe una misiva como el que debe escribirla. De extremo a extremo: entre la sorpresa y la pereza queda descubierta la situación actual de la correspondencia, redactada antaño de puño y letra o en la ya relevada máquina de escribir. ¿Convendría entonces declarar la muerte epistolar? No, eso es una exageración porque la hechura de cartas no ha quedado en el olvido. Que algunos confundan los términos de remitente y destinatario es una falta lamentable que, sin embargo, no afecta la esencia de cuanto se persigue: comunicar o al menos declarar un diálogo cruzado.

Cuando leemos más de una correspondencia entre un mismo remitente y varios destinatarios, pueden aparecer pormenores interesantes que aportan una visión más completa del autor de cartas. María Zambrano, por ejemplo, no solo tuvo tiempo para escribir sobre el hombre y lo divino y esos otros aportes conceptuales en torno a la aurora, las ruinas, los ínferos, la razón poética… Encontramos, como es de esperarse, una belleza de escritura y una hondura de su pensar en la correspondencia que sostuvo con José Lezama Lima, como por ejemplo en la fechada el 23 de octubre de 1973 en La Pièce:

"Y así, se me figura que este mar de silencio vivificante, donde la palabra al fin renace, sea el antídoto o más bien la contrapartida de estas insalvables distancias físicas que la inmisericorde diáspora mantiene. Todos andan en ella, aun los que habitan en una misma ciudad. Pienso ahora en Roma, en otros tiempos tan comunicante. Renuncié a vivir allí, en aquella jaulita suspendida entre cielo y tierra traspasada de luz maravillosa".

Ahora bien, la filósofa andaluza también tuvo que escribir sobre lo más inmediato del diario vivir. Y así la encontramos, antes de redactar la misiva a Lezama, escribiendo un tanto angustiada y más externa en La Pièce, con fecha 20 de septiembre de 1973, en una carta enviada a su amiga la venezolana Reyna Rivas. Se lee:

"Estoy aquí en la choza asistida de inmediato por Mariano hermano de Rafael y por él mismo que vive a unos km con su mujer. Son muy buenos mas, mi situación en principio imposible, por muy posible que se haga es difícil, llena de cuidados y de temores. Me han diagnosticado una artrosis, ya sabes… siento lo de tu brazo. Mas tú no estás como yo, ni Dios lo quiera".

Atendamos las fechas: casi un mes de diferencia, lo cual permite una proximidad a una Zambrano más complicada, al paso que menos exuberante en la expresión. Ello sugiere cómo el tema, la escritura y el tono cambian según los intereses intelectuales y más comunes de la autora española. Sin dejar de ser ella, con Lezama concibe estas cartas introspectivas y, sobre todo, literarias; con Reyna Rivas muestra una familiaridad más mundana.

Las cartas donde el remitente impera tienen que revestirse de una seducción no amparada en nombre y obra, sino por cuanto confiesan. En principio, el protagonismo solo se complementa cuando el lector alcanza a imaginar (tiene que intentarlo casi todo el tiempo) no la posibilidad del destinario, sea real o ficticio, por encima de su reacción, sino que este merezca el contenido de cuanto se ha escrito. Solo es carta de triunfo "una carta" si logra seducir al destinario/lector. ¿Cómo asumirlo mejor? Imaginemos que el remitente sea Gastón Baquero (1914-1997) y, uno como lector, nada menos que Lydia Cabrera (1899-1991).

Siguiendo a Reyes, "la verdad es que hoy, a fuerza de ensanches y eclecticismo, puede haber y hay cartas importantes y dignas de recordación — ¡y cuántas cosas importantes se siguen diciendo en cartas privadas, semiprivadas y públicas!—, pero ya no hay, específicamente, género epistolar, o solo queda en supervivencias". De ahí que la publicación de una correspondencia entre escritores que tuvieron intereses intelectuales e itinerarios vitales a ratos bastante afines, pero que, en una misma época, concibieran obras tan diferentes, llamará casi siempre la atención. Pues, ante la dispersión y el probable olvido a que hubiera sido condenada una correspondencia de cierta magnitud, es de supervivencia provechosa la aparición de un libro como Cartas a Lydia Cabrera, de Gastón Baquero.

Acceder a un género que rivaliza con los desplazamientos y extroversiones del sujeto tiene sus encantos. Busca la curiosidad en una carta ajena de cualquier escritor la variabilidad de más de una emoción. Porque las decisiones principian primero por emociones y continúan mediadas por ellas. Queremos entender mejor al autor desde el conocimiento del hombre y una época que no regresarán. Mas la lectura de cartas evoca y convoca una época que pudiera exponer, cuando no sugerir, por qué al presente determinadas cosas son de un modo y no de otro. De ello depende con frecuencia entender los gustos y disgustos que manifiesta Gastón Baquero con lo que recomienda en una de estas cartas: cerebro y pasión.

"Estos veinte años de madrileñización no me han enfriado la criolledad, al extremo de que me siento montuno, con arique y todo", le confiesa Baquero a Cabrera cuando ya le ha planteado algunas de sus mortificaciones en (y desde) España, como "la perversidad de Carpentier llamada Consagración de la primavera. Es el libro que Castro le venía exigiendo desde hace mucho tiempo para considerarlo integrado"; como esas reuniones de disidentes a las que no deseaba asistir porque él no lo era. Se consideraba un desterrado. Disidente era Carlos Franqui, asevera. En otro momento le aconseja a la autora de Cuentos negros de Cuba tener mucho cuidado con el "cachorrito de serpiente" que era Lorenzo García Vega.

A propósito de cómo algunos llevan el destierro, Baquero puede ser muy sincero y duro como, cuando si lo estuviera diciendo hoy, escribe: "Ahora andan sueltos por ahí y por aquí, y por todas partes, algunos cubanitos comemierdas que dicen no sentir la patria, ni importarles nada su destrucción y su pena. Yo creo que adoptan esa pose, no por la cursilería de hacerse los europeos o los norteamericanos, sino porque les falta el valor de amar a Cuba, de querer a la patria, y estar lejos de ella. Para no sufrir, fingen no amar, no sentir nostalgia, ni echar de menos las raíces. Han hecho de la expatriación una despatriación, para que no les duela la diáspora, porque su egoísmo, su frivolidad y su hedonismo de quincallería les exige quitarse del corazón todo lo que pueda llevarlos al santo insomnio de Cuba".

Pero estas no son cartas donde priman los resquemores y recelos. Comprenden un periodo muy atendible: 1978-1991. Ella ha escrito ya casi toda su obra. Baquero se refiere al proceso de adaptación en España. Escribirá Magias e invenciones, Poemas invisibles, Indios, blancos y negros en el caldero de América, Acercamiento a Dulce María Loynaz, La fuente inagotable… A veces no desea redactar cartas y, cuando siente que Lydia Cabrera le pudiera reclamar, le asegura que si no le escribe, es porque no lo está haciendo con nadie más.

Baquero celebra la obra de la también exiliada antropóloga cubana y le agradece además haber nacido un 20 de mayo. De hecho, en carta de mayo de 1982 le dice: "Lo escrito queda, y puede ser perenne, hasta donde cabe aspirar a perennidad para las acciones humanas. Lo que escribamos de ti, lo escribimos e imprimimos de la cubanía perfecta. (Iba a decir, no de ti, sino sobre ti, pero me avisé a tiempo de que escribir o imprimir sobre ti, sería como anunciarte que vamos a hacerte un tatuaje, ¡y a no ser que se tratase de una palma real pintada por Botticelli, no veo cuál otro tatuaje sería propio de ti!). Por mucho que digamos en alabanza de quien como tú dedicó y dedica su vida a enseñarnos a identificar y a amar las raíces, no devolvemos ni la milésima parte de lo que nos tienes dado".

Como cabe suponer, se advierte en Cartas a Lydia Cabrera una evocación constante de un pasado que, pese a sus personajes y hechos oscuros, tuvo grandes momentos para la cultura nacional que no se concentraron solamente en los aportes de instituciones notables como la Sociedad Hispano-Cubana de Cultura, Pro-Arte Musical, el Grupo de Renovación Musical, el Ateneo de La Habana o la fundación del Ballet Alicia Alonso. No son pocos los aportes de la República al país, aun cuando luego quiso aplicarse la política maquiavélica del borrón y cuenta nueva. Estos textos de Baquero evocan buenos momentos de la República, con su variedad de proyecciones.

Amén de los libros de Cabrera, Baquero le cuenta de otros; Baquero habla de la ciudad que extraña y la que por entonces vive; Baquero habla de religión y de bolita, de remedios caseros y comida, alude al cine… Aunque a veces siente pesadumbre por decisiones que no le queda más remedio que tomar, como cuando habla de la venta de algunos de sus libros y de una "pensión totalmente tercermundista" por su inminente retiro, en otras es ocurrente y jocoso: "Calladas Damas de las Floridas Playas: ¿pero qué es de ustedes? Llevo siglos que solo me toca a la puerta algún rumor, alguna mención desvaída, algún conato de revolico (o rebolico, que no sé bien cómo debe escribirse), pero directo de ustedes, ni un sopapo".

Junto a diarios y libros de viajes, memorias y autobiografías —escrituras todas de la intimidad—, el trayecto de las cartas ha sido extenso e intenso durante la historia de la especie humana, máxime cuando, además de aprender a hablar y a escribir, se comprendió muy rápido la necesidad de anotar la intención, el mandato, el reclamo y las creencias personales. El escritor ecuatoriano Benjamín Carrión calificó al arte de escribir cartas como "modo excepcional de desnudar el alma". Según su criterio, el género epistolar es más vivo, agudo y sincero que la memoria, la confesión y la autobiografía. A su favor tiene —dice el también político, diplomático y promotor cultural— el no querer erigirse un monumento a sí mismo.

Con el apoyo de los sensatos grafólogos, interesan también las circunstancias alusivas al contexto donde fue escrita la carta: lenguaje y costumbres, noticias y espíritu epocal, procesos culturales; no importa si de clase alta, media o baja. Es el ser humano dándose en el dicho y el hecho; expresando y sugiriendo desde su interior, mediado por situaciones particulares de su nación y el mundo. He ahí el valor ontológico y antropológico de esa suerte de papel escrito que, por supuesto, tiene sus peculiaridades según su escritura, finalidad, temáticas y personas implicadas en la correspondencia. En principio y en rigor, es información y temperamento, razón y sentimiento, cuanto se da y se obtiene a través de las cartas. "Me despido sin más a la criolla, de ti, guajira profunda, capaz de hablar lo mismo con Rudyard Kipling que con Tata Cuñengue: ¡hasta pronto, hasta lueguito, hasta siempre, Lidia!"

Por su importancia para el presente, por su compromiso con el pasado y ya con el futuro de Cuba, se agradece esta bella y entrañable correspondencia de Gastón Baquero a Lydia Cabrera. Enhorabuena por el prólogo sobrio, elegante y razonado de Ernesto Hernández Busto; enhorabuena por enriquecer nuevamente su catálogo Betania.


Gastón Baquero, Cartas a Lydia Cabrera (prólogo y edición de Ernesto Hernández Busto, Editorial Betania, Madrid, 2024). 

La edición digital de este libro puede descargarse gratuitamente en el blog de la editorial Betania.

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1 comentario

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Enhorabuena de que podamos contar con críticos del talento y rigor exegético de Daniel Céspedes Góngora. Que por cierto sobrevive en Cuba, lo que implica un esfuerzo mayor para dedicarse a la literatura, para dedicarse a cualquier cosa.