Finalmente ocurre la reapertura del Teatro Karl Marx, anunciada el pasado diciembre, después de una reparación capital de la que se comprueban, al menos, las butacas nuevas. El espectáculo seleccionado para la bienvenida saluda los 30 años del Centro Promotor del Humor: 30 y más riendo. Durante dos fines de semana, los miembros de esa institución, que se supone reúne a los mejores comediantes de la Isla, deben rendirle homenaje.
Comencemos por la justicia poética: el primer día de la puesta, a mitad de espectáculo, se fue la luz. El público pensó al principio que era parte de la función y celebró el chiste de la Unión Eléctrica. Pero los actores en escena, cuentan los asistentes, quedaron petrificados. Fue Yuri Rojas, comentan usuarios de Facebook, quien reaccionó para mantener la calma hasta que vino la luz, mientras que el actor que encarna al Cabo Pantera, habría abandonado la función —ante lo cual el Centro Promotor del Humor, en su página de Facebook, ha sugerido que le dio un dolor de barriga.
Con esta improvisación del destino (que recuerda el corte de electricidad aquella tarde en que Fidel Castro hablaba por televisión de las soluciones para el problema de la corriente) da inicio el teatro regido por el Consejo de Estado. Resolviendo el problema de las distorsiones de la inflación, como quieren los gobernantes, comienza con un precio de 250 pesos la entrada, que es la tarifa que todavía cobran algunos bares particulares no baratos.
No sabría si celebrar o no las innumerables ausencias de la puesta en escena de ese esfuerzo colectivo. La mitad de los humoristas, ya se sabe, están en Miami. Pero al menos la otra mitad faltó claramente en el elenco que se suponía invitara a los principales miembros del Centro Promotor del Humor. La poca convocatoria de una institución cultural del Estado, desde luego, siempre es buen signo.
En el espectáculo colectivo en cuestión, primó el desbalance. Hubo buenos humoristas haciendo un buen trabajo, buenos humoristas haciendo un mal trabajo y personajes bastante desconocidos sin mucho que enseñar —al menos por esta vez—. Entre los primeros estuvo el dúo Los Hepáticos, integrado por El Colorao y Rikimbili. Un fervoroso monólogo del primero criticó la situación económica del país (sin hablar de comida) y estuvo gracioso. El grupo Etcétera, por su parte, subió a escena con un sketch subversivo de las premisas del machismo que demostró una buena dramaturgia y buena interpretación. Del resto, hay poco que destacar.
El humor del Centro Promotor del Humor tiene varias manías, a saber: los chistes de comida o de hambre, los chistes sexuales de cabaret y el travestismo (por alguna razón piensan que un hombre vestido de mujer es de por sí gracioso). Sus integrantes son maestros del arte de la autocensura, de "jugar con la cadena pero no con el mono". Nada de eso faltó en el despliegue del domingo para su aniversario.
Con pasión los humoristas suelen, sin embargo, elogiar públicamente al Centro Promotor del Humor porque, al parecer, ha gestionado mejor los pagos, las oportunidades de trabajo, también la superación de los humoristas. Sin embargo, el objetivo de una institución cultural del Estado será siempre el control. Es una buena noticia que la fiesta haya sido poca.