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Crítica

Soñar en la tierra de las sirenas

'Las sirenas y sus ancestros' restablece la jerarquía de un aventurero intelectual de la exquisitez de Norman Douglas.

La Habana
Ulises y las sirenas en una cerámica ática, siglo V AC, Museo Británico.
Ulises y las sirenas en una cerámica ática, siglo V AC, Museo Británico. Wikipedia

El descender a los infiernos no mostraba nada halagüeño. Pero se imponía el sacrificio en el reino de Hades. Era inevitable consultar a Tiresias. Odiseo racionó toda la sangre de las ovejas sacrificadas y el adivino tebano le vaticinó el regreso. Pero sería un prolongado y duro regreso. Le aseguró. Afligido, el más astuto y atrevido de los héroes griegos, comenzaba a tener conciencia de los desatinos de sus excesos como hombre. Mas, si había decidido escuchar las palabras de un alma ciega pero iluminadora, significaba entonces que, sin dejarse bajar los humos del todo, comprendía —ya que era imperioso—, si no pactar jovialmente con los dioses, al menos reconocer la supremacía de ellos.

Al regresar al mar junto a sus hombres, Odiseo sabía que se iba a enfrentar a las sirenas, aquellos híbridos mujeres/pájaros de cantos seductores y destinos perversos: "las que cantan las melodías de los infiernos", como dijera Sófocles.

En el Canto XII el héroe viajero ya estaba avisado por la bruja Circe. Ella le aconsejó que todos se cubrieran sus oídos con tapones de cera. Solo Odiseo desobedeció porque quería escuchar y sobrevivir al misterio. Se dispuso a asumir el riesgo, aunque esta vez asistido por dos de sus hombres (Eurilocos y Perimedes). Sería atado tres veces con cuerdas: manos y pies y muy vertical en cubierta. No solo quería escuchar bien, sino erguirse en el propio mástil para reparar en la visita siniestra. Si hubiera posibilidad de que los amarres se aflojaran, los ya referidos navegantes debían asegurar las ligaduras. Fue el único mortal que, sin morir, escuchó los gritos-cantos de las sirenas. (El único mortal de su embarcación. Alfonso Reyes recuerda a los buscadores del vellocino de oro y cómo el "Argo", asistido por Tetis y las demás Nereidas, pudo navegar sin contratiempos.) Por tamaña experiencia, ¿esperaba alcanzar otra suerte de sabiduría?

En una de las cerámicas áticas del Museo Británico se observan seis hombres maduros que acompañan a Odiseo. No se supone, ni por lo que representan sus barbas —símbolo de sabiduría—, sean tan inteligentes como él. Odiseo, amarrado, levanta el mentón. Dos de ellos se fijan en lo expuesto que está su señor. Él mira a una de las tres sirenas. ¿Serán las tres hermanas que se ahogaron por amor a quien no lograron seducir? La iconografía del vaso acaso responda a un proceso inverso a la écfrasis. Pues la escritura de La Odisea es previa. La imagen reproduce lo que cuenta Homero. El suceso es vuelto a recrear con una belleza inigualable por Paul Quignard en el "Quinto tratado: El canto de las sirenas" de su libro El odio a la música.

Al presentar su Ulises y las sirenas (1891), el pintor británico John William Waterhouse se había inspirado en el dibujo de la vasija griega. Su obra causó revuelo porque la sirena tradicional era la mermaid y ya no la siren. No obstante, el artista prerrafaelita, haciendo concesión con la costumbre occidental más aceptada, también pintó damas jóvenes con cola de pez.

Pero, ¿cuándo es que la mujer con cuerpo de pájaro y con orígenes en el ba egipcio, parecida a la harpía y de la misma estirpe de la esfinge tebana del acertijo alegórico, abandonó las plumas y se zambulló en las aguas marinas? Quignard recuerda: "El ba de los antiguos egipcios está muy cerca de la psyché de los antiguos griegos. En realidad, los alfareros griegos copiaron meticulosamente el ba pájaro de cabeza humana y manos humanas para bosquejar en sus vasijas a las Sirenas tentando a Ulises".  Y recuerda Alfonso Reyes: "Así como la Sirena muere o debe suicidarse si alguien resiste a sus seducciones, así la Esfinge, desmoralizada, desapareció para siempre o se desgarró a sí misma, o bien se dio muerte despeñándose barranca abajo, o acaso fue traspasada por la lanza de Edipo".

El turco Libanio, amigo del emperador Juliano, el Apóstata, recuerda que habían nacido de la sangre de Aquelao cuando fue herido por Heracles. Para algunos antiguos, dice Károly Kerényi, Tritón era padre de estas criaturas. Pero es Walter F. Otto, uno de los primeros de la contemporaneidad en recordar el origen de la trasformación de estos seres de vuelo en otros de inmersiones. Escribe: "Allí se elevaba en el templo de Hera una antigua imagen de la diosa, obra de Pythodoros, la que de una mano conducía a las Sirenas. Hera, así se dice, había dispuesto que las Sirenas compitieran con las Musas y que estas, victoriosas, deben haberse tejido las coronas con las plumas que arrancaron de las Sirenas".

Pero Norman Douglas, ese asimilador delicado de la mitología grecolatina nacido antes que F. Otto, supo decirlo mejor. Era tan hechicero como Addington Symonds e igual de seductor que Roberto Calasso con sus Bodas de Cadmo y Harmonia. Eso sí, más interesante —como recuerda Richard Aldington— que Jacob Burckhardt.

Douglas escribe en Las sirenas y sus ancestros: "Eustaquio ya ha explicado cómo obtuvieron sus plumas: solían ser doncellas como cualquier otra ninfa o náyade, pero Venus, ofendida por su persistente castidad, las transformó en aves. Exactamente el tipo de venganza que la Venus de los gramáticos habría elegido".

Parece casi seguro que fue a partir de la Edad Media (entre los siglos XI y XII) cuando la mujer con cola de pez empezó a imperar en la iconografía occidental.

Así como la ubicación de Ítaca no se ha localizado con certeza, de similar pesadumbre sucede con la llamada Isla de las Sirenas. Se ha querido especular  que vivían en una del Mediterráneo, muy cerca de Sorrento, en la costa de la Italia meridional. Particularmente se alude a Capri, donde por cierto, el escritor británico de ascendencia escocesa y austriaca Norman Douglas se estableció en sus últimos años hasta morir en 1952.

Los tres primeros capítulos de Siren Land (1911), que publica ahora Casa Vacía con el título Las sirenas y sus ancestros, restablece la jerarquía de un aventurero intelectual de la exquisitez de Norman Douglas. Tal vez él no sea una literatura como Borges o Eco. Pero hizo de algunos temas prolongaciones de mundos ya demasiado fragmentarios y casi deshechos por lejanos. Desde lo borrascoso y cuanto parece perdido, Douglas es capaz de modular formas con arriesgada pero efectiva voluntad de composición temática. El enfoque de sus imágenes es tan (o más) atractivo que los registros de un arqueólogo —¿Se interesó en sus viajes por la arqueología? — En efecto.

Renovador de contextos, su prosa ensayística excluye los límites: parte de la realidad al tomar un dato exacto, pero al instante se percata que es banal si no lo secunda el intelecto relacionante. Así, apropiándose de archivos y cuantos referentes de la imaginación estén a su alcance, comparte la riqueza de un pasado como si se tratara de vivencias coetáneas.

Léase el párrafo inicial de Las sirenas y sus ancestros: "El emperador Tiberio sorprendió a sus gramáticos con esta pregunta: '¿Qué cantos entonaban las sirenas?'. Sospecho que él sabía más de este tema que sus filólogos, pues toda su vida fue un apasionado de estas criaturas, aunque el destino no le permitió disfrutar de su fascinación hasta los últimos años, cuando se retiró al rocoso islote de Capri —entre sirenas—. Los gramáticos, si fueron prudentes, lo habrán remitido a Homero, quien conservó una parte de aquellos cantos".

Hay una ocurrencia de cuerpo temático y argumentativo en Las sirenas y sus ancestros, donde el en torno a es tan interesante como el tema central, que recuerdan a Llamadme Ismael, de Charles Olson; Iconografía romántica del mar, de Auden; Monólogos de la bella durmiente, de Miguel Morey; Quevedo, de Fina García Marruz… A ratos pareciera que los autores se alejan de lo principal. Pero lo que hacen es arrimar lo insospechado, eso que supone desvío y, en rigor, no lo es porque complementa. Maestros al respecto son también José Lezama Lima y María Zambrano. Especialmente ellos.

Más de 30 años después de que Douglas escribiera Siren Land (1911), el gran escritor mexicano Alfonso Reyes publica Junta de sombras, uno de sus mejores volúmenes ensayísticos que evoca la fusión genérica de Las sirenas y sus ancestros. Ahí campea "Hipótesis de Agatón", texto que cada cierto tiempo merece una relectura. Al pensar que podría destacar por un deleite muy personal de este lector, se encuentra en la correspondencia Alfonso Reyes-Octavio Paz lo siguiente: "No le he dado aún las gracias por su luminosa Junta de sombras. ¿Qué decirle sino que entre todos esos fantasmas el que me parece más real, más cercano a nuestro ser, es el de Agatón? Ese texto —al mismo tiempo cuento psicológico, crítica literaria, cuento fantástico y 'conciencia histórica'— es una pequeña obra maestra".

¿Qué es en realidad Las sirenas y sus ancestros? Mitología, examen geográfico, sensibilidad medioambiental, relato de viaje, bibliografía comparada, credo estético, fe de vida, historia cultural de Capri…

Norman Douglas avisa: "A muchos de nosotros nos vendría bien 'mediterranizarnos' por una temporada, para avivar esas raíces éticas de las que ha surgido gran parte de lo mejor de nuestra naturaleza. Soñar en la tierra de las sirenas, persiguiendo estados de ánimo y recuerdos que cambian como sombras en un camino forestal en junio; pasear entre las colinas y llenar la mente de nuevas imágenes sobre las cuales reflexionar, desechando sin dolor las viejas malezas del pensamiento; es un antídoto contra muchos males. En la tierra de las sirenas hay reposo; no existen esas masificaciones delirantes en las que ciertos mortales, incapaces de sostenerse por sí mismos, se apoyan unos en otros para alcanzar una precaria estabilidad momentánea".

Hacia las páginas finales, Norman Douglas también recomienda: "el catálogo ideal de una región como esta debe ser elaborado con amore…". ¿Las sirenas y sus ancestros? Ensayo que merece incluso leerse en alta voz.


Norman Douglas, Las sirenas y sus ancestros (prólogo y traducción de Pablo de Cuba Soria, Editorial Casa Vacía, Richmond, 2024)

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