Sin apenas promoción, y con motivo del Mes de Europa en Cuba, nos visitó el escritor belga Jean-Philipe Toussaint, novelista, fotógrafo y director de cine, ganador en 2005 del Premio Médicis y miembro de la Academia de la Lengua Francesa en Bélgica.
Casi al calor de unos tambores que sonaban en la Plaza Vieja, Toussaint condujo una charla en el centro cultural Vitrina de Valonia que ambiciosamente quería ser una indagación en la esencia de escribir desde Europa habiendo nacido allí. "¿Qué significa hoy ser un escritor europeo?", se anunciaba. Como suele suceder en estos tiempos de clickbaits y sensacionalismo, el título superaba el contenido.
Con una intuición casi proverbial, Toussaint dio inicio a su comparecencia leyendo un texto de 1941 de un autor que recién había descubierto con el aviso de su visita a Cuba: Alejo Carpentier. Un breve fragmento encontrado del novelista podía servirle de pie forzado, ya que Carpentier reflexionaba sobre la decadencia de Europa cuyo signo era, en sus días, la mudanza de artistas e intelectuales del continente hacia América. Carpentier tenía noticias de Hitler, pero no hablaba del nazismo ni del exilio provocado por este, sino, simplemente, de la constatable presencia de los mejores compositores europeos en las dos Américas y de la madurez del Nuevo Mundo.
"Aunque la condición de Europa ha cambiado en el presente", advirtió Toussaint, "y ya no es más aquella de la que hablaba el cubano". Y, después de unos pasajes anecdóticos que ubicaban al autor belga respondiendo un cuestionario junto a Umberto Eco sobre lo que habría de europeo en sus obras, Toussaint confesaba que todas sus referencias son del viejo continente, que la mayoría de sus ambientes son de allí —sobre todo París— y también sus personajes.
Un francés presente en su conferencia observó que la Europa a la que tanto se aferra Toussaint es una construcción sin más unidad cultural que lingüística y que en los salones principales por alguna razón se prefiere el inglés (el inglés de los americanos, se entiende, no de los ingleses), lengua madre de países que ni siquiera pertenecen a la Unión Europea — excepto por una parte de Irlanda—. Pero el invitado belga, a quien la cara se le teñía de emoción, seguía en sus treces.
¿Qué habrá cambiado entonces de la vieja Europa? Carpentier en su momento vaticinó certeramente la eclosión literaria que conocería América, tanto por los autores de la Generación Perdida, que ya se consolidaban, como por los nuevos del Boom latinoamericano, que hicieron parecer al Nouveau Roman francés como un fenómeno triste y estéril. No solo cambiaba el mundo, si no que debía cambiar la manera en que Europa se miraba a sí misma.
El provincianismo europeo largamente justificado (en honor a la verdad, un francés se podía dar entonces el lujo de ser provinciano), debía haberse visto sacudido por esta pequeña revolución de las letras en Occidente. Sin embargo, pasadas las décadas, parece haber vuelto todo a su lugar.
A juzgar por el convencimiento del enrojecido señor Toussaint, hay cosas que no cambian nunca, y Carpentier hablaba simplemente de una excepción de la historia, de una circunstancia provocada por el fascismo y los rigores de la guerra. "Quizás no tenga toda la hegemonía hoy, pero Europa sigue fuerte", aseguró el visitante Belga con énfasis. "Me pidieron una lista de los diez mejores libros y me sorprendí eligiendo solo libros europeos", agregó.
Jean-Phillipe Toussaint vino a avisarnos que el spengleriano Carpentier ha sido derrotado por la rueda de la historia, que ya volvió a su punto de partida.