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Arquitectura

La etapa dorada de la arquitectura hospitalaria en Cuba (II)

Esta explosión constructiva de altísima calidad para la salud no ha vuelto a repetirse en Cuba.

Madrid
Clínica Provincial de Maternidad Obrera de La Habana.
Clínica Provincial de Maternidad Obrera de La Habana. X/@CubanitoenCuba

Hoy, el conjunto fundamental de instalaciones hospitalarias de La Habana es aquel que existía en 1959. En él se reúnen los hospitales de pabellones diseñados en el siglo XIX y modernizados en el XX, y muy especialmente la veintena de centros de salud construidos entre las décadas de 1940 y 1950. Sorprendentes tanto en cantidad como en calidad, hoy permanecen en activo, aunque necesitados de reformas dada la dilatada falta de mantenimiento e inversión.

Siguiendo los preceptos de la arquitectura de esta etapa, y teniendo en cuenta los lotes disponibles en las zonas más céntricas de aquella Habana que se urbanizaba aceleradamente, los nuevos hospitales centralizaron en un edificio todas sus funciones. No obstante, algunos abarcaron importantes superficies y se desplegaron en varios cuerpos posibilitando una distribución más efectiva de los servicios, y concediendo mayor accesibilidad o privacidad a distintas áreas.

La Clínica Provincial de Maternidad Obrera de La Habana (1939-1941) inauguró esta etapa de esplendor constructivo para la salud cubana, y fue a su vez una de las instalaciones más interesantes del momento. Ubicada junto a la antigua Calzada de Columbia (Avenida 41), dejó amplias áreas de jardines a su alrededor, retirándose entre 30 y 40 metros de la calzada y de las edificaciones vecinas. Esto le ofreció una gran perspectiva al inmueble y un entorno más agradable al paciente. El edificio se compuso a partir de un gran cuerpo arqueado con dos pabellones laterales y uno central posterior. Visto en planta, las formas que lo definen han sido muchas veces asociadas de manera simbólica con órganos del aparato reproductivo femenino y masculino, en particular las trompas, los ovarios y el pene.

Su arquitecto, Emilio de Soto, tuvo muy en cuenta el criterio de especialistas obstetras, así como las recomendaciones de congresos hospitalarios para concebir este inmueble y distribuir sus espacios. Posibilitó de este modo total accesibilidad a las consultas externas, laboratorios, museo, archivo, biblioteca, salón de actos, etc., así como la adecuada privacidad a las pacientes hospitalizadas, y la eficiente concatenación de las áreas utilizadas en todo el proceso de parto y posparto. Del mismo modo, tuvo en cuenta la localización de la morgue y la salida discreta de los carros fúnebres.

En este tipo de construcciones la función condiciona sobremanera el diseño arquitectónico. Los hospitales de esta época destacan por su eficiente adecuación a las funciones requeridas, a la par que constituyen un espacio confortable, seguro, moderno y bello. Los dos estilos desarrollados entonces, el monumental moderno y el racionalismo, se adecúan con facilidad a las demandas de la higiene moderna, prolongando su vida útil sin necesidad de grandes readecuaciones estéticas.

Fue con el estilo monumental moderno que comenzaron a curvarse las aristas y evitarse los ángulos rectos, que tan comúnmente vemos en los espacios interiores de las instalaciones sanitarias. Asimismo, primó el uso de las columnas lisas sin base ni capitel, de las superficies planas, límpidas y de los espacios diáfanos. No obstante, la mayoría de los diseños mantuvieron un carácter monumental, principalmente marcado por la definición de la entrada principal y la composición simétrica de los volúmenes.

Con el racionalismo se asumió íntegramente el concepto de decoración funcional que tanto se aviene a este tipo de inmuebles. En los hospitales construidos con este estilo la distribución de los volúmenes fue más libre, y mucho recuerda la estética de la Bauhaus. Un caso típico es el Hospital Municipal Clínico Quirúrgico Mercedes del Puerto (1957), hoy Joaquín Albarrán, conocido como Clínico de 26, con su planta original en forma de H.

En estos hospitales es importante la distribución de las terrazas y la adecuación de los distintos cuerpos para conciliar la óptima ventilación e iluminación de todas las áreas, así como la creación de espacios amenos con correctas dinámicas de circulación. Aunque suman varios niveles, suelen hacer más énfasis sobre el eje horizontal. Muy frecuente fue el cierre con grandes vanos de vidrio y ventanas horizontales corridas, así como las rampas de acceso cubiertas con marquesinas voladas. También fue recurrente el uso de celosías y quiebrasoles de variado diseño, que en ocasiones definieron fachadas completas, como la entrada original del Clínico de 26 y la de la Clínica El Sagrado Corazón (1941), hoy Ramón González Coro. Esta última, del arquitecto Alberto Beale, fue ampliada en 1957 y combina lo mejor de ambos lenguajes arquitectónicos.

Como era habitual en la época, varios de estos hospitales incorporaron en su diseño ambiental obras de arte. El Hospital Militar tiene en el vestíbulo cinco frescos de Enrique García Cabrera con el tema de la historia de la medicina cubana, y en 1948 incorporó a la entrada un monumento a Carlos J. Finlay de Juan José Sicre. En otros casos las obras forman parte sustancial del diseño de fachada, como la escultura Madre e hijo de Teodoro Ramos Blanco, que corona la entrada de Maternidad Obrera; y Cangrejo, esculpido por Rita Longa para el Hospital Oncológico, así como el relieve en piedra Ciencia y Fe por el que recibió la Medalla de Oro de la Architectural League of New York. También está el magnífico mural escultórico de Rolando López Dirube para la fachada de la Clínica Asclepios; y el relieve en mármol de Carrara La ciencia médica, protectora de la familia de Victoria Nanson a la entrada de la antigua Clínica Mercedes del Puerto. Esta clínica debía su nombre a la madre del alcalde Justo Luis Pozo del Puerto, quien había encomendado la obra. Por lo cual un busto de Mercedes, también esculpido por Nanson, se ubicaba en los jardines frontales, hoy sustituido por el de José Martí.

Por su eficiencia y magnífico diseño varios hospitales habaneros fueron reconocidos con la Medalla de Oro del Colegio Nacional de Arquitectos, entre ellos: Maternidad Obrera (1941), el Aballí del arquitecto Luis Dauval (1944), el Centro Médico Quirúrgico del arquitecto Max Borges (1948) y la Clínica Antonetti de los arquitectos Raúl Álvarez y Enrique Gutiérrez (1960). A otros les fue transmitida públicamente la felicitación, como a la Clínica Mercedes del Puerto, que el Colegio Nacional señaló como "exponente de nuestra mejor arquitectura, tanto por la calidad del proyecto como por el esmero y propiedad de su ejecución".

En las décadas siguientes se incorporaron otros hospitales de significación para la ciudad. Sin embargo, esta explosión constructiva de altísima calidad para la salud no ha vuelto a repetirse en Cuba. 

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1 comentario

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Muchas gracias por toda esa información. Oxígeno para esta pagina.