Sin dudas los celadores de la palabra tienen especial aprehensión por todo lo que provenga del cine en estos días. Esta fue la primera intuición que tuvo esta periodista cuando la actriz Lía Camilo le explicaba sus razones para cancelar la cita pactada el día antes de su partida. No se trataba siquiera de una entrevista profesional, sino más bien de una consecuencia del afecto derivado de una labor previa que nos llevó por ahí. Pero le habían advertido "que la estaban vigilando, que no hablara más para que se pudiera ir tranquilita para su país", y Lía Camilo, que solía emocionarse hasta las lágrimas cuando recordaba la manera abrupta en que abandonó su patria, repetía por Whatsapp que este ya no era su país, y hablaba del pavor a quedarse encerrada aquí, 20 años después de su salida.
Lía Camilo llevaba el suficiente tiempo lejos de aquí como para "haber olvidado cómo era". Por eso en la conferencia de prensa donde representaba a su película, El caso Monroy, el 11 de diciembre en el Festival de Cine de La Habana, habló con soltura, repitiendo lo de siempre, como si de una situación corriente se tratara: que no había conocido la libertad hasta que llegó al Perú; que en Perú la gente no solo era libre, sino que también se sentía libre. Incluso se extendió en una anécdota que le había pasado en cuanto bajó del avión en Lima, cuando vio una pintada contra el presidente y se asustó en el taxi al oír, además, que el conductor abundaba en ella, como si de una cosa diaria se tratara. "Yo estoy en mi país y aquí nadie viene a decirme lo que puedo decir o no del presidente", fue la respuesta de ese primer peruano ante su miedo, y ahí supo que él era consciente de sus derechos.
Pero de pronto, la verdad que ella había descrito con descuido en esa sala con micrófonos se hizo manifiesta: a una periodista de un medio oficial que la entrevistara, no la dejaron apenas reaccionar. Después del intercambio con la actriz, un desconocido se acercó a la reportera para conocer su nombre y apellidos y, antes de que pudiera llegar a la redacción del medio, ya recibía un mensaje de su jefe avisándole que la entrevista no podía salir. Lía Camilo estaba censurada para los medios oficiales. La periodista se disculpaba. Después de eso, vino la llamada anónima a la actriz, la voz mafiosa que advertía que no sacara vídeos ni diera declaraciones si quería regresar a "su país" (por Perú), como si el universo le hubiera otorgado el derecho de repartir patrias también a ellos.
Lía Camilo vio de súbito cómo se descorría la máscara del engendro que gobierna Cuba. Se trata de un velo que todo el mundo intuye, pero que no deja de impresionar cuando por primera vez se aparta. Una vez visto lo que oculta, no se puede dejar de saber. No se puede, por ejemplo, pretender que la censura en Cuba tiene remedio o firmar declaraciones semioptimistas. Por eso la conciencia también es una elección y hay quien prefiere cerrar los ojos como estrategia de supervivencia.
Lia esta perdia.
Esta muy buena la Lia. No puede ser tan ingenua de llegar a cuba y pensar que algo cambio alli.
Que corta memoria la de esta muchacha, es bueno que se la hayan refrescado...
“Con la revolución todo, contra la revolución nada” —— Máxima fascista.