Ahora mismo, su voz resuena a través del trailer de Cassandro, el filme que protagoniza Gael García Bernal como tributo al famoso luchador mexicano que se atrevió a salir al ruedo sin ocultar su homosexualidad. "¡Yo viviré!", se le escucha, como afirmación de lucha en medio de tantas batallas. No es el único ejemplo de la permanencia rotunda de su legado: la compañía Mattel, en pleno éxito tras el estreno de Barbie, sacó al mercado una muñeca inspirada en su figura, que se agotó apenas se puso en venta, como parte de su colección dedicada a "mujeres inspiradoras". Y también ha sido noticia que a partir de 2024 una nueva moneda con valor de 25 centavos circulará en EEUU, portando la imagen de La Guarachera de Cuba. Esa mujer que a lo largo de varias décadas llevó con orgullo y sin alarde la corona de Reina de la Salsa, y que a 20 años de su fallecimiento, ocurrido el 16 de julio de 2003, continúa en pie como símbolo no solo de la música y de sus raíces latinas, sino de muchas otras cosas, sin perder brío ni caer en el olvido, ganando nuevos seguidores.
La trayectoria de Celia Cruz puede dividirse en dos zonas bien definidas, como ha demostrado recientemente la investigadora Rosa Marquetti, autora de un libro imprescindible que repasa la biografía de esta mujer extraordinaria. Cuando la cantante principal de la Sonora Matancera sale de Cuba junto a esa orquesta, en 1960, su existencia cierra un gran capítulo y se da inicio a otro no menos interesante: su ascenso a la categoría de estrella internacional, tras radicarse en EEUU, y reavivar su popularidad en países que ya le habían ofrecido aplausos. En México, España, Puerto Rico, Perú…, la intérprete de voz poderosa reconfiguró su presencia, mantuvo en pie sus éxitos de antaño y añadió nuevos temas, ligándose a figuras como Tito Puente, Johnny Pacheco, Willie Colón y uniéndose a la Fannia All Star, durante el fervor de la salsa, ese conjunto de elementos propios de la música caribeña remixados en pos de nuevos públicos y mercados más amplios.
Ella misma explicó en qué consistió la salsa en una secuencia de Yo soy… del son a la salsa, el documental de Rigoberto López que en 1996 permitió al público de la Isla volver a verla, al menos en pantalla, durante la edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de ese año. Su imagen ahí llega presentada por Tito Gómez, la gran voz de la Riverside, quien con simpatía y admiración la describe como una "negrita flaquita que fue vecina mía allá en Santos Suárez… que como cantante no tiene rival". Recuerdo los aplausos de los espectadores cuando ella aparecía en pantalla, como una prueba irrefutable de que el silencio que tras su exilio impuso la censura del nuevo gobierno sobre toda su discografía y su prestigio no era cosa inquebrantable.
En Celia en Cuba (1925-1962), el volumen de Rosa Marquetti, queda recogida al detalle la historia de su surgimiento como cantante, su paso por emisoras como Radio Cadena Suaritos, su triunfo con la Sonora Matancera tras entrar como sustituta de la gran Myrta Silva, y su confirmación en teatros, cabarets, televisión y cine, hasta su salida del país. Nunca retornó (salvo su visita a la Base Naval de Guantánamo a comienzos de los 90, donde recogió el puñado de tierra que pidió pusieran en su sepulcro), y el dolor de no haber podido acudir a las honras fúnebres de su madre, por prohibición de los mandantes de turno, jamás se le olvidaría. Ello no hizo que renegara de su amor por la tierra, de su fe en la música y el talento de sus compatriotas, ni de su identidad como mujer latina, afrodescendiente y cantante de ritmos en un idioma que aún no había hecho el crossover hacia la gran difusión en latitudes norteamericanas.
Al morir, se le rindió un tributo que no solo implicó a los cubanos que siguieron respetándola y reconociéndola en el exilio, sino a personas de muchas otras nacionalidades para las cuales ella fue, además, un símbolo de que sí es posible triunfar si se trabaja con encono y a sabiendas de lo mejor que uno puede hacer. Ahora, cuando ya han corrido dos décadas de ese adiós, asombra ver que Celia Cruz mantiene su reinado, aunque en la Isla aún no se le escuche ni mencione como se debe, aun cuando aparezca, de vez en vez, como un eco que se resiste a desaparecer del todo.
Si Maggie Carlés, en alguno de sus grandes conciertos en el Teatro Karl Marx, se atrevió a fines de los años 80 a entonar un popurrit de éxitos que Celia Cruz tuvo en su repertorio, las referencias a su nombre en Cuba exigen un rastreo que parece en ocasiones demasiado intermitente. Alberto Pedro la evoca brillantemente en Delirio habanero, su pieza teatral de 1994, que tiene lugar en un bar a punto de ser derruido, y donde ella (o una demente que dice ser ella) dialoga con un señor que dice ser el mismísimo Benny Moré. En el estreno mundial de Teatro Mío, que contó con el auspicio de la Fundación Pablo Milanés y fue dirigido por Miriam Lezcano, Zoa Fernández dio vida al personaje, y en el montaje creado por Raúl Martín en el 2006 con Teatro de La Luna, Laura de la Uz fue quien encarnó a La Reina.
En Burundanga, pieza titiritera de Teatro de las Estaciones que se estrenó en el 2012 sobre texto de Luis Enrique Valdés, Celia y su amiga Lola Flores son las protagonistas. En los diccionarios de la música cubana de Helio Orovio, Radamés Giró y Alicia Valdés, pueden leerse sus entradas, con lo que se hace justicia por encima del mutismo que quiso ignorarla en esos repasos. Durante los primeros episodios, ahora mismo, de la telenovela cubana El derecho de soñar, que toma como eje a la más famosa de las producciones radiofónicas de Cuba, creada por Félix B. Caignet en 1948, los televidentes descubrieron la voz de Celia entonando algunos de sus jingles (aunque se trate de un anacronismo, pues fueron grabados posteriormente a la emisión original de El derecho de nacer).
Hace tres años, en el espacio televisivo La pupila asombrada, se había manipulado un kinescopio de la cantante para hacer creer que ahí aparecía interpretando un tema de saludo a la Reforma Agraria que en efecto, ella grabó: "Guajiro, llegó tu día", con la Sonora Matancera en 1959, pero del cual no existe registro audiovisual. Habrá que recordar que en aquel primer instante no fueron escasas las personalidades que le dedicaron temas y loas al nuevo proceso: baste mencionar a Celina González cambiando la letra de su célebre "¡Qué viva Changó!" por "¡Qué viva Fidel!". Ese momento de fervor fue breve, y el 15 de julio de 1960, a poco más de un año de tal grabación, Celia Cruz dejó atrás la Cuba de Fidel Castro, y un sitial en la historia de la música popular cubana en el cual no ha podido ser sustituida desde entonces, por muchas reencarnaciones y sustitutas que pretendan anunciarse como tales y que no pasan de ser tibios remedos de su autenticidad y su genio. Y en ese sentido, para volver a Tito Gómez, hay que reconocer que "nunca la han podido medir al lado de nadie".
Presencia indomable de un lado u otro de las dos orillas
La postura de Celia Cruz fue siempre clara y frontal acerca del cambio político que inundó a su país a partir de 1959. Ese no es el único eje de su biografía, donde siempre el lugar central lo ocupó la música, pero también es parte señera de su legado. Cuando falleció, una escueta nota en el diario Granma la despidió con una frase amarga que insistía en su activismo contrarrevolucionario, lo cual demuestra que sigue siendo, aún, una especie de presencia indomable, de un lado u otro de las dos orillas. De ello también da fe el empleo de su voz, mediante el controvertido recurso de la Inteligencia Artificial, en una nueva versión del tema "Patria y Vida" lanzada ahora mismo.
Mientras otras figuras que también abandonaron Cuba han ido poco a poco siendo "redescubiertas" y se oyen con más frecuencia en las emisoras de la Isla, o se reeditan las grabaciones que hicieron allí, el mito de Celia Cruz sigue siendo un asunto difícil de manejar dentro y fuera del ámbito estrictamente cultural en su patria, y aunque es imposible negar su estatura y sus aportes, se le sigue mencionando mucho menos de lo que ella merecería. Y habría que señalar que ella no dudó en añadir a su discografía temas provenientes de la Cuba post 1959, como demuestran sus sabrosas versiones del "Mario Agüe" de Pedro Luis Ferrer, o "La guagua" de Cándido Fabré. Lo cierto es que, a dos décadas de su desaparición, y mediante un cuidadoso trabajo que se ha encargado de mantener su nombre a la vista, lo que ella simboliza en cualquier ámbito sigue siendo irreductible.
A través de obras de teatro musical, una serie biográfica, de homenajes (como el de Jennifer López en el American Music Awards de 2013), libros, exposiciones, documentales, etcétera, Celia Cruz sigue estando presente. En ello ha trabajado mucho Omer Pardillo, albacea de su legado, a quien se debe la exposición que se abrió recientemente en el Tower Theatre de la Calle 8 en Miami, y que reúne objetos personales, vestuarios, fotografías, carteles, premios (se destaca uno de sus Grammys), trofeos, y todo tipo de memorabilia que perteneció a la cantante de "Yerbero moderno" y "Químbara". La muestra, que fue precedida por la que en 2018 se abrió en el Museo de la Diáspora Cubana de la misma ciudad, ahora sirve como un tributo que confirma a la cantante en términos vivos, como quien espera nuevamente oírle su grito de guerra, ese "Azúcar" tan suyo que aún nadie ha podido arrebatarle.
Celia por siempre o Celia Forever es el nombre de este recorrido que estará abierto a la visita del público hasta el próximo año, y donde se destaca la reconstrucción del camerino de la cantante, con sus famosas pelucas, accesorios, las bolsas de El Corte Inglés que siempre tenía a mano y otras prendas y objetos de su gusto. Y que sorprende al visitante más curioso con la caricatura que Juan David le hiciera como retrato. Tampoco faltan los célebres zapatos que le confeccionaba el mexicano Nieto, y que eran los únicos que hacían sentir cómoda a la Reina de la Salsa. La exposición también invita a pensar en cómo ella definió su imagen en escena durante esos dos grandes capítulos de su vida, renovando un concepto que lejos de permanecer inamovible, la ayudó a mantenerse a la vista de su público, dondequiera que fuese, deslumbrando no solo con el poder de su voz. Un breve documental se exhibe también en el Tower, y no faltan allí las secuencias del prodigioso concierto en Zaire, junto a Johnny Pacheco, que la muestra en plenitud de sus facultades, en 1974.
Visitar la muestra fue una emoción que no quise negarme, durante mi reciente paso por Miami. Como parte de una generación que no pudo oírla durante mi infancia ni mi juventud, redescubrirla ha sido reconocer en ella no solo su importancia como intérprete, sino como símbolo de otras cosas que pertenecen a una idea mayor de la cultura cubana y de lo cubano que no debería sernos negada. Cuando he escrito sobre ella, rememoro las imágenes de su funeral y de la despedida que le dieron tantos admiradores en las calles de Nueva York, y que pude ver desde Londres. Ya había repasado parte de su discografía, durante un invierno en Iowa City, y gracias a su voz pude regresar de otro modo a Cuba, y entenderla como algo mucho más intenso de lo poco que había podido saber hasta entonces de ella.
Ahora mismo, en Ciudad de México, colaborando con el joven director Pedro Franco y su equipo en la creación de un espectáculo que la homenajea, la tengo otra vez en mis oídos y no me canso de escucharla. Sirvan estos homenajes aquí mencionados (hay muchos más, sin duda, que no alcanzo a nombrar aquí) para entenderla a 20 años de su partida, no solo como una gran mujer, como una artista de paso firme, como una presencia con la cual se siguen midiendo quienes intentan honrar su memoria saliendo a cantar, sino también como esa idea mayor de la nación, que se sostiene a través del arte, en particular de la música, esa otra sangre que une a todos los cubanos y las cubanas. Y eso es, en su legado, la prueba mayor de su grandeza.
No sé a qué viene el asombro, siempre ha sido así; en la Cuba comunista sólo se menciona a Fidel Castro y a sus secuaces.