Dentro de lo proyectado en la nueva edición de la Bienal de La Habana, que tuvo su arrancada el pasado 15 de noviembre y se mantendrá a la vista del público hasta el 28 de febrero del próximo año, tres muestra ocupan espacios privilegiados en el Museo Nacional de Bellas Artes. Y son tres exposiciones protagonizadas por mujeres, entre las cuales aparecen nombres reconocidos y aún en activo, así como otras que regresan a la visibilidad, saliendo de un olvido que las opacaba, en lo que deviene un merecido acto de justicia.
Rocío García, Glenda León, y un conjunto de nombres que aportaron desde lo femenino empeños de interés a la oleada del abstraccionismo en Cuba son las que han tomado esos espacios, y vale la visita para comprobar de qué manera, por encima de formatos, tendencias o estilos, sus propuestas coexisten a favor de una mirada mucho más intencionada a favor de lo que estas artistas han ido sumando durante varios años.
Los vaivenes de la historia es el título de la muestra que apuesta por cubrir el vacío que durante mucho tiempo pareció obrar sobre la presencia de mujeres en la accidentada historia del abstraccionismo en Cuba. El movimiento, que tuvo su arrancada y auge en la década de los 50 del pasado siglo, y al cual se integraron los artistas del Grupo Los Once y el de los Diez Pintores Concretos caería en desgracia tras el triunfo revolucionario, y vale recordar las reclamaciones que Juan Marinello hizo a estos artistas en un ensayo que luego se publicaría muchas veces, con sus demandas a priorizar una expresión más en sintonía con los "nuevos" postulados.
La imposición de una lectura cercana a los extremos del realismo socialista desplazó a estos creadores, a los cuales se han ido dedicando retrospectivas y exposiciones que, como es este caso, operan como un acto de restitución. De ahí el título de la muestra, como un replanteo de esos "vaivenes" históricos y que se suma en esa línea de rescate más amplio a otras como La otra realidad, abierta en el mismo museo en 2011, o El grito silencioso, expuesta en la ArtSpace Virginia Miller Gallery de Coral Gables en 2013.
Mirta Cerra, Caridad Ramírez, Carmen Herrera, Zilia Sánchez, Gina Pellón, y por supuesto, Loló Soldevilla, son las que aparecen en esta muestra, con la última de ellas ocupando una zona mayor, reconociéndola como una figura a la que el propio museo ha otorgado siempre una visibilidad más notable en ese conjunto.
Discreta, al tiempo que acertada y útil, la curaduría propone repasar sus lienzos, sus esculturas, y de este modo, así sea como reconocimiento que llega retrasado, funciona como un reclamo a la concepción con la cual se ha establecido un mapa de referencias acerca de la historia de las artes visuales en nuestro país que debiera dilatarse hacia esos puntos no tan frecuentados, incluyendo, de paso, un reajuste en la museografía que intenta al fin recuperar obras y presencias.
El impacto de las exposiciones y subastas donde Carmen Herrera (1915-2022) se ha alzado como una creadora revalorizada en el mercado y los análisis de la crítica, es parte de una oleada de revalorizaciones acerca del abstraccionismo cubano que sin duda aún puede aportarnos otras sorpresas. Bajo la curaduría de Roberto Cobas y Yahíma Marina Rodríguez, Los vaivenes… nos devuelve no solo los perfiles y datos necesarios para una recuperación más a fondo de estas pintoras, sino que apunta, además, otras estrategias ya impostergables para que se restituyan, por encima del olvido y el silencio, otros gestos y presencias dentro del horizonte de lo que preserva el Museo Nacional de Bellas Artes, a la espera aún de que algún día tenga La Habana su propio Museo de Arte Cubano Contemporáneo, tantas veces prometido.
Rocío García y Glenda León
Como un aparente punto intermedio entre esta muestra y la propuesta que a manera de retrospectiva concibió Rocío García bajo el título de Delirium Tremens, quien recorra las salas de esta institución no debería dejar de ver lo que Glenda León propone mediante una instalación de cinco videos breves que se muestran como fragmentos sincronizados alrededor de un concepto preciso y sin dudas eficaz.
El paso del tiempo, la fugacidad de la vida, la permanencia de la naturaleza y sus leyes que retan al ser humano como testigo y parte de sus ciclos, componen ese mosaico donde el mar, las nubes fugaces, las estaciones, la tierra, funcionan como pulsos o latidos que, en Cada respiro (así se nombra este conjunto de piezas audiovisuales) dialogan entre sí y con el espectador. La artista, cuya obra ha pasado por distintas etapas y formas de trabajo que van desde el dibujo y la fotografía hasta instalaciones en galerías y espacios públicos, vuelve a acertar aquí al manejar estas imágenes que se complementan sobre su pregunta acerca de la vida, la brevedad de nuestro paso ante el paisaje como fragmentos de un orden mayor, de una sintonía de color, sonido, sensaciones y cuestionamientos que, sin necesidad de explicarse en demasía, logra sumergir al visitante en los ecos de aquello que le preocupa. Y nos lo hace sentir, efectivamente, en "cada respiro".
Y por supuesto, como fresa en el pastel, está la selección con la cual Rocío García nos invita a repasar su extensa y poderosa trayectoria. Una fresa que no es tal y un pastel que en todo caso contiene ingredientes nada convencionales, porque ella vuelve a confirmarse como una narradora que apela a la pintura para dar rienda suelta a obsesiones del cuerpo, del individuo, del deseo y de libertades que se retan a sí mismas, a su entorno, y a quienes tratan de imponernos reglas estrechas.
Nacida en 1955, graduada en San Alejandro y en la Academia Répin de San Petersburgo, Rocío se ha adueñado de un lenguaje que desafía normas, que golpea desde el color, que apela al cómic, al thriller, a un humor de ribetes macabros, y que deja espacio a un punto mayor de indagación que reimagina a Cuba como parte de un paisaje donde existen marineros, geishas, policías, asesinos, espías, bailarinas de cabaret y burlesque, heroínas y sujetos de un mundo queer en el que ella nos ha dejado entrar y hallar sitio, apelando a la complicidad de sus espectadores.
Las piezas aquí reunidas parecen querer salirse de la sala y el espacio donde pueden admiradas, porque sus personajes (eso dibuja y pinta ella: personajes, con la carga de teatralidad que tal noción implica), y nos seducen al tiempo que deslizan comentarios irónicos acerca de nuestras reacciones ante sus atrevimientos.
Lo que hace singular a Rocío García es no solo el dominio de gamas y composiciones, sino su crecimiento en términos de conceptos y retos que avanzan sin retroceder, en una línea que va ganando fuerzas y no se limita a congelar una imagen, sino invitándonos a ser parte de ella. El acento puede en algunos casos focalizarse en el cuerpo y la soberanía de gustos y preferencias eróticas que van desde la caricia al sadomasoquismo; pero detrás de ello hay un rejuego muy incisivo con la realidad, con la indisciplina mediante la cual esos cuerpos casi siempre nocturnos se rebelan contra la ley y la norma, o nos desenmascaran, exigiendo que de una vez nos libremos de tabúes, atavismos y cobardías individuales o colectivas.
Ella es, sin dudas, una absoluta dueña de la rebeldía del color. Lo explora, lo convierte en un torrente que invade las superficies o lo controla al máximo, apelando de pronto al blanco, a su aparente ausencia, a la vuelta al dibujo. Todo para narrar y enunciar fábulas, para dejar que sus personajes nos sugieran el próximo lienzo, el siguiente pasaje al cual les conducen sus atrevimientos. Junto a obras representativas de sus muestras más aplaudidas, acá hay también nuevas obras de una serie dedicada al mito de Judith y Holofernes. Ella, como la doncella bíblica, puede lo mismo alzar el pincel que decapitar a sus espectadores, para retratarnos o reflejarnos, siempre con elegancia y golpe sin dudas rotundo. Vaya esta muestra concebida desde un prodigioso delirium tremens, como una confirmación más de lo mucho que Rocío García merece ya el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Todavía tengo pendientes otras visitas al Museo Nacional de Bellas Artes antes de que culmine la Bienal. En su Edificio de Arte Universal también hay muestras que reclaman una visita pausada. Y en otras áreas del propio de Arte Cubano hay piezas de otros creadores que ameritan comentarios. Pero no cabe duda de que esta vez, durante esta edición de la Bienal, las mujeres han dominado sus espacios. Abstraccionistas que vienen a reconquistar sus memorias, hablándonos desde el respiro que nos rodea como señal de un orden universal que organiza energías y fuerzas infinitas, o desde el despliegue del color y la anécdota para dejarnos abrazar por esos cuerpos tan provocadoras, ellas son ahora las que llevan allí la voz cantante. Y es un gusto enorme ir a oírlas, a contemplarlas, a admirarlas, en un delirio de formas y desafíos que ya nadie podrá acallar.