La necrópolis Cristóbal Colón es el recinto funerario más importante de La Habana. Inaugurado en 1871, impresiona por su escala en el plano de la ciudad. Al visitarle deslumbra por la majestuosidad del espacio cartesianamente ordenado y artísticamente decorado con un amplio catálogo de panteones de variado diseño y un conjunto de esculturas que le convierten, más allá de su solemne función, en un museo al aire libre.
Tal vez por ser precisamente un espacio tremendamente artístico, involucró desde sus primeros años una especie de alianza entre tradición y modernidad. Esta última se ha expresado, sobre todo, en la temprana incorporación de los lenguajes artísticos del último siglo. La propia portada principal del cementerio, así como la capilla central, son de los primeros ejemplos de arquitectura historicista en La Habana. La capilla, inaugurada en 1886 por el arquitecto Francisco Marcótegui, quien adecuó el diseño original de Calixto de Loira, es además la única iglesia neobizantina de planta octogonal construida en la capital.
En lo adelante, todos los estilos de moda fueron también incorporándose al diseño de las últimas moradas que en esta ciudad funeraria tuvieron tanto particulares como miembros de sociedades regionales, profesionales, etc. Así, llegada la década de 1950, los jóvenes arquitectos también encontraron en el Cementerio Colón un espacio donde desplegar la línea racionalista de la arquitectura moderna, con su característica rebeldía formal, su gusto por las formas puras y los juegos espaciales.
Tres panteones construidos en 1957 por distintos arquitectos cubanos dan muestra de la gran versatilidad alcanzada bajo los códigos de un mismo estilo. Resultan tres construcciones que llaman la atención dentro del contexto funerario por su originalidad y refinada elegancia, conseguida a partir de la pureza lineal de sus composiciones.
Una de ellas es el panteón de la familia Aguilera, ubicada en la calle que conecta la entrada de la calle Zapata con la capilla central del cementerio. Fue obra de las arquitectas Alicia y María Elena Pujols, quienes crearon un espacio sencillo de planta rectangular, que juega con los conceptos interior-exterior, muy a la manera del pabellón de Barcelona. El sepulcro está definido por cuatro paredes que definen el habitáculo que, sin embargo, queda a cielo abierto. La fachada se retranqueó de la acera, creando una especie de portal. Las tumbas están protegidas de la vista general por el lienzo de fachada revestido de granito negro, pudiendo observarse parcialmente el interior desde la celosía lateral y desde la verja de entrada.
Tanto la reja como la alfombra de granito negro que bajo ella penetra al panteón, dirigen la atención hacia el oratorio. Elemento protagónico de la composición, está definido por una losa de granito volada sobre la que figura La Piedad, esculpida en mármol de Carrara por Rita Longa. La modernidad de esta escultura, considerada un ícono de la vanguardia escultórica cubana, el juego cromático en blanco y negro del mausoleo, y la limpieza de las formas arquitectónicas visten esta tumba de profundo encanto.
Así también sucede con el Panteón de la Asociación de Reporteros de La Habana, del arquitecto Arnaldo Salas (calles J y 14). Precedido por una escalinata que le eleva del nivel de la calle, está esencialmente constituido por un fino arco parabólico de hormigón armado, frente al cual se apoya una enorme cruz asimétrica. Un muro perpendicular al arco conduce al interior del mismo, que está cerrado por dos paredes de vidrio. Todo el arco conforma el vestíbulo bajo el cual están los sepulcros. Sencillo pero muy expresivo, demarca de manera efectiva el sitio de enterramiento.
Igual efecto consigue el muy fotografiado panteón de la familia Núñez Gálvez (calles 10 y D), construido por el arquitecto Max Borges Recio, con la colaboración técnica de Félix Candela. Como era habitual en las obras de estos arquitectos, el elemento que más destaca es el paraboloide hiperbólico de estructura laminar, que en este caso antecede el cuerpo rectangular donde reposan los restos mortales. Esta antesala abierta a la capilla, pero que a la vez la protege y resguarda, es el elemento que distingue al mausoleo, doblemente llamativo por su enchape exterior de mosaicos dorados, hoy muy dañado.
A pesar de ser una construcción pequeña es de las más famosas e identificativas de la arquitectura de su tiempo. Sin embargo, de décadas posteriores existe otro monumento funerario importante, de los pocos incorporados en esta necrópolis después de 1959, que ha sido celebrado por la comunidad de arquitectos, aunque continúa siendo bastante desconocido para el público general.
El Mausoleo de los Mártires Caídos el 13 de Marzo de 1957, fue diseñado por los arquitectos Emilio Escobar y Mario Coyula, quienes ganaron el concurso celebrado entre 1981 y 1982. En la etapa ejecutiva le asistieron otros especialistas como el arquitecto Orestes del Castillo, asesor estructural, y el escultor José Villa Soberón. El mausoleo, inaugurado el 20 de abril de 1982, está ubicado junto al osario general, en una de las zonas menos cualificadas del cementerio, aunque se erigió como un hermoso espacio abierto cargado de profundo simbolismo.
Renunció a la ejecución de un volumen arquitectónico para focalizarse en el diseño minucioso de un espacio que, a manera de plaza, puede acoger el tributo a los caídos con un aforo de hasta 900 personas. El panteón está estructurado a partir de un circuito de túmulos de tierra ataludados alrededor de un centro adoquinado de 230 metros cuadrados, en cuyo extremo se sitúan elevados los osarios. Cromáticamente se define por dos colores, el gris y el verde. El verde está definido por el césped y los árboles que cualifican ambientalmente el panteón, y lo circunscriben entre hileras de palmeras, gravileas, yagrumas y ocujes. Estos crean cortinas verdes para separarlo de su entorno inmediato.
El gris está protagonizado por las losas de mármol de los osarios; por los adoquines de la plaza que simbólicamente representa el espacio urbano donde estos jóvenes desarrollaron su lucha clandestina en el corazón de la capital; y por la escultura de acero inoxidable de las banderas cubanas. Esta magnífica obra de cinco metros de alto y 15 metros de largo llevó un gran cuidado en su ejecución, hecha solo a partir de dobleces y calados, sin fundición, y teniendo muy en cuenta la resistencia a los vientos.
Las banderas identifican el panteón en la distancia, y son el elemento emblemático del conjunto funerario. Concebidas como un reloj solar, su sombra se desplaza a lo largo del día por una línea de serpentinita en el pavimento, hasta proyectarse justo a la hora del asalto a Palacio y Radio Reloj (15:15) sobre una llama votiva —que deberá encenderse cada 13 de marzo— y seguidamente sobre las lápidas.
De esta forma, según los propios autores se concibió un "ambiente expresivo de respeto y evocación", donde la alegoría al tiempo, al espacio de lucha y el tributo de la nación constituyen la intención principal de la obra. Se trata de un mausoleo contemporáneo que suma valores a la gran necrópolis capitalina.
Lleva razón la autora al decir que el Panteón de los Mártires del 13 de Marzo está "en una de las zonas menos cualificadas del cementerio". Ojalá y el mantenimiento de esa zona hoy responda a los requerimientos de la concepción que tuvieron sus autores. Las obras que están en las calles principales de Colón están mejor conservadas, a pesar de que han sido presas continuas de ladrones. La famosa profanación de la tumba de Gonzalo Castañón es nada si se compara con lo que los delincuentes han hecho en ese cementerio.