Me siento bajo el sol a beber tarde,
a comer rodajitas de blando atardecer,
rodajitas finales de este domingo triste,
triste como todos los domingos,
y más los domingos tristes del verano.
La campana vacía de la tarde
se llena de fantasmas silenciosos:
vuelve la compañía mejor del solitario,
que es la memoria barrida de arriba a abajo,
lavada, planchada, limpiecita,
por la callada escoba de la muerte.
Julia, si quisieras ponerle un botón a esta camisa,
o un reborde de nácar a esta solapa,
porque esta noche
puede que regrese trayendo un clavel,
o quizás traiga otro puñadito de lágrimas
absolutamente cristalizadas ya,
en el revés de la manga.
Julia, no me dejes aquí:
llévame a tus terrazas llenas de geranios,
llévame al quitasol de estar bien muerto,
porque vendrá el verano otra vez,
y tendré que sentarme yo solo,
yo solo conmigo solo,
a beberme en largos tragos la tarde,
toda la tarde yo solamente solo,
con esta camisa tan sucia, sin botones,
con esta camisa,
vieja y destartalada
como el ataúd de un ajusticiado.
Gastón Baquero nació en Banes o en La Habana, en 1914. Es autor de varios libros de poemas, entre ellos: Poemas (1942), Saúl sobre la espada (1942), Memorial de un testigo (1966), Magia e invenciones (1984) y Poemas invisibles (1991). Sus artículos periodísticos y ensayos han sido recogidos en varios volúmenes. Murió en Madrid el 15 de mayo de 1997. La editorial Betania acaba de publicar una antología de sus poemas: Gastón Baquero, lo que no se ve, seleccionada y prologada por León de la Hoz, con un epílogo de Felipe Lázaro.