20 hospitales en 20 años, o casi: así fue la hazaña constructiva para una capital que elevaba su índice poblacional al compás del florecimiento económico y demandaba una potente infraestructura de bienes y servicios.
Me refiero a La Habana de las décadas de 1940 y 1950, aquella que bien atrás había dejado la crisis de los años 20, y reflejaba continuas inversiones inmobiliarias públicas y privadas, el mejoramiento y ampliación de la red vial y una amplia modernización tecnológica de la industria y los servicios. Es La Habana heredada que ha resistido décadas de explotación intensiva sin el mantenimiento requerido.
En cuanto a hospitales, para entonces la ciudad contaba con varias pequeñas clínicas o casas de salud, y muy especialmente con las cuatro quintas mutualistas (La Benéfica, La Covadonga, la Dependiente y la Canaria) y algunos hospitales públicos como Nuestra Señora de las Mercedes (Reina Mercedes), Las Ánimas y el Alfonso XII —luego devenido Hospital Universitario General Calixto García—. Estos complejos sanitarios formados por pabellones, abarcaban todas las especialidades médicas y mantuvieron un excelente trabajo en las décadas siguientes con la continua modernización y ampliación de sus instalaciones.
Su historia institucional está marcada por grandes avances médicos como la introducción de departamentos de Radiología y la constitución de las escuelas cubanas de Pediatría, Dermatología y Oncología en el Reina Mercedes; los estudios sobre la fiebre amarilla de los doctores Carlos J. Finlay y Juan Guiteras Gener en Las Ánimas, especializado en enfermedades infecciosas; y la inmensa trayectoria del Calixto García como institución hospitalaria principal de la capital y sede además de la Escuela de Medicina.
A esta red se sumaron en las primeras décadas otras instalaciones importantes como el Hospital Municipal de Emergencias General Freyre de Andrade (1920), el Hospital de Maternidad América Arias (1930) y el Hospital Municipal Infantil de La Habana (1934) —el demolido Pedro Borrás—. Los tres fueron diseñados por la prestigiosa firma Govantes y Cabarrocas, lo que bastaría para acuñar la calidad de sus diseños que, como el resto de la obra de estos arquitectos cubanos, son íconos de la historia urbana de la capital. En el caso del primero, estuvo afiliado a la estética del neoclasicismo y los otros dos al art déco, reflejando el tránsito hacia diversos lenguajes artísticos que manifestó la arquitectura del momento.
Igual sucedió con los hospitales construidos entre las décadas de 1940 y 1950, que transitaron del monumental moderno hacia el racionalismo. Sin embargo, lo excepcional de esta época fue el amplísimo plan de inversión, tanto público como privado, de nuevas instalaciones hospitalarias, así como la ampliación y modernización de las existentes. Todos los hospitales de pabellones mencionados anteriormente hicieron adiciones en este periodo, que establecen un gran contraste visual con la arquitectura ecléctica que hasta entonces les definía.
En el Calixto García, por ejemplo, está el Pabellón Borges (1940), que sustituyó la columna clásica por el pilar desnudo, eliminando la ornamentación para hacer énfasis en la composición volumétrica y la línea aerodinámica. Su fachada mantiene la jerarquía del acceso principal, pero desde el juego entre la composición académica y los materiales y las texturas modernas.
Otros casos, como los hospitales Las Ánimas y Reina Mercedes, se reconstruyeron íntegramente. El primero, tras un huracán, fue reformado en la misma ubicación entre 1948 y 1951. Hoy es conocido como Hospital Pediátrico de Centro Habana. El Reina Mercedes fue demolido por la venta de su cotizado lote de L y 23; y trasladada la institución al moderno inmueble que hoy define el Clínico Quirúrgico Manuel Fajardo. Este fue construido por la firma Morales y Cía. en 1957.
En estas dos décadas se construyeron, además, con dinero público la Clínica Provincial de Maternidad Obrera de La Habana (1939-41), la Facultad de Odontología de la Universidad de La Habana (1942), el Hospital Militar de Columbia (1943), el Hospital Infantil Antituberculoso Ángel A. Aballí (1944), el Instituto de Cirugía Ortopédica (1945), el Hospital Oncológico Madame Curie (1947), el Hospital Naval (1954-58), el Hospital Municipal Clínico Quirúrgico Mercedes del Puerto (1957) —hoy Clínico de 26—, el Sanatorio La Esperanza (1958) —hoy Julio Trigo—, el Hospital Nacional y el Hospital Nacional de la ONDI —hoy William Soler—. Estos últimos, prácticamente completados o en funcionamiento al triunfo de la Revolución, fueron reinaugurados en los primeros años de los 60 y adjudicados al nuevo Gobierno.
Por gestión privada se construyeron en el mismo período la Clínica El Sagrado Corazón (1941) —Ginecobstétrico Ramón González Coro—, la Clínica Miramar (1948) —Cira García—, el Centro Médico Quirúrgico (1948) —Instituto Neurológico—, la Clínica Asclepios (1957) y la Clínica Antonetti (1959) —Instituto Cardiovascular—, y la Clínica Cardona, que actualmente acoge el Instituto de Hematología e Inmunología.
En su mayoría reunieron las funciones hospitalarias en un solo inmueble, a diferencia de la tipología de pabellones decimonónica, aunque la heterogeneidad de los servicios y las grandes dimensiones de algunos, requirieron el despliegue de varios volúmenes arquitectónicos.
Otro aspecto interesante de los hospitales construidos en esta etapa es la adecuación práctica del estilo a los preceptos higiénicos y funcionales propios del inmueble. Una relación no forzada pues, tanto el monumental moderno como el racionalismo, componen sus obras a partir de la limpieza ornamental, la adecuada ventilación y asoleamiento de los interiores, la comunicación continua y distribución práctica de los espacios y la fácil accesibilidad.
De esta manera, estilo y función se enlazan de manera armoniosa para ofrecer hospitales modernos que, de estar óptimas condiciones, seguirían siendo adecuados para su uso más de medio siglo después.
Sobre su diseño hablaremos un poco más en el próximo artículo.
Había clínicas privadas que funcionaban como cooperativas de varios médicos. La que conocí no radicaba en un edificio específicamente diseñado para ese fin, pero las adaptaciones que se le hicieron eran muy funcionales. Era una casona de dos plantas situada en la Calzada de 10 de Octubre. En los bajos estaban las consultas, laboratorio, Rayos X, según recuerdo, y la sala de cirugías. En los altos había habitaciones para los ingresos. Siempre todo limpio, inmaculado, como corresponde a un centro de salud. El pago mensual, nada alto para aquella época, permitía además la consulta en su oficina o visita a domicilio de un médico pediatra. Esa era la opción para personas con salarios estables, porque en los hospitales la corrupción era alta y obtener "una cama" para un ingreso había que pagarlo "por la izquierda".
Resulta que los dictadores Machado y Batista fueron “muy malos”, pero muchos de esos hospitales se hicieron en la dictablanda de Batista, y Machado dejó otras muchas obras. No investigo eso ahora, pero siempre me dijeron que construyó la carretera central y el Capitolio.