Normalmente los libros de historia del arte comienzan por el principio. Así ilustran las primeras expresiones artísticas de las comunidades aborígenes de distintas zonas del mundo, aun cuando se desarrollaron en períodos dispares. En Cuba, sin embargo, no se le ha prestado debida atención al arte aborigen, y el desconocimiento general que sobre él existe es tan profundo que opaca o anula su existencia. Ni siquiera en las carreras universitarias especializadas en arte se le incluye, qué decir de lo que pueda mencionarse en otros niveles de educación donde el arte, en general, es un tópico excluido.
Incluso, para quienes de manera independiente quieran estudiarlo, resulta complejo encontrar información amplia e ilustrativa, pues la historia del arte cubano no lo ha incorporado. Los pocos textos que la sistematizan, inician con artistas correspondientes a los primeros siglos coloniales, y la búsqueda de las raíces prehispánicas liderada por artistas y escritores de la primera mitad de la República se estudia como un gesto de profundo romanticismo, sin basamento científico alguno.
Desconocer esta producción artística, no significa que no esté ni sea digna de reconocimiento y protección patrimonial. Afortunadamente, en las últimas décadas es una materia en la que se avanza, si no de la mano de historiadores, sí de arqueólogos y antropólogos que, auxiliados por el grupo cubano de espeleología, cada año identifican nuevos sitios donde se conservan manifestaciones artísticas de los primeros pobladores cubanos.
De este modo, hoy se reconocen casi 250 estaciones de arte rupestre en todo el país (salvo en la provincia Las Tunas, de momento), las cuales pueden incluir varias cavernas. Mucho se ha recorrido desde que en 1839 se hiciera mención por primera vez de un descubrimiento de este tipo en Camagüey, y pasara de una simple nota periodística a ser objeto de estudio transdisciplinar. Todo ello ha estado subordinado a la evolución teórica que a nivel internacional ha reestructurado la mirada sobre las manifestaciones del arte de la prehistoria, no obstante, hemos demorado en darle al nuestro justo mérito.
Inicialmente, fue apenas objeto de comentarios en publicaciones no especializadas que daban fe de los hallazgos. En el siglo XIX hubo varias, la de 1839 de la cueva Seña María Teresa, incluida en 1841 por Gertrudis Gómez de Avellaneda en su novela Sab; y otras entre las décadas de 1840 y 1880 en Holguín, Guantánamo e Isla de la Juventud.
Entonces comenzó el interés coleccionista por parte de algunos cubanos, entre los cuales llegaron a formarse colecciones notables como la de Federico Rasco y Ruiz, coronel del Ejército Libertador. Durante sus campañas en Oriente, Rasco y Ruiz se hizo de unos 46 objetos museables entre vasijas, hachas petaloides, ídolos, un rallador de casabe, un majador, un dujo (asiento), etc. También estuvo la colección del profesor holguinero Eduardo García Feria, quien la llegó a catalogar y documentar científicamente. Ambas, luego formaron parte de museos públicos: el Museo Antropológico Luis Montané Dardé de la Universidad de La Habana (1903), y el Museo Histórico Provincial de Holguín, respectivamente.
Valga decir que en otros museos provinciales se han exhibido y exhiben piezas prehispánicas como un registro arqueológico de las poblaciones que las habitaron, lo cual no implica que hayan sido suficientemente estudiadas, divulgadas, ni aprovechadas para construir la historia cultural de la Isla. Son asuntos pendientes que parece irán saldándose, como se hizo en las últimas tres décadas con el estudio del sitio arqueológico Los Buchillones (Ciego de Ávila) y las colecciones de cuatro museos de Ciego de Ávila que reúnen piezas de esta estación arqueológica. Gracias al análisis integrador de dichas colecciones se pudo conocer mejor la comunidad aborigen que habitó Los Buchillones entre los siglos X y XVI, su capacidad en la creación de objetos de uso ceremonial y utilitario (doméstico y herramientas), así como la especialización de algunos individuos en su fabricación y uso.
A inicios del siglo XX hubo más hallazgos. El propio Fernando Ortiz fue de los investigadores más comprometidos con el estudio y desciframiento de las pinturas rupestres encontradas. Su obra Historia de la arqueología indocubana, publicada en 1935, puso toda la atención sobre un acercamiento científico hacia este tema en el país, que en lo adelante comenzó a documentarse consecuentemente.
En 1940, se fundó la Sociedad Espeleológica de Cuba, que ha tenido un papel fundamental en la localización del arte rupestre aborigen, que en el 98% de los casos en Cuba se encuentran en el interior de cuevas y abrigos. El gran interés de sus miembros en el estudio de esta manifestación conllevó a que de ella surgiera en 2006 el Grupo Cubano de Investigaciones de Arte Rupestre, que reúne una treintena de especialistas. Reconociendo la base fundamental proporcionada por el trabajo de otros investigadores a lo largo del siglo XX, en especial de Antonio Núñez Jiménez; puede decirse que el momento actual es el de mayor productividad científica en torno al arte prehispánico en Cuba, lo que se constata en el alto número de estudiosos, el mayor volumen de publicaciones y el rigor científico con que se acometen.
No son pocas las dificultades que los investigadores han tenido para consolidar sus resultados, y sobre todo para su publicación. La falta de divulgación y lo disperso de las publicaciones invisibiliza su trabajo, con lo que persiste la idea generalizada de que hay poco avance científico en este tema, el cual sigue fuera del dominio y conocimiento popular. Esto lógicamente también afecta la protección de las obras, así como su integración a los estudios de historia del arte.
Para intentar cortar esa brecha, en el próximo artículo comentaremos algunas características de la huella pictórica que por toda Cuba pervive del pasado aborigen.
Gracias. Estaré pendiente del próximo artículo.
Muy buen texto. Tengo entendido que el sitio Los Buchillones se encuentra en Ciego de Ávila, no en Holguin.
Correcto.
Para no dejar en el aire la duda, aqui esta el link:
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